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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Elisa Navarro

18 de febrero de 2021 22:48 h

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Puertas que conducen al interior de la naturaleza, animalitos de todas las especies: ratones tomando té, caracoles al sol, un caballo desbocado, abejas fabricando miel o búhos custodiando ventanas. También hay castillos, fortalezas, casitas de duendes, pasarelas secretas… Un mundo de fantasía y magia que constituye, desde el pasado mes de septiembre, el Burosque de Bureta. Un espacio artístico y natural que nace a raíz de una iniciativa un tanto casual y que ha logrado poner a este municipio zaragozano, de poco más de 200 habitantes, en el mapa de España. 

Laura Sánchez, Virginia Colás, Elena Bellido e Inma Sánchez son las cuatro protagonistas de este proyecto. Son jóvenes, viven en Bureta y quieren demostrar, a través de su ejemplo, que la vida en un pueblo es posible. Movidas por este deseo, surge la “Asociación Bureteandoando” que lucha contra la despoblación. Una palabra que puede sonar un tanto manida en la actualidad pero que supone un lastre real para municipios como Bureta.  

“Somos conscientes de que todos los pueblos envejecen, llevamos tiempo viéndolo, pero este año hemos podido constatar cómo un problema sanitario puede hacernos tambalear. Perder en un año a cinco abuelos es una gran tragedia, además de que, en la mayoría de los casos, son tu familia”, relata Elena.

Así, sintieron la necesidad de anunciar a los cuatro vientos que estaban ahí, dispuestas a recibir a familias con ganas de repoblar el campo. Querían aprovechar también el tirón del confinamiento, que había despertado entre la población el deseo de vivir de forma más libre y natural.  

Entre sus principales puntos de mira, se encuentra la escuela unitaria que mantienen abierta como el principal de sus trofeos. Saben perfectamente que un pueblo con escuela, es un pueblo que, al fin y al cabo, se resiste a morir. Actualmente cuenta con ocho niños. Al año que viene serán nueve, pero conocen mejor que nadie, por los años que llevan combatiendo, que, con esas cifras tan justas, “a la mínima te la juegas”. 

“Con el Burosque y todas las actividades que proponemos desde la Asociación queremos demostrar que hay movimiento en el mundo rural. Somos un pueblo pequeño, pero, aquí, hay vida”, asegura Laura. “Nadie se va a preocupar por venirse a vivir a un lugar que no se mueve y que no busca alternativas para sobrevivir”, añade. 

Quizá por eso, no dejan de demostrar que lo que realmente está en constante movimiento es su imaginación. Laura, con dos niñas pequeñas, fabricó una casita, la primera de ellas, para recibir por todo lo alto al Ratoncito Pérez. Por aquel mes de agosto, todavía no existía –ni se perfilaba como posibilidad- el ya popular Burosque de Bureta. 

Ante la aceptación de la casita entre los niños del pueblo, pensó en colocarla en la cuesta del molino -custodiada por 35 pinos-, para ir fabricando, poco a poco, otras diferentes que pudieran despertar, de alguna manera, la atención de los viandantes. Una zona muy transitada por ser la antesala del río Huecha y por estar cerca de la antigua vía del tren que conecta a la mayor parte de pueblos de la comarca del Campo de Borja.

Lo que comienza siendo una idea aislada, adquirió, de la noche a la mañana, todo su sentido actual. Impulsados por la asociación y con la ayuda de más manos voluntarias, construyeron, en prácticamente un solo fin de semana, la mayor parte de lo que hoy constituye este particular bosque encantado. 

Prácticamente todos sus habitantes están ya involucrados con una idea que pretende seguir creciendo más y más. “Cada uno aporta lo suyo, siempre que siga la misma línea. Desde un principio se dejó claro que las casitas debían estar hechas a mano y con material natural reciclado. Nada de plásticos”, explica Laura. Virginia bromea con el uso de los materiales: “Estamos todo el día barriendo la zona, por eso, ahora, vas a buscar piñas y ya no hay”,

Un bosque con imán

Los comienzos del Burosque prácticamente coincidieron con la reapertura del Palacio de Bureta, que llevaba un año cerrado. Desde la “Asociación Bureteandoando”, están orgullosas de que el bosque haya contribuido al impulso de este negocio histórico y cultural tan importante para el municipio. Saben que no es fácil emprender en tiempos de pandemia y tampoco en el marco rural. Sin embargo, el encanto del bosque o la magia que promete tener, atrajo ese fin de semana hasta 600 visitantes que, por su puesto, consumieron en el palacio. -Se dice pronto pero no dejan de ser 600 visitantes en un pueblo de 200-. “Desde el ayuntamiento, tuvieron que habilitar rápidamente un parking porque fue un boom”, recuerdan. 

Con el cierre perimetral de Zaragoza han aprovechado para tomar impulso y seguir fabricando casitas. “Había fines de semana que no podíamos ni siquiera arreglar los destrozos por la cantidad de gente que había y tampoco nos gusta tenerlo de cualquier manera”, aseguran.  

El Burosque resistió sin problema a los efectos de Filomena o incluso a los del cierzo. Sin embargo, como ocurre en la mayoría de bosques del mundo, hay fenómenos más difíciles de combatir, como “los humanos despistados que dejan a sus niños como si el bosque fuera indestructible”, afirma Elena. “Si, nos lo arrancan todo. Es normal que interactúen y con eso contamos, pero hay veces que echas de menos la supervisión de sus padres y madres. Hay que aprender a disfrutar pero respetando”, continua Laura. 

Un bosque con bandera

Bureta es uno de los destinos turísticos de la Ruta de la Garnacha y está luchando por conseguir la bandera verde que lo convierte en un destino sostenible y respetuoso con el medioambiente. 

Para conseguirla, tienen que cumplir con una serie de acciones que reconocen el esfuerzo y la sensibilidad para cuidar de un paisaje que haga de Aragón un lugar atractivo para sus visitantes.  

En Bureta, a través de trabajos voluntarios por parte de todo el pueblo, se están encargando de limpiar los bosques de maleza y repoblar las zonas más golpeadas. En la misma línea, el Burosque también contribuye a la obtención de esa bandera, pues no deja de ser una forma de reciclar la naturaleza para convertirla en arte. 

Este bosque también permite conocer el trajín silencioso de la naturaleza. Una idea que, sin embargo, es parte de un proyecto mucho más ambiciosa: hacer crecer a un pueblo que no quiere morirse y que recurre al arte y a la creatividad para mantenerse con vida. Porque detrás de cada árbol y de cada casa vacía están las raíces de lo que fueron y lo que son. Su historia y sus tradiciones. 

El futuro de “Bureta encantada” es tan amplio como la imaginación de estas jóvenes que no quieren rendirse. Su lucha terminará cuando consigan repoblar y rehabilitar su entorno. Una tarea que requiere de ayudas gubernamentales, fiscales y la voluntad por parte de los nuevos inquilinos por incorporarse al mundo rural, con el correspondiente respeto al entorno que esto conlleva. Mientras tanto, su atractivo supone el deleite visual e imaginario de todos los que lo visitan. Un bosque que demuestra que nunca hay un pueblo perdido mientras haya gente dispuesta a luchar en su nombre. 

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