El listado de relatos inspirados en el libro Nietas de la memoria, que cuentan las historias de sus abuelas silenciadas por la represión franquista, sigue creciendo. El libro se publicó hace ahora casi dos años y será protagonista de la próxima cita del Club de Lectura y Cata de la Asociación de Periodistas por la Igualdad. Noemí Sanjuan (Zaragoza, 1977) es una de sus autoras.
Diez periodistas publicasteis 'Nietas de la memoria' hace ahora casi dos años, pero este libro ha abierto la puerta a que se vayan conociendo muchos otros relatos en vuestra web, ¿cuántas “nietas de la memoria” hay ahora mismo?
No sé el número exacto de relatos que tenemos publicados ahora mismo en la web. El último salió hace sólo unos días y estamos preparando al menos tres más. Nuestro libro es que es muy universal: todas las nietas tenemos una abuela y muchas se pueden ver reflejadas en una o en otra historia. Entonces, el libro ha despertado mucho a la gente, las ganas de recuperar la propia historia de cada mujer de este país. Es algo que nos parece muy bonito. Era una de las cosas que queríamos: recuperar la historia y la memoria de todas esas mujeres que fueron silenciadas y que, de alguna manera, ya estaban siendo olvidadas, porque están desapareciendo y tienen historias terribles que se están perdiendo. Es un motivo de satisfacción muy grande que el blog esté funcionando de esa manera.
Entonces, ¿cree que sigue habiendo muchas mujeres que hoy en día son jóvenes y que están deseando recuperar y contar la historia de sus abuelas? ¿Qué tipo de mujeres suelen ser?
Tenemos de todo. Hay una generación de mujeres más jóvenes, nos han llegado muchas historias de nietas que ahora tienen entre 30 y 50 años, también más mayores... Ahora mismo estoy intentando recuperar la voz de la madre -no de la abuela- de una señora que nos ha escrito. Entonces, se ha despertado cierta conciencia entre las nietas, entre las mujeres más jóvenes, que recuerdan a sus abuelas, que acuden a esa fuente, con la suerte de tenerlas cerca. Pero también se ha despertado el recuerdo de mujeres un poco más mayores que quizá ya no tienen el referente de sus madres o abuelas. Y, también, incluso de las hijas, que eran muy pequeñas durante la guerra o nacieron ya durante la dictadura y, a raíz del libro o de escuchar entrevistas, han contactado con nosotras. Por ejemplo, nos pasó en la presentación: vino una señora que había escuchado la intervención de una compañera en Radio Nacional. Las nietas son muy heterogéneas.
¿Os habéis encontrado también con casos de abuelas cuyas nietas cuentan que prefirieron olvidar sus historias?
Si acuden a nosotros es porque realmente esa familia quiere recordar. Pero sí es cierto que nos hemos encontrado -incluso aparece en algunos relatos del libro- que en aquella época hubo mucho silencio. En algunas familias, como la mía o la de otras compañeras, se hablaba de todo lo que sucedió, siempre de puertas para adentro, claro. En otras familias, hubo muchísimo miedo, dolor, vergüenza, enfrentamientos dentro de las propias familias... Los vencidos no podían hablar en público de lo que les había pasado, casi ni siquiera en privado; podía tener graves consecuencias. De hecho, mi bisabuela sabía perfectamente en qué lugar habían fusilado a su marido y nunca pudo llevarle flores ni llorarle en público. Todo aquello generó un manto de silencio que lo cubrió todo y que muchas veces ha hecho imposible recuperar esas memorias.
¿Por qué ha costado tanto prestar atención a estas historias silenciadas?
A lo mejor era necesario que pasaran dos generaciones para llegar a este momento. Al principio, evidentemente, veníamos de una guerra civil y una dictadura que fue muy dura para todas ellas. Tuvieron que salir adelante solas y con gran sufrimiento. Después, vinieron la transición y otro tipo de luchas, que fueron las que mantuvieron generaciones como la de mi madre. Quizá el momento de empezar a destapar todo esto, escarbar de verdad en la historia y hacer este otro tipo de memoria nos ha llegado ahora a las nietas. Ya ha pasado el número suficiente de años, disfrutamos de unas libertades que tardaron mucho en llegar y las nietas ya hemos alcanzado cierto grado de madurez como para poder contar esas historias. Llega esa necesidad de investigar, de hacer memoria y de poner negro sobre blanco todo lo que pasó para que no se olvide y para que ellas también formen parte de la historia, aunque nunca hayan estado en los libros de texto. Y nosotras ya no tenemos miedo. Las diez autoras tenemos edades muy diferentes; alguna vivió directamente la dictadura, otras vivieron intensamente la transición, otras hemos nacido o crecido en democracia... Lo que tenemos en común es que todas hemos tenido el privilegio de hablar con nuestras abuelas de tú a tú, de tener esa relación tan especial que se tiene con las abuelas, de rescatar toda esa experiencia y sabiduría y, a la vez, disfrutar de una sociedad y una democracia cada vez más madura. De hecho, hace unos años ya, se empezaron a poner en marcha todos los mecanismos de memoria histórica, que siguen siendo muy necesarios.
Se dice que la historia la suelen contar los ganadores. ¿Vuestras historias son del bando de las perdedoras?
Para los ganadores ha sido más fácil contar la historia, rotundamente sí. Y sí que la mayoría de nuestras historias pertenecen más bien al bando de los vencidos, aunque esto no significa que no haya otras abuelas de otros bandos que también sufrieran. Entre nuestras historias, no todas son políticas: algunas hablan de la guerra, otras de la cotidianeidad de la vida en el mundo rural o en la ciudad y hay historias de mujeres que ni siquiera tenían ideas políticas. En aquella época a muchas mujeres se les atribuían las ideas políticas que tenía su marido o su familia, pero realmente ellas estaban mucho más ocupadas trabajando, llevando su casa, sacando adelante a sus hijos y negocios... sobreviviendo.
Las guerras las cuentan los vencedores, pero, además, suelen ser los hombres vencedores...
Claro, ese es el problema. Sobre nuestras abuelas ha caído un manto de silencio doble o triple. Primero, porque la historia ha estado generalmente contada por hombres hablando de hombres; aunque ahora, cada vez, hay más historiadoras. En la historia hay pocas mujeres; se ha contado la vida de grandes personajes públicos femeninos destacados por algún motivo, pero no se ha contado tanto la historia de las mujeres anónimas. Sin embargo, sí hemos leído muchísimos libros y hemos visto muchísimas películas y documentales que reflejan las historias de hombres anónimos. Darnos cuenta de que la historia siempre se había contado desde esa perspectiva androcentrista también nos hizo ponernos en marcha. Había que saldar esa injusticia y esa deuda histórica con todas esas mujeres, porque en esos tiempos oscuros de la guerra civil, de la post guerra y de la dictadura ellas también existieron y protagonizaron su mitad de la historia. Esa mitad de todo es lo que reivindicamos las feministas. Esa es una de las capas de silencio. Hay más: la que comentábamos de ser los vencidos; ha sido más fácil contar la historia para los vendedores, qué duda cabe. Otro manto de silencio fue el del propio machismo de la época: la moral y la educación que se daba a las mujeres las llevaba a ser ciudadanas de segunda. Había una moral férrea que las impedía salir de esas jaulas y también las silenció. Ahora ya todo empieza a ser un poco diferente.
¿Cómo ha sido para vuestros entornos que la historia de vuestras abuelas haya aparecido en un libro como este?
En general, ha sido muy satisfactorio para todas nosotras. Todavía queda alguna de las protagonistas vivas y para todas ellas ha sido muy, muy especial ver publicada su historia. No pensaban que esto pudiera pasar. En el caso de las abuelas que no están, que son la mayoría y que es, por ejemplo, mi caso, ha sido muy bonito; para mi familia, también. Ha sido como cerrar una cuenta pendiente porque yo hablaba mucho con mi abuela, ella me contaba estas historias y siempre habíamos dicho que había material para un libro. Ella sabía que yo tenía ganas de escribir este relato. Lo que pasa es que la propuesta me llegó justo dos semanas después de su muerte. Entonces, ella nunca pudo saber que yo me había implicado en este proyecto, pero era algo que habíamos hablado desde hace muchos años. Para mí también es un homenaje a ella y un recuerdo muy bonito y emocionado.