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Miguel Delibes, el pacificador bajo el fuego cruzado político de Doñana

Miguel Delibes, en los pasillos del Parlamento de Andalucía.

Antonio Morente

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Le pasó cuando no llevaba mucho tiempo como director de la Estación Biológica de Doñana, al frente de la cual estuvo entre 1988 y 1996. Un día en el que todo salía mal, rodeado de problemas de todos los colores, se fue antes de tiempo porque de repente decidió que necesitaba un coche nuevo –“como si eso fuese a solucionar las cosas”– y se plantó en un concesionario en Sevilla. No sabía ni qué modelo pedir, así que despachó el asunto solicitando el más barato que tuvieran y sin el más mínimo extra. Se lo llevó puesto como quien dice, pero al poco estaba de vuelta porque aquello era poco más que una caja de cerillas. “Es lo que usted pidió”, le hizo ver el vendedor. Desde entonces tiene claro que “tenemos que cambiar la forma en la que estamos en el mundo” (vivir bien debe incluir huir del “consumo excesivo”) y, sobre todo, que las prisas no son buenas consejeras.

Pero ahora precisamente son las prisas las que le han llevado a renunciar a su cargo como presidente del Consejo de Participación de Doñana. Porque si bien él sigue sin tenerlas, considera que sí son necesarias con Doñana. “Hay que trabajar por lo menos el doble y el doble de rápido”, ha subrayado este lunes en la hora del adiós, porque en el parque nacional “las cosas van despacio”, demasiado. Por eso “hace falta una persona con más energía”, porque no hay tiempo que perder si de verdad queremos proteger un espacio privilegiado al que siempre se refiere como “una rareza” por su singularidad, un enclave frágil que –repite una y otra vez– siempre estará rodeado de peligros.

Y en el combate contra el último de estos riesgos, la famosa ley que indultaba regadíos y que PP y Vox presentaron hasta dos veces en el Parlamento andaluz, se ha afanado en estos dos últimos años. Ha sido el mediador, el bombero que ha ido apagando un fuego político tras otro hasta que, el pasado mes de noviembre, llegó la ansiada paz entre los gobiernos central y andaluz. “Estoy cansado”, ha admitido tras un combate en el que siempre fue de las pocas voces que clamó por un entendimiento entre las administraciones.

“Fue un desgaste personal grande la lucha por conseguir un acuerdo y la retirada de la proposición de ley”, que en su momento casi le llevó a dimitir en protesta por el ninguneo al que se sometía a un Consejo de Participación a cuya presidencia llegó en 2013... para sustituir a Felipe González. Ahora, con un pacto político que va fraguando no sin tensiones, ha decidido que ha llegado el momento dar un paso al lado, lo que comunicó hace tiempo tanto a la Junta de Andalucía como al Ministerio para la Transición Ecológica.

No tiene más razón el que más grita

Al margen del rol de pacificador que le ha tocado desempeñar de un tiempo a esta parte, Delibes de Castro (Valladolid, 1947) ha jugado estos años el papel de hombre sabio en Doñana, un tótem al que los gobiernos de turno han tenido difícil esquivar sin quedar mal ante la opinión pública. Ha sido también símbolo del ambientalista al que no se podía despachar con la etiqueta simplista de activista, porque el calibre de su respetado perfil científico hacía imposible una maniobra tan burda. Sí los ha habido que hubieran deseado un talante más agresivo, una actitud más dura con las administraciones, pero ha ejemplificado como nadie aquello de que no tiene más razón el que más grita. “Serenidad y templanza”, se subraya de él.

Durante estos meses ha sido el último muro de contención de Doñana, la voz de la ciencia que clamaba en el desierto de la sinrazón política. Dos veces se presentó la ley de regadíos en el Parlamento y dos veces que –para sofocón de PP y Vox– compareció para cargar de manera dura y cristalina contra el proyecto y sus impulsores, la primera de ellas cuando no hacía ni un mes que había recibido de manos del propio Juan Manuel Moreno la Medalla de Andalucía al Mérito Ambiental. “Desleal, frívola, irresponsable e inconsistente”, dijo entonces; “las cosas han ido muy lejos, tengan el coraje de retirar la ley”, repetiría un año después. Y en medio, su sincera incredulidad ante lo que estaba pasando: “Sorprende que adultos se obstinen y cierren los ojos a la realidad”.

Entonces no pronunció una palabra más alta que otra, pero se entendió perfectamente qué opinión le merecían unos políticos que impulsaban una ley que definía como “el reflejo del pensamiento mágico propio de un niño de 6 años que confunde deseo con realidad”. “A mi nieta de 3 años le disgusta que no me convierta en rana cada vez que me lo ordena señalándome con su varita mágica”, comparó. Él, siguiendo el dictado infantil, se ponía “a croar y dar saltos”, pero eso no era suficiente porque la chiquilla lo que quería era que se transformase en rana de verdad. Igualito que los impulsores de aquella iniciativa que hubiera cambiado para muy mal el mapa de regadíos de Doñana.

Amor por la naturaleza... y por la bicicleta

Una Doñana, por cierto, a la que llegó a principios de los 70 tras estudiar Biología como reflejo del amor por la naturaleza que le inculcó su padre, el escritor Miguel Delibes. En una época en la que no había especialidad, concentró su interés en los mamíferos carnívoros como la nutria, la gineta y el lince, un felino en el que es una de las principales autoridades mundiales y uno de los responsables del programa que ha permitido que abandone la categoría de especie en peligro de extinción. Llegó en 1972 como becario del CSIC, hizo su tesis doctoral y aquí se quedó, asumiendo ocho años la dirección de la Estación Biológica de Doñana.

Colaborador de Félix Rodríguez de la Fuente para la redacción de la Enciclopedia Salvat de la Fauna, aquel joven biólogo que llegó a una Doñana en la que no había ni luz ni teléfono atesora una cascada de reconocimientos entre los que sobresalen el Premio Nacional de Medio Ambiente (2001) y el Premio Nacional Alejandro Malaspina en Ciencias y Tecnologías de los Recursos Naturales (2005). Miembro de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en su faceta como divulgador escribió junto a su padre La tierra herida: ¿qué mundo heredarán nuestros hijos? y también ha firmado obras como La naturaleza en peligro o el pintoresco Cuaderno del carril bici: pedaladas de un viejo naturalista en Sevilla y más allá, un canto de amor a su gran pasión por la bicicleta.

La “figura paternal” de Doñana

Como suele ocurrir, al anunciar su partida todo han sido loas y alabanzas, sobre todo desde ese mismo ámbito político con el que no ha dejado de batallar. Desde la “gratitud y reconocimiento” del presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, al “ha sido un lujo” del ministro de Agricultura, Luis Planas. “El Gobierno andaluz se compromete a continuar el gran legado de Delibes”, ha llegado a decir el consejero de Medio Ambiente, Ramón Fernández-Pacheco, mientras que el secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, ha resaltado la “figura paternal” de un científico “que ha tratado siempre a Doñana como a un hijo”.

Desde el bando ambientalista no sólo se le han dado las gracias, sino que se está convencido de que lo suyo es sólo un paso al lado, que deja la primera línea pero que no perderá de vista Doñana y que alzará la voz cuando sea necesario. Su papel de Pepito Grillo seguirá ahí, como ha hecho al anunciar su dimisión, momento en el que le ha insistido a las autoridades en la necesidad de “respetar al Consejo” y en la prioridad de mantener tal cual el Plan de la Corona Forestal, más conocido como el Plan de la Fresa y que el Gobierno andaluz tiene en el punto de mira.

Delibes se va tras sofocar un incendio político y ayudar a un pacto entre administraciones que está muy bien, sí, pero que “no hace que Doñana esté mucho mejor” porque aquello era un medio pero no el fin en sí mismo. Un aviso a navegantes... y a los que creen en varitas mágicas que te transforman en rana.

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