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Un crimen de 1877, una novela de 1997: la “memoria estremecida” del caso de bandolerismo que conmocionó a Mequinenza

Los 'llaüters', los navegantes del río Ebro que tenían muelles en Mequinenza, aparecen frecuentemente en las novelas y cuentos de Moncada. La construcción de la presa acabó con este oficio.

Óscar Senar Canalís

Zaragoza —

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“Muy señor mío y amigo. Apena el alma tomar la pluma para transmitir noticias como las de que voy a ocuparme en esta carta, no solamente por el daño material que los hechos causan, sino también, y más aún, por la honda perturbación que aquellos presentan en los pueblos en cuyo suelo se perpetran. He aquí los hechos...”. Así comenzaba su nota, fechada el 27 de agosto de 1877, el corresponsal en Caspe del Diario de Zaragoza. Se disponía a relatar el truculento crimen que tuvo lugar en el paraje de Vallcomuna, a medio camino entre esta villa y Mequinenza. Más de un siglo después, Jesús Moncada, el escritor mequinenzano, autor aragonés en lengua catalana, entregaba a la imprenta 'Estremida memòria', una novela que llevaba a la ficción uno de los episodios de bandolerismo más señalados de su época.

En el preámbulo de 'Estremida memòria', Moncada agradece a Agustín Montolí haber recogido los hechos. Este era escribano en el juzgado de Caspe por aquella época, y redactó de su propia mano una relación de los hechos, que sirvió como guía al escritor para su relato. Montolí fue testigo directo de lo acaecido, y acabó escandalizado por cómo la justicia se condujo en el caso.

¿Y qué ocurrió? El manuscrito de Montolí encontrado en el juzgado de Caspe fue reproducido en un librito que se guarda en el Museo de Mequinenza. En la mañana del 25 de agosto de 1877, el recaudador de contribuciones del Banco de España que había estado visitando la zona esos días, la pareja de la Guardia Civil que lo escoltaba y el bagajero Manuel Sanjuán, natural de Mequinenza y que ayudaba en el transporte, fueron asaltados por cuatro hombres armados a la altura de Vallcomuna. “Ah ladrones, somos perdidos”, dijo uno de los guardias, según el relato del escribano, y no se equivocó. Los asaltantes, a sable y trabuco, creyeron darles muerte violenta a todos; tuvieron un primer momento de clemencia con su paisano el bagajero, pero luego arrepintieron al ser conscientes de que no podían dejar testigos. Se hicieron así con 13.745 pesetas, una fortuna.

Los bandidos estaban liderados por Victoriano Teixidó, apodado el “Pregoné” (pues ejercía como pregonero en Mequinenza), y le secundaban -bien por decisión propia, bien bajo amenaza- Antonio Borbón, guardia del monte; Alejos Prunera, herrero, y Mateo Sanjuán, labrador y cuñado del primero. El “Pregoné” era manco, y esa característica física fue su condena: uno de los guardias civiles sobrevivió a duras penas oculto en una margen del camino y, cuando lo encontraron las autoridades, identificó sin dudarlo al culpable, que fue detenido junto a sus compinches, a los que el benemérito posteriormente también señaló sin equívoco en la rueda de reconocimiento. Borbón no llegó ahí: al intentar fugarse en su traslado a Caspe, fue abatido a tiros; la novela especula sobre si su apellido anticipó la condena, por no ver mezclado el real nombre en tan turbio asunto.

La indignación del escribano

Hasta aquí el relato del crimen. Pero hete aquí que Montolí, en plena Restauración Borbónica y con las cenizas carlistas aún humeantes, era un individuo con valores progresistas, y no se resistió a anotar en su escrito un detalle que le indignó. Y es que, por ser muertos dos guardias civiles, la causa se instruyó por la vía militar, y a los reos se les adjudicó como defensa en el juicio a dos tenientes del Ejército. “Figurábanse Teixidó, Prunera y Sanjuán hallar en sus defensores buenos padres que abogando por ellos expusieran ante el consejo razones y argumentos que demostraran la mayor o menor criminalidad. ¿Qué capacidad, qué razones jurídicas ha de saber exponer quien alcanza la graduación de Capitán, Teniente efectivo por la constancia en el Ejército desde que sentara plaza de soldado? Ninguna”, apuntó Montolí.

A Montolí, que quizá dejó su escrito archivado con la esperanza de que alguien lo leyera en el futuro, pues no tenía destinatario, también le exasperó que solo se juzgara y condenara a los criminales por el asesinato de los guardias: “¡Y el delito de robo de caudales, el asesinato del recaudador Lloro y el asesinato del desgraciado bagajero! ¿Y las indemnizaciones?”, se preguntó retóricamente.

Aquella farsa de juicio solo tenía un final posible. La ejecución de los presos tuvo lugar en Mequinenza: “Fusilándolos aquí pretenden cubrirnos de vergüenza; jamás nos la sacaremos de encima”, dice una chafardera en la novela. “A las ocho y cuarto de la mañana del 26 [de noviembre] sufrieron la pena de muerte en la alameda junto al [río] Segre, Mateo Sanjuán, Alejos Prunera y Victoriano Teixidó, dando este último dos pesetas a los soldados que dispararon contra él”, concluyó su informe Montolí. Coplas y romances populares recogieron el caso, incidiendo en el postrero gesto arrogante del pregonero, que supuestamente ofreció las monedas para que le acertaran a la primera.

Un recuerdo traumático

De 1877 a 1997. Jesús Moncada publica la que se iba a convertir en su última novela completa, 'Estremida memòria'. El escritor mequinenzano (1941-2005) ya había hecho de su pueblo territorio de ficción con 'Camí de sirga' (1988), título de culto traducido a multitud de idiomas. Literato meticuloso, vertió en la trama de su postrera novela el recuerdo colectivo de sus vecinos sobre el caso del “Pregoné”, con el texto de Montolí como guía. De hecho, el escribano de Caspe fue el único personaje que conservó su verdadera identidad en el libro, “a fin de prevenir suspicacias, malentendidos y embrollos”. Así reza el prefacio, que advierte que “remover difuntos y desarraigarlos de la muerte plantea una cuestión ciertamente espinosa: la tiniebla, por desolada que parezca, se arremolina tarde o temprano en el lado de los vivos”.

El mequinenzano Hèctor Moret, experto en la obra de Moncada, cuenta que “este hecho luctuoso se ha mantenido en la memoria del pueblo, aunque había algunas familias a las que no gustaba que se hablara de ello, ya que tenían algún tipo de parentesco con los autores del asalto. Hay que pensar además que fueron hechos que dieron mala fama a Mequinenza”. Moncada muestra este aspecto espinoso a través del personaje de ficción Arnau de Roda, descendiente de uno de los testigos y apuntador epistolar de la narración, en cuyas cartas se trasluce el malestar de los vecinos al enterarse de que proyectan un libro sobre esta historia.

Las mujeres, protagonistas de la novela

Moret señala que 'Estremida memòrica' es, entre otras cosas, “una reivindicación de las mujeres mequinenzanas”. Queda patente en pasajes como este, donde Moncada describe la angustia de Emília, la mujer del herrero, convencida de la inocencia de su marido: “Daría la vida por ahorrarle las horas que le quedan, para que un rayo le fulminase ahora mismo. A las ocho de la mañana, empezará para él la tiniebla; para ella y sus hijos, la soledad marcada por la infamia”.

La investigadora Laura Farré ha consolidado esta hipótesis en sus trabajos sobre 'Estremida memòria', uno de los cuales le valió el II Premio de Investigación Jesús Moncada que convoca el Ayuntamiento de Mequinenza. Farré destaca que Moncada, aunque nunca llegó a afirmar esta intención, adoptó el punto de vista de seis mujeres.“Son quienes cogen las riendas y cuentan la historia, de manera que vemos claramente que son ellas quienes llevan el peso de los hechos y de la memoria y quienes influyen en el transcurso de los acontecimientos”, explica la experta.

Farré destaca al personaje de Amàlia: “Es una mujer valiente y decidida que es capaz de tomar decisiones importantes y actuar para cambiar su realidad”. Entre esas resoluciones, y antes de que ocurra el crimen, está el separarse de su marido Simó, nombre de uno de los asesinos de Vallcomuna en la ficción, y unirse a otro hombre, lo cual le acarreará un doble estigma: por un lado, el de adúltera; por otro, paradójicamente, el de sospechosa de ser cómplice del que fuera su esposo.

Aquella Mequinenza ya no existe

“La Mequinensa que va viure aquell tràngol ja no existeix...”, escribió Moncada. Esta es la traducción al castellano de su explicación: “La Mequinenza que vivió aquel trance ya no existe. La construcción de un pantano en el Ebro la borró del mapa en 1975. Desde entonces, los mequinenzanos viven en una población nueva, muy cerca del lugar que ocupaba la antigua. Así que, cuando alguno habla del «pueblo viejo» se refiere al desaparecido, convertido ahora en un frágil laberinto de ceniza que el viento araña y se nos lleva, brizna a brizna, de la memoria”.

La historia del bandolero Teixidó y sus compinches pervivió en la memoria estremecida de los mequinenzanos y no quedó sumergida por el pantano. Como muy probablemente tampoco se hundieron bajo las aguas las 2.594 pesetas y 31 céntimos que nunca se recuperaron del botín.

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