Un inesperado pintor para los Desastres de la Guerra Civil
“Tenía 10 años, subíamos a Daroca a por pienso con el carro. Al llegar al puente de Cañamón oímos tiros. Vimos a los guardias civiles alejarse: ya habían hecho la faena. Tuvimos que retirar los cuerpos a un lado del camino. Aquello se me quedó grabado en la mente, me di cuenta de que era importante, y por eso lo he puesto en un cuadro”. Con estas llanas palabras describe Felipe Estella (Montón, Zaragoza, 1926) su obra 'El puente de Cañamón', una de las impactantes pinturas sobre la Guerra Civil que conforman la exposición que le dedica la librería La Pantera Rossa de Zaragoza hasta el próximo 29 de octubre. Se trata de la primera muestra de este artista por sorpresa, un hombre de campo que espero a la jubilación para dar forma a sus recuerdos e ideas.
Felipe Estella es, sin saberlo, muchas cosas. Se podría decir, por su estilo 'naif', que es un artista 'outsider'. Por temática, cabría inscribir sus obras en la 'estética de la víctima', de la que también es exponente Katia Acín. Es también, a través de sus retratos, un severo analista político. Por su forma de vida, es un decrecentista, alejado de toda idea de enriquecimiento (una de sus posesiones más preciadas es un Seat 600, que mantiene como nuevo). Es todo eso, pero, sobre todo, es el hombre que en 1936, siendo un chaval, vio como unos guardias civiles fusilaban a un grupo de personas en la margen de un camino. Y ese día, aquel niño, hijo de un concejal republicano y al que le gustaba dibujar en la escuela bajo la mirada del maestro Don Manuel, vio como su mundo se desmoronaba.
Durante años, un espeso silencio. Pero llegó la jubilación y, sorprendida, su familia descubrió que el tío Felipe escondía a un artista. “Dijo que ya no quería saber nada más de la fruta y del tractor, que colgaba los aperos y se dedicaba a lo que siempre había querido, la pintura”, explican sus sobrinas Pilar y Miriam. Arrancó entonces una furia creativa que le llevó a pintar sobre cualquier tipo de soporte -“donde sea”, dice Felipe- lo mismo en un encofrado de cemento que en una escayola o un cabecero de cama.
Su familia recuerda que sus primeras obras, a mediados de los años 90, tuvieron como protagonistas a Marlene Mourreau -sí, la vedette televisiva- y a Felipe González, al que por entonces admiraba. Luego vendría una rápida evolución y otras fases artísticas, difíciles de situar en el tiempo porque, según explica Estella, “no ponía las fechas en los cuadros, no sabía que era algo importante”.
En torno al año 2000 realizó sus cuadros dedicados a la Guerra Civil. Además de en el ya citado 'El puente de Cañamón', en 'Las Planas' recrea el fusilamiento del que fue testigo. Bajo la iluminación de la luna y de los faros de los coches de la Guardia Civil, muestra al grupo de fusilados, algunos todavía puño en alto - “mucha gente gritando 'viva la República, viva el comunismo, criminales fascistas”, escribe Estella sobre la escena-, otros ya abatidos, e incluso una madre con su hijo asesinado en brazos. Otro triste recuerdo plasmado por sus pinceles es cuando les fue incautada la gramola del cafetín que regentaba su familia en Montón.
La obra de Felipe Estella no solo se alimenta de la amarga memoria de la Guerra Civil. Sin haberse movido apenas de su pueblo, ha retratado a algunos de los principales protagonistas políticos de la pasada década. En 'Las Azores', dibuja un olivo asentado sobre un campo con los colores republicanos, bajo cuya sombra se cobijan Aznar -sentado en una taza de váter-, George W. Bush y Tony Blair. En otro de sus cuadros caricaturiza a Mariano Rajoy, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana a guisa de boxeadores y rodeados de cruces. “Está obsesionado con la Iglesia, cree que es quien tiene todo el poder”, explican sus sobrinas.
Motivos florales, paisajes o escenas costumbristas son otras de las temáticas que trata Estella. Pero incluso en este último género, casi pastoril, deja traslucir su particular modo de entender el mundo. El tríptico 'La tía Militona' retrata a una señora mayor que vivía sola y se mantenía por sus propios medios segando, trillando y vendiendo su propio trigo. “Mi tío admiraba a aquella mujer, a la que hoy consideraríamos decrecentista, que solo necesitaba lo justo para vivir”, explica Pilar. Otro de los proyectos de Estella, este inconcluso, pasa por diseñar su propio ataúd “ateo”.
Costó sacar de Montón y llevar a Felipe a la inauguración de su exposición el pasado 17 de septiembre en Zaragoza. “Vivió la dictadura atemorizado, por eso no quería mostrar su trabajo, pensaba que le iba a pasar algo”, cuenta su familia. Son ellos quienes han querido poner en valor el trabajo de su tío, registrando en dos libros autoeditados y de tirada limitada para allegados sus pinturas y poesías - porque Felipe Estella también escribe-.
El día de la puesta de largo de su muestra, antes de que los nervios y la emoción le hicieran titubear, Felipe Estella resumió en una frase el único afán que le ha movido a crear: “Quería dejar constancia de lo que ha sido mi vida”.