La crisis de Abengoa amenaza con llevarse un Murillo que Sevilla recuperó en 2016 tras dos siglos de expolio
Cuando en 2016, más de dos siglos después de su expolio, el San Pedro penitente (1675) de Bartolomé Esteban Murillo regresó a Sevilla se dijo que era para quedarse para siempre. Seis años más tarde, el destino de la obra –con la que se aseguró que se devolvía “parte de su alma e identidad” a la capital hispalense– puede volver a estar lejos de la ciudad en la que fue creada, arrastrada ahora por la crisis de Abengoa. La pieza, como parte del patrimonio de la compañía, ha sido incluida en el concurso de acreedores, y todo apunta a que el Banco Santander le ha puesto el ojo para conmutar parte de lo que le adeuda la multinacional tecnológica y de paso aumentar su ya más que apreciable colección de arte.
La historia, revelada por El Confidencial, va más allá del San Pedro penitente de Los Venerables, su nombre oficial, ya que los números rojos de Abengoa también pueden conllevar el adiós a Sevilla de otro cuadro de Murillo, la Santa Catalina (1650), y la Sagrada Familia (1620) de Bartolomeo Cavarozzi, pintor italiano de la escuela de Caravaggio. Las tres piezas pueden admirarse en el Centro Velázquez que se ubica en lo que fue el Hospital de los Venerables, para el que Murillo creó su San Pedro por encargo de su amigo y canónigo Justino de Neve, que a su vez en 1685 acabaría donando el cuadro a la institución hospitalaria que había fundado él mismo. La Santa Catalina también la pintó para otro enclave de la ciudad, en este caso la iglesia del mismo nombre.
El camino que los cuadros han seguido ha sido diferente, pero el punto de destino es muy parecido. El San Pedro lo adquirió Abengoa para donarlo a su obra cultural, la Fundación Focus, pero el estallido de su crisis impidió la cesión definitiva, por lo que figura como patrimonio de la multinacional. En cambio, la Santa Catalina y la Sagrada Familia sí son propiedad de Focus, que las ha puesto a la venta para obtener ingresos al derrumbarse las aportaciones que le llegan desde la que fue su matriz.
“Deben seguir en Sevilla”
La situación ha cogido con el pie cambiado a las instituciones, a las que se han empezado a volver las miradas para que, llegado el caso, adquieran las obras y que continúen en la capital hispalense. El alcalde, Antonio Muñoz (PSOE), incidía este miércoles en que San Pedro y Santa Catalina “deben seguir en Sevilla. Son parte de nuestro patrimonio y no podemos permitir que salgan de la ciudad”. Por eso, ha instado a la Junta de Andalucía, al Gobierno central y a la propia Fundación Focus a tomar “todas las medidas para garantizar que así sea”.
Otra cuestión es que ni siquiera tiene formalizada su declaración como bien de interés cultural (BIC) el San Pedro pese a ser una obra más que relevante en la producción del artista y una de sus creaciones fundamentales en su periodo de madurez. Eso sí, el proceso para ser BIC ya está iniciado y esto le blinda ante el riesgo de ser vendido fuera de España, todo ello gracias a que en junio de 2021 registraba la petición el historiador del Arte y docente Benito Navarrete, experto en la obra de Murillo y presidente además de la Comisión de Bienes Muebles de la Consejería de Cultura andaluza. Distinta es la situación de la Santa Catalina, cuya tramitación como BIC ya ha anunciado Cultura para intentar evitar males mayores.
Una historia rocambolesca
El nuevo riesgo que pesa sobre el San Pedro penitente demuestra que no es capaz de cerrar su azarosa historia, por mucho que en febrero de 2016 se saludase su retorno a Los Venerables como el regreso definitivo a casa. El cuadro fue una más de las víctimas del gran expolio del mariscal Soult en Sevilla, que las tropas napoleónicas tuvieron bajo su poder entre 1810 y 1812 en el marco de la Guerra de la Independencia. Soult ordenó la incautación de toda obra de arte de relumbrón (en el Alcázar llegaron a acumularse 999 piezas de valor) en teoría para el museo que Napoleón Bonaparte estaba impulsando en el Louvre, aunque a la hora de la verdad se quedó con buena parte del botín.
A su muerte, en 1851, su colección se dispersó. La Inmaculada de Murillo que hoy se exhibe en el Museo del Prado, conocida también como la Inmaculada Soult, acabó en el Louvre, y regresó a España en 1941 como un presente que Hitler le hizo a Franco desde el París ocupado.
En el Mar de Irlanda
El San Pedro, por su parte, puso rumbo al Reino Unido y nunca más se supo, porque pasó a engrosar una colección particular y no se exhibió en público jamás, hasta el punto de que el único rastro que había era una deteriorada fotografía en blanco y negro. Tras muchos avatares, fue localizado por Gabriele Finaldi, entonces director adjunto de Conservación e Investigación del Prado y hoy responsable de la National Gallery de Londres: era propiedad de un coleccionista iraní en la isla de Man, un singular enclave en el Mar de Irlanda que no es parte del Reino Unido pero sí depende de la corona británica.
Finaldi logró la cesión de la obra para la exposición Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad, que comisarió por encargo de la Fundación Focus y que pudo verse entre 2012 y 2013 en el propio Hospital de los Venerables. Ahí fue cuando Focus le echó el ojo y la adquirió en 2014 por seis millones de euros, restaurándose y exponiéndose en El Prado antes de un regreso a Sevilla en febrero de 2016 –dos siglos después de su expolio– que se suponía iba a ser definitivo.
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