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El instituto que no llegó tarde a Teruel cumple 175 años

En 1950, el ministro franquista Ibañez Martín inauguró la nueva instalación del centro que llevaba su nombre.

Diego Saz

Teruel —

El 22 de diciembre de 1845, el sol salió tímidamente entre la cencellada del frío invierno turolense. En la ciudad todo el mundo estaba atento a un acontecimiento que, por primera vez, no llegaba tarde con respecto al resto del país. El primer Instituto de Segunda Enseñanza abría sus puertas. Hace ahora 175 años. Eran tiempos de liberales, de la recién concluida Regencia de María Cristina y del reinado de Isabel II. La oligarquía quería crear unas élites intelectuales y económicas que serían, a fin de cuentas, quienes después gobernarían en la provincia.

Así lo asegura el historiador Serafín Aldecoa, quién señala al director general de Instrucción Pública, Gil de Zárate, como obrador del establecimiento de la segunda enseñanza en España. Este era un liberal con un alto nivel cultural que recorrió Francia y parte de Europa conociendo cómo se desarrollaba la educación en aquellos países. Y aunque sería el ministro de Gobernación, Pedro José Pidal, quién pusiera en marcha el Plan Pidal por el que se establecía que cada provincia debería de tener un instituto, Aldecoa insiste que fue Gil de Zárate “el verdadero mentor de la Ley”.

El historiador reconoce que la puesta en marcha del centro en la ciudad no fue fácil. Ni tampoco su permanencia en el tiempo. La falta de alumnos y los escasos recursos económicos de la Diputación de Teruel, llevó a esta institución a presentar ante el Gobierno de la nación una propuesta para su cierre, en 1849, que fue rechazada. Las partidas carlistas y la ocupación de las tropas isabelinas dejaban a los vecinos sin recursos, por lo que no podían pagar los impuestos.

Otro de los problemas que tuvo que afrontar el Instituto de Segunda Educación de Teruel fue la falta de locales en la ciudad. Indica Aldecoa que a lo largo de sus 175 años el centro se estableció en distintos inmuebles, la mayoría sin las condiciones mínimas para impartir las clases. En un primer momento se instaló, de forma provisional, en el piso principal, sacristía e iglesia del convento de Trinitarios. Pero apenas tres años después se trasladó a la Casa de la Comunidad, propiedad de la Diputación de Teruel y actual sede del Museo Provincial.

Se trataba este último de un lugar más amplio y apropiado para impartir las clases, pero las necesidades de la institución provincial para el uso del edificio ocasionaron que el centro tuviera que volver a trasladarse pasados apenas seis años después. Las dependencias del antiguo convento de Santo Domingo, en la Glorieta, sería el lugar elegido. Aunque de nuevo duró poco.

Por fin, en 1869, la Diputación decidió construir un edificio para albergar el Instituto de Segunda Educación en lo que era el antiguo Ayuntamiento del siglo XVI, y que ahora alberga la Escuela de Hostelería, en la plaza de la Catedral. Las obras no comenzarían hasta 1872. Y la inauguración llegó el 4 de junio de 1876. Indica Aldecoa que era un edificio de tres pisos, con salón de actos y biblioteca, apto para la educación, eminentemente práctica en aquellas fechas.

Sistema de educación práctico e intuitivo

“El sistema de educación pretendía ser muy intuitivo, en el que el alumno tomaba contacto de lo que estudiaba, ya que los libros no había ni ilustraciones y tenían que llevar objetos al aula”, dice el historiador. Había gabinetes especializados en distintas áreas como geografía, ciencias naturales, física o química. Y se importaban materiales de distintas ciudades, incluso de París. También el latín era importante en la educación del siglo XIX.

Recuerda Aldecoa que la educación entonces no tenía la estructura que tiene ahora, incluso en muchos lugares no estaba reglada ni homologada. “Había una dispersión total”. Para sortear estos problemas, los catedráticos del Instituto de Segunda Educación se desplazaban a los municipios para hacer exámenes de homologación. También había centros adscritos, como las Escuelas Pías de Alcañiz y de Albarracín o el Colegio San Vicent de Paúl de Alcorisa.

La dificultad de los alumnos para llegar a Teruel, por aquel entonces comunicada con antiguos caminos, incentivó la puesta en marcha de colegios residenciales. Surgieron así dos iniciativas: el establecimiento de una residencia privada para estudiantes en el curso 1856-57 y la fundación del Colegio de Internos de la Inmaculada. Unas opciones únicamente accesibles para la clase burguesa de la época con un alto nivel económico, ya que las pocas subvenciones que ofrecía la Diputación eran para quienes iban a estudiar fuera de la provincia, manifiesta Aldecoa.

La novedad llegó al centro en 1878, cuando dos alumnas se matricularon por primera vez. Fue un hito histórico. Incluso el historiador quiere recordar sus nombres: Carmen Sainz y María García Edo. Esta última sería la primera mujer en obtener el grado de bachiller en la provincia, aunque las felicitaciones de sus profesores confirmarían la época en la que se encontraban. Relata Aldecoa que Miguel Atrián dijo a las estudiantes: “Enhorabuena señoritas, pero tened presente que vuestro primer deber es estar en el hogar doméstico, sin desdeñar las mas humildes tareas…”.

El instituto en la actualidad

En 1950 se construyó el edificio que actualmente acoge el centro. Recibió el nombre de Instituto de Enseñanza Media Ibáñez Martín, ministro franquista de Educación desde julio de 1939 hasta 1950, natural del pueblo turolense de Valbona. En 1986, con la implantación de la LOGSE pasó a denominarse Instituto de Educación Secundaria, aunque manteniendo el nombre del alto cargo de Franco. Fue en 2007 cuando el Equipo Directivo y la comunidad educativa adoptaron el cambio a Vega del Turia, expone Aldecoa.

A mediados del siglo XX surgieron otros centros de educación secundaria en la ciudad. El Instituto Francés de Aranda o el Segundo de Chomón. El prestigio del bachiller fue perdiendo valor. Pero insiste Aldecoa que cuando se fundó el instituto en Teruel ser bachillerato era “muy importante”. “Incluso tenían que llamarte Don”. Aquellos años ya pasaron, y ahora, apenas queda el herbario que donó Francisco Loscos, el gran botánico, y que ha conservado el centro.

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