Shigeru Ban, premio Pritzker de Arquitectura 2014 distinguido entre otros motivos por su uso de materiales alternativos, locales y de bajo coste y por su trabajo “para la gente” en situaciones de emergencia, impartió ayer una conferencia en Málaga, donde la discusión pública sobre qué ciudad queremos y de qué espacios urbanos nos dotamos gira indefectiblemente en torno a los hoteles. Fue sintomático que al terminar su charla, durante la que expuso buena parte de sus edificios ejecutados con materiales reciclables, varios alumnos de la Escuela de Arquitectura recogieran un premio patrocinado por una cementera malagueña que surtió durante años a las promotoras que enladrillaron la costa.
Ban ha recibido calificativos como el de arquitecto “activista” y empezó su charla, organizada por la Escuela de Arquitectura de Málaga para inaugurar el nuevo curso académico, haciendo un llamamiento: “Yo estaba muy decepcionado con mi profesión, porque sólo trabajamos para quien tiene dinero y poder. Y creo que no tenemos que trabajar sólo para los privilegiados, sino para la gente”.
Hay quien opina que este discurso le ha servido para consagrarse entre los arquitectos estrella, pero lo cierto es que ha sido consistente durante las últimas dos décadas en su uso de materiales natrales y en dedicar gran parte de su tiempo y trabajo a proyectos no lucrativos. “La arquitectura se acerca al poder y al dinero porque ambos son invisibles y necesitan que la arquitectura los haga visibles. Pensé que los arquitectos tenemos un conocimiento que puede ser útil a mucha más gente”, respondía en una entrevista en El País, un año antes de ser galardonado con el Pritzker.
De esa misma charla surgía otra frase que resume su obra: “Odio del desperdicio”. El arquitecto japonés se ha especializado, desde que proyectó su primer edificio a mediados de los 80, en el uso de materiales locales y reciclables que se han probado tanto o más resistentes que el cemento. Con sus célebres tubos de cartón ha propuesto soluciones de reconstrucción y alojamiento temporal en Japón, después de los terremotos de 1995 y 2011, tras el maremoto de Sri Lanka, en 2001, en L'Aquila en 2009, o tras el sismo de Ecuador este mismo año. “Los desastres naturales ya no sólo son naturales, sino que también son humanos. Los terremotos no matan gente. El colapso de los edificios sí”. Es una de sus frases célebres, que el viernes ha repetido en el Teatro Cervantes de Málaga, repleto para la ocasión.
Impresionado por las fotos aparecidas en prensa, en la que los refugiados por la guerra entre hutus y tutsis de 1994 se abrigaban con mantas porque ACNUR no podía alojarlos, Ban propuso una idea para mejorar los refugios. “ACNUR proporcionaba unos soportes de aluminio sobre los que se tendía un plástico, pero ellos vendían el aluminio y talaban los árboles, de modo que al humanitario se había añadido un nuevo problema ambiental”, recordó Ban. La solución fue usar las estructuras de tubos de papel reciclado. La idea se originó a nivel doméstico: no podía permitirse la madera, y diseñando una vivienda de fin de semana, en 1985, descubrió que ese material de papel era mucho más resistente de lo que había pensado.
Un año después de su intervención en Ruanda, volvió a proponer una solución radicalmente innovadora tras el terremoto de Kobe. El reto, explicó este viernes en Málaga, era mantener a quienes habían perdido su vivienda en su barrio original. Lo consiguió diseñando viviendas temporales con sus ya célebres tubos de cartón, complementados con cajas de cerveza donadas para la ocasión. Ban, decepcionado “porque no donaron las cajas con cerveza dentro”, rellenó la estructura creada con las cajas de arena para hacerla servir de soporte.
Por este tipo de intervenciones comprometidas e innovadoras Shigeru Ban recibió en el más prestigioso reconocimiento de la arquitectura. “El compromiso de Shigeru Ban con las causas humanitarias a través de su trabajo de ayuda en caso de desastre es un ejemplo para todos. La innovación no está limitada por el tipo de edificio y la compasión no está limitada por el presupuesto. Shigeru ha hecho de nuestro mundo un lugar mejor”, destacaron de él al concederle el Pritzker.
La iglesia de papel en Nueva Zelanda
La iglesia de papel en Nueva ZelandaUna arquitectura no excluye a otra, pero la de Ban se caracteriza por un modelo contrapuesto al que quedará por mucho tiempo pegado como un chicle a la Costa del Sol. Probablemente, también al modelo que representa el hotel rascacielos proyectado en el Puerto de Málaga, y que estos días centra la discusión pública en la ciudad. Parte de los edificios proyectados por Ban están destinados a perecer, a ser efímeros, y en Málaga se discute no sólo si el proyecto nos gusta ahora, sino si dentro de cien o doscientos años gustará ese gigante de 35 plantas destinado a dominar la ciudad desde su orilla.
Ban opina que la permanencia no depende de los materiales, sino de la identificación de la gente con los edificios, y quizá de aquí también puede extraerse una lección local. “Hay edificios de cemento hechos para no durar y edificios de papel permanentes”, reiteró en Málaga. Como ejemplo puso la iglesia construida con tubos de papel y cartón en Christchurch, en Nueva Zelanda. Cuenta Ban que terminó de convencer al obispo cuando le contó que en Japón el papel se llama “kami”, el mismo nombre que reciben las deidades del sintoísmo: “De modo que tendrá usted una cruz hecha de Dios”. La iglesia sigue en pie, dijo Ban, porque despertó el entusiasmo de la gente, que la aceptó como propia.