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Youcef, el niño saharaui que viajó a España para curar su corazón, y la aventura de su familia para seguir tras él

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Pedro Espinosa

Cádiz —

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“Tengo una historia y voy a decírtela”. Youcef es un niño saharaui con un español chapurreado pero perfectamente entendible, que sabe captar la atención. “Antes no podía jugar y ahora sí puedo jugar al fútbol”. Así, con la inocente inconsciencia que otorga la infancia, resume en una frase sus seis años de vida.

Nació enfermo, pero tardaron demasiado en darse cuenta. Los médicos que le atendieron en los campamentos saharauis no vieron unos síntomas que, sin embargo, enseguida entendieron los profesionales que vieron sus fotos y ecografías en España. El color de sus uñas, de su piel o los ahogos constantes mostraban que el corazón de Youcef necesitaba una operación.

El matrimonio formado por María Fernández y Antonio García, de Cádiz, puso lo que hizo falta para que el niño viajase a Andalucía junto a su madre, fuera intervenido y se curase. Pero Youcef aún debe estar pendiente de revisiones continuas, y su historia sigue. Él tiene dos hermanos, su padre está en Francia recogiendo fruta y su madre carece de un permiso de residencia que le impide poder trabajar. ¿Podrán alguna vez vivir juntos en el mismo sitio los cinco?

La primera vez que María y Antonio acogieron a niños saharauis en su casa fue en 1997. Y desde entonces no han parado. Son parte activa del movimiento asociativo que ha traído en las últimas décadas a cientos de personas en el programa ‘Vacaciones en paz’. Han organizado proyectos de cooperación, han montado instalaciones de riego y han ayudado a iniciar empresas en los campamentos de Tinduf.

Hace 24 años llegó a su casa de Chiclana (Cádiz) Dahbe, una niña de seis años, que repitió otros seis años más. “Nunca perdimos el contacto”, relata María, delante de Dahbe. Porque ahora, 24 años después, otra vez viven juntas. Dahbe es la madre de Youcef y eso convierte a María en madre de acogida de Dahbe y abuela de acogida de Youcef.

Dahbe hizo una llamada de auxilio a María en 2020. Para entonces ya se había casado, había tenido primero a su hija Cheima, que tiene ahora nueve años, después a Youcef y debía estar en camino el pequeño Yaver. “Me contó que a Youcef, que siempre había sido un niño muy enfermo, lo acababa de ver un médico francés que hacía un viaje al año a los campamentos y que le advertía de que su hijo tenía una dolencia cardiaca. Si no se operaba, le daba muy poca esperanza de vida”.

María le pidió que le enviara alguna foto de Youcef y toda la documentación médica que tuviera. “Lo revisó un sobrino médico que tengo y no le hizo falta ni cinco segundos. Tuvo claro que Youcef sufría una tetralogía de Fallot, una cardiopatía, que en España no es grave y que se supera con una operación siempre que se haga recién nacido”. Lo malo es que él ya tenía tres años cuando lo detectaron y eso lo complicaba todo.

Ahí empezó esa aventura para girar la historia de Youcef. María no tardó en conseguir una cita médica para el niño, requisito indispensable para autorizar el viaje, pero costó mucho que Dahbe y su hijo pudieran viajar a Andalucía. Lo lograron finalmente el 3 de enero de 2022 con un doble pasaporte argelino. Youcef fue derivado al Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde, finalmente, fue operado en abril, en plena feria.

En realidad, la curación de Youcef fue una fiesta en su familia y en aquella planta de cardiología infantil, donde el carisma del niño conquistó a todos. “Allí lo quieren muchísimo”. Llegó a estar 21 días en la UCI, viendo entrar y salir a otros niños como él, con los que no le daba tiempo de trabar amistad. “Mira, mamá, otro que se va y yo sigo aquí”, le decía a su madre, quien aquellos días tuvo el refugio de ‘La casa de Javier’, un hogar solidario para que familiares de niños ingresados de otras provincias puedan pernoctar.

Youcef salió bien de la operación pero, al intervenirle con una edad avanzada, tiene que someterse a continuas revisiones y existe la posibilidad de que a su corazón le tengan que poner una válvula cuando sea adulto. El primer revés para la familia fue el regreso a los campamentos en septiembre de aquel año. “El cambio no le vino bien. Enfermó y se puso muy mal”, rememora triste su madre.

Tuvieron que volver a España, donde se recuperó. En la segunda vuelta tras la intervención, coincidiendo con el Ramadán, ocurrió igual, pero de forma más grave. “Nos contaron que casi se muere. En los campamentos está más expuesto a infecciones que su cuerpo no tolera. Las diarreas, los vómitos pueden ser letales para él”, explica María. Así que madre e hijo tuvieron que volver a España.

Para entonces, Mahfoud, el padre, se había dado cuenta de que tenía que buscarse la vida en España si quería que sus hijos tuvieran un futuro. Logró entrar con pasaporte saharaui y encontró trabajo en el País Vasco y Valencia como instalador de placas fotovoltaicas. Alquilaron un piso en Monóvar (Alicante), donde existe una importante comunidad saharaui. Pero le cuesta encontrar un empleo estable y en un mismo lugar. De hecho, ahora está en Francia, en la campaña de recogida de la fruta. 

Así que la familia está en muchos sitios a la vez. Youcef y su madre están en Chiclana, acogidos por María y Antonio, que nunca han puesto pega alguna para todo lo que han necesitado. Su solidaridad es tan infinita que María no puede ni quiere contar todo lo que ha hecho por esta familia, que ya siente como suya. “Alguna vez me preguntan cómo y por qué lo hacemos. Yo me siento recompensada con la satisfacción de haber salvado una vida”, se responde.

A su casa ha llegado este verano Cheima, la hermana mayor de Youcef, que ha sido incorporada por primera vez al programa Vacaciones en paz, junto a otros 700 niños saharauis de Andalucía, 180 de ellos en la provincia de Cádiz. “Sabemos que cuando se tenga que ir el 29 de agosto le costará. Aquí está con su madre y su hermano. Aquí es feliz”. 

Pero la vida de esta familia está en esos campamentos, donde aguardan los abuelos y tías de Youcef, y también el hermano más pequeño, Yaver, que, con tres años, ya se las sabe todas y se enfada cuando al fondo de las videollamadas con la que habla con su madre, ve bañarse a Youcef y Cheima en la piscina de María y Antonio.

A Dahbe le gustaría poder vivir con todos ellos y su marido en esos campamentos que son su casa. Su hogar por encima de todas las carencias. Pero ya es consciente de que la salud de su hijo mediano no lo permite. Así que su sueño ahora es estar juntos. Donde sea. Pero no es tan fácil. 

La residencia de la madre para cuidar de su hijo en España es temporal. Se tiene que renovar cada año. Y le impide explícitamente buscar un puesto de trabajo. Su marido no encuentra un empleo fijo que le permita asentarse en una ciudad. Y no puede conseguir el reagrupamiento familiar de sus hijos si no garantizan una estabilidad económica para ellos.

Entre María y ella tratan de encontrar algo por la provincia de Cádiz. Más cerca del Virgen del Rocío de Sevilla, donde aclaman a Youcef en cada revisión. Y más cerca de esa casa con piscina de Chiclana, donde tan felices son los niños. 

Al borde de esa piscina, a punto de darse un chapuzón, Youcef tiene otra historia que contar. “Yo no sé nadar, pero no me ahogo”. Ha aprendido de forma sorprendente a bucear como un pez, pero no es capaz de aguantar flotando. Llega hasta el fondo, saca la cabeza a la superficie y se vuelve a meter debajo en medio de la inquietud constante de Dahbe y María.

Youcef sonríe mucho, va vestido del Real Madrid, cuenta que le encanta correr por el parque, jugar al fútbol y enseña las heridas de guerra: una uña rota, una herida en la frente... y vuelve a relatar su superpoder. “No sé nadar, pero no me ahogo”. Puede parecer contradictorio. Pero no lo es. Lleva toda la vida aprendiendo a sobrevivir.

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