Las 25.000 toneladas de la chimenea de la central térmica de Andorra de Endesa, levantada en 1977, han quedado reducidas a escombros. 265 kilos de cartuchos de dinamita han sido los encargados de derribar este símbolo del patrimonio industrial. Este es un paso más en el proceso de cierre y desmantelamiento de las centrales de carbón que la compañía está llevando a cabo y que completará en la península en el año 2027.
La demolición de la chimenea de la central, junto con la voladura de las tres torres de refrigeración en el pasado mes de mayo, ha supuesto un hito, no solo por el simbolismo de la estructura sino también desde un punto de vista técnico. Ha sido necesario diseñar un exhaustivo procedimiento con el objetivo de garantizar unas condiciones absolutas de seguridad y efectivas de demolición. Esta misma prevención se está aplicando en todos los procesos que conforman los trabajos de desmantelamiento y demolición de la planta.
Para la demolición de esta chimenea, la tercera estructura más alta de España, se han utilizado 170 detonadores no eléctricos, 108 conectadores de superficie, 8 detonadores no electrónicos y 265 kilogamos de explosivo, que se han colocado en la estructura mediante taladros distribuidos para dirigir la caída en la dirección planificada. En el proyecto se ha fijado un radio de seguridad de 600 metros.
La demolición se ha hecho mediante el empleo de pequeñas cargas confinadas de explosivo en barrenos de pequeña longitud con el objeto de conseguir una cuña desestabilizadora. El empleo de explosivos es el procedimiento más seguro para demoler estructuras esbeltas y especiales, siempre que el entorno lo permite. Para facilitar el proceso de caída se realizaron, durante las semanas previas, trabajos de corte con diamante en la base de la chimenea.
El pasado 13 de mayo ya se volaron las tres torres de refrigeración de la última térmica turolense en actividad, que había sido desconectada de la red el 30 de junio de 2020. El director general de Endesa en Aragón, Ignacio Montaner, indicó el pasado 15 de diciembre que habría que invertir “millones de euros para que la chimenea siga en pie, y hacer un mantenimiento preventivo para consolidar la infraestructura”, un coste que ni la empresa ni ninguna administración pública están dispuestas a asumir.
Esta decisión ha sido muy criticada en el entorno. Desde el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos han lamentado la “celeridad” del proceso de demolición de todas las instalaciones de la central de Andorra, que comenzó la pasada primavera con la voladura controlada de sus tres torres de refrigeración, “transformando una infraestructura industrial emblemática, de gran valor ingenieril, en 37.000 toneladas de escombros”. “¿Hemos reflexionado lo suficiente sobre qué significa esta demolición?”, se preguntan los ingenieros aragoneses, para quienes la voladura de la chimenea de la central, de 343 metros de altura, más que los que tiene la Torre Eiffel de París, supone una “pérdida de oportunidades” para proteger y difundir el patrimonio de obra pública del siglo XX en España.
Por su parte, Teruel Existe aseguró que el derribo de la chimenea era “un nuevo atentado contra el patrimonio industrial del Bajo Aragón, la provincia de Teruel y Aragón”. La plataforma política, en una nota de prensa, ha calificado esta construcción como “un icono, la segunda estructura de hormigón más alta de España (343 metros de altura), símbolo de la industria minera que ha formado parte de la historia de la provincia” .
Las voces más críticas han surgido de la ciudadanía. Ya en 2020, Rolde de Estudios Aragoneses (REA) fue el primero en presentar un detallado estudio para justificar su preservación de la térmica y que esta fuera declarada Bien Catalogado del Patrimonio Cultural Aragonés. La petición se respaldaba en un informe científico de María Pilar Biel Ibáñez, miembro del Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial y coordinadora del Máster de Gestión de Patrimonio Cultural de la Universidad de Zaragoza.