El pueblo de Aladrén tan solo cuenta con 50 personas empadronadas. Treinta recorren sus calles en todas las épocas del año. Eso sí, son 200 personas las que se reúnen en sus rincones y lugares en verano. Esta localidad del Campo de Cariñena, en la provincia de Zaragoza, se sitúa en un entorno natural principalmente agrícola, tiene una iglesia, un bar como sinónimo de “corazón y punto de reunión” y una ermita solo accesible a pie. Aun así, puede contar su historia, hablar de sus valores, mostrar la cohesión de su gente y gritar que la repoblación, tal y como explica su alcaldesa Marta Blanco, “es posible”.
“La gente de aquí es humilde, trabajadora, acogedora, amable y afable. Es una comunidad muy cohesionada que es capaz de dejar los problemas fuera con tal de estar bien y sentirse como en casa”, asegura Blanco, quien solo tiene buenas palabras para este pueblo del que siempre se ha sentido “muy arraigada” al ser el de su madre y vivir en él desde hace más de ocho años.
Para ella, que admite compartir esta visión con las demás personas que habitan en estas casas, el encanto del pueblo es “haber conseguido mantener ese sentimiento y sensaciones que te vienen a la cabeza cuando piensas en un pueblo, con sus niños jugando en la calle, su gente tomando la fresca en hamacas, sus tendederos en las calles… esos de toda la vida”.
Aladrén antes vivía por y para la agricultura y ganadería. Ahora, aunque ya no tiene esas 400 personas que se registraban y las personas que se dedican a ello lo hacen por hobby, vive de la artesanía y de aquellas otras personas que, a pesar de trabajar en Zaragoza o alrededores, conservan su vivienda habitual en este municipio.
“La gente del pueblo quiere mucho a su pueblo, aunque haya gente que no acuda todos los fines de semana del año. Hemos trabajado mucho en este sentido de pertenencia realizando actividades que hagan querer venir sea el momento que sea”, confiesa Marta Blanco.
Ella, desde el Ayuntamiento, lo primero que hizo fue un análisis de las causas de la despoblación en el pueblo y se hizo preguntas a sí misma sobre qué es lo que querría ver en el caso de ir de nuevas hasta allí y dudar en sí quedarse a vivir o marchar a Zaragoza que, bajo su punto de vista, contiene en ocasiones menos practicidad y efectividad económica para realizar según qué actividades.
Por esto, desde la institución han intentado “democratizar espacios” para que todas las personas pudieran acceder a ellos de manera gratuita y sin necesidad de pedir permisos ni justificar los usos. Entre estas adaptaciones, se encuentra un gimnasio, una ludoteca rehabilitada y adaptada en el antiguo horno de pan, una pista de deporte completa, mesas de pin pon, un frontón que puede transformarse en terraza, un equipo de música con el que hacer discomóviles y un merendero abierto para celebraciones.
Festival Ababol
Pero todas estas incorporaciones no son las únicas que han llevado a sus habitantes a frecuentar la zona de nuevo. El Festival Ababol, que lleva cuatro ediciones, supone un golpe sobre la mesa acerca de la despoblación y de la necesidad de reconocer en “su justo valor al pueblo” con obras artísticas que reivindiquen su patrimonio y memoria.
“El Festival nació con la idea de dar visibilidad a esta problemática porque es un tema que considero de vital importancia. Para mí es insostenible que todos vivamos en megaciudades. Políticamente es un tema con el que es fácil llenarse la boca, pero después no se hace nada de manera práctica. Este pueblo no tenía además patrimonio artístico, por lo que había que ponerse manos a la obra para que la gente viniera hasta aquí”, explica Blanco, cuya misión también era convertirlo en un atractivo turístico que no fuera masificado por la falta de infraestructuras para sostenerlo.
Este festival también tiene un trasfondo pedagógico y es que en todas sus ediciones se desarrollan mesas redondas que no solo hablan de arte, sino también de temas relacionados con la despoblación, la repoblación, la importancia del territorio en el cambio climático, las posibles soluciones o los casos de éxito de otros sitios que ayudan a “ser consciente que es posible revertir el vacío”.
“La gente mayor no ve que sea posible, pero realmente lo están experimentando. Han perdido esperanza, pero porque no son conscientes de lo que está ocurriendo y han vivido con la idea de que ser de pueblo significa ser menos. Hay que cambiar ese imaginario colectivo porque ahora ser de pueblo es mucho más que eso. Ahora elegimos vivir en el pueblo porque es sinónimo de calidad de vida”, añade.
La alcaldesa afirma que sí se ha avanzado en temas de repoblación, a pesar de seguir siendo “necesario” recordar que existen el éxodo rural, la despoblación o el cambio climático. Y afirma que conseguir la repoblación “no será posible si no se reequilibra el territorio y se siguen dejando zonas vacías”. “Cuando yo vine hace ocho años la única persona no jubilada que había en el pueblo era el pastor. En cambio, ahora, estamos 19 personas no jubiladas y, entre ellas, tres niños. Esto es un gran avance”, apunta.
Este pueblo no solo está repoblando sus calles, sino que también consiguió el reconocimiento a “Mejor pueblo de Aragón” en 2017 gracias a la creación de un vídeo con música y canción original que desvelaba qué era Aladrén para sus habitantes y recordaba un poema del pueblo en la voz de los niños que ahora habitan en él. Esta hazaña, que se llevó a cabo en el tiempo récord de 15 días, fue un momento “muy emotivo” porque “se demostró las ganas que tenían las personas de que su pueblo fuera reconocido” y se reflejó la unión que tienen todos sus habitantes, como también sucedía en el pasado cuando tuvieron que hacer una cadena humana para arreglar el tejado de la ermita o sofocar un incendio.
Al final, Aladrén lo tiene claro: “Si la gente joven deja de venir, no habrá continuidad y por ello es de vital importancia cuidar con nuevas actividades y adaptaciones prácticas ese sentido de pertenencia porque la repoblación sí es posible y solo hay que saber verla e iniciarla”.