Un brote en la secta del Palmar de Troya dispara los contagios en el municipio y le obliga a confinarse

Imagen general del acceso a la Basílica, con unos monjes recogiendo comida tras dejarla un repartidor.

Fermín Cabanillas

Sevilla —

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“Orden de las carmelitas de la Santa Faz”. “Altura: 5,95”. Son los dos únicos carteles que se pueden ver en el acceso principal -y único- a la Iglesia cristiana palmariana de los carmelitas de la Santa Faz, más conocida como Iglesia palmariana, una escisión de la Iglesia católica que ha hecho famoso, sin quererlo, al municipio sevillano de El Palmar de Troya.

Hace más de 50 años que esta iglesia, o secta, comenzó a dar sus primeros pasos en la otrora entidad local autónoma de Utrera, hoy municipio independiente, a escasos 300 metros de las casas habitadas del casco urbano, donde, tras un giro a la derecha en la carretera en dirección de Cádiz, asombra la majestuosidad de un templo del que nunca se supo exactamente cuánto costó, quién lo financió o de dónde salió el dinero.

El caso es que la covid no es ajena a ninguna frontera ni religión, y ha golpeado al interior de esta iglesia con crudeza. Hasta este jueves, en el interior de la Basílica había 70 personas afectadas, con cuatro fallecidos. En todo el pueblo hay 87 positivos, con lo que la tasa de 3.713 casos por 100.000 habitantes está más que ligada a unos contagios en el interior de unos muros con los que los vecinos no tienen contacto alguno. La parte positiva es que el resto de los vecinos difícilmente se van a contagiar de los enfermos en la basílica. La negativa, que sus contagios repercuten en la cifra final, y el pueblo está cerrado y solo abre el comercio esencial.

“Nunca se han abierto al pueblo”

Juan Carlos González es el alcalde de esta localidad. Ya lo era cuando no era municipio y ha seguido en el cargo tras las elecciones de 2019. No es que cuente poco sobre la iglesia, es que en realidad en el pueblo se sabe muy poco. 

Sí lamenta que hay cuatro fallecidos entre sus muros, cuatro sacerdotes de unos 80 años. “Casi toda la gente de la iglesia vive allí, entre sus muros, aunque algunos fieles conviven en el pueblo con el resto de vecinos, pero la mayoría no salen nunca de allí. Son curas, monjas o monjes”.

“Desde que falleció el primero dieron la voz de alarma y arrancó el protocolo de la Junta y se medicalizó como una residencia”, explica el alcalde. Eso sí, a diferencia de una confesión como la Católica, desde el 10 de enero no hay misas. La única señal de vida que hay es la de los proveedores de comida o artículos de primera necesidad, que llaman a la puerta y espera que los habitantes del interior recojan el pedido. Nadie sabe cuánta gente vive en la Basílica. Se sabe que dentro tienen un régimen de vida en la que hombres y mujeres (monjas y curas) casi no tienen contacto, con comedores y estancias separadas, pero poco más. Los escasos vídeos que circulan en las redes sociales muestran alguna celebración religiosa, alguna procesión en su particular Semana Santa, y poco más. Los detalles de todos sus rincones nunca han sido filmados.

Juan Carlos González recuerda que, hace algún tiempo, propuso a los dirigentes de la iglesia que se abriesen algo más al pueblo, “pero solo hicieron un portal web en el que daban algunos datos o contaban su historia, sin que la gente del pueblo pudiese saber algo más”.

Ese portal web citaba una dirección de correo electrónico para comunicarse con la Iglesia, pero la respuesta a los mails llegaba desde Argentina, con un religioso que afirmaba no tener vinculación alguna ya con su antigua fe.

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