Por un puñado de liras. O más bien, por unos cuantos miles. Ese fue el principal motivo que llevó a los productores de cine italianos, que habían encontrado su peculiar filón de oro en las películas del Oeste, a trasladar parte de sus rodajes a España. Corrían los años 60 del pasado siglo, y el spaghetti western vivía su época dorada. La conexión ibérica corrió por cuenta de los Estudios Balcázar, una empresa peletera reconvertida en industria cinematográfica, que pensó que, aunque Almería era el escenario habitual de estas cintas, los Monegros estaban más cerca de Barcelona y saldrían más baratos. Ahora, el documental Goodbye Ringo recupera parte de este capítulo poco conocido del cine español.
Pere Marzo (Barcelona, 1988), director de la cinta, explica cómo esta historia llegó a sus manos: “Fue por pura casualidad. Un amigo me comentó la existencia de un actor que rodó muchos westerns, George Martin, que en realidad se llamaba Paco Martínez y era de Barcelona. Fui tirando de aquel hilo y llegué a los Estudios Balcázar, epicentro de la producción de western en Catalunya y Aragón. ¿Cómo era posible que existiera algo tan potente, en lo que estuvieron implicados directores conocidos como Duccio Tessari o Tinto Brass, y que no quedara nada de aquello?”.
De aquella frustración surgió el reto de intentar localizar a los últimos supervivientes de aquella industria y registrar su relato. “Directores, actores, técnicos... gente que dejó de hacer cine hace tiempo, pero a los que todavía les brillaban los ojos cuando les preguntábamos cómo se hacían aquellas películas”, cuenta Marzo. Entre esos nombres están los cinco protagonistas del documental: Alberto Gadea, quien fuera actor y jefe de especialistas de Estudios Balcázar; Paco Marín, director de fotografía; los directores Giorgio Capitani y Romolo Guerrieri, y el productor Maurizio Amati.
Paisajes reconocibles
Las personas desaparecen -Capitani falleció poco después del rodaje del documental-, pero el paisaje permanece. Goodbye Ringo se abre con Alberto Gadea recreando una de las escenas más memorables de El Yankee (1996), la del tiroteo, rodada en el despoblado de Cardiel. Otros escenarios aún reconocibles de aquel filme de Tinto Brass se sitúan en Alcolea de Cinca.
“Los espacios nos cuentas muchas cosas -afirma Pere Marzo-. Algunas veces por oposición, como el solar donde estuvieron los Estudios Balcázar, donde hoy no queda nada; otras, porque los paisajes de Fraga, Alcolea, Chalamera o Candasnos siguen vinculados a aquellos rodajes, porque aún son reconocibles y permiten todavía hoy trasladarse al western... Con un poco de atrezzo, tal como hacían entonces plantando cactus para las escenas, siguen siendo escenarios perfectos”.
De entre las películas rodadas por los Balcázar en los Monegros y el Bajo Cinca, Marzo destaca la conocida como Saga de Ringo: Una pistola para Ringo y El retorno de Ringo, de 1965 y 1966, respectivamente; de estas, la primera se rodó en Almería, mientras que los exteriores de la segunda tienen Fraga como localización. “Ahora estos títulos no te dicen nada, pero en su momento fueron un bombazo. Hay incluso quien las considera las verdaderas iniciadoras del fenómeno del spaghetti western, porque aunque Sergio Leone ya había estrenado Por un puñado de dólares en 1964, estas fueron un gran éxito en taquilla”. Asimismo, Marzo recomienda recuperar la ya citada El Yankee y Los profesionales del oro (Giorgio Capitani, 1969), a la que califica como “una joyita”.
Buena parte de la historia de estos rodajes en el Alto Aragón fue también recuperada en 2011 por Sergio Belinchón en su exposición Western, producida por la Diputación de Huesca. En aquella muestra, desde una perspectiva más próxima al arte, además de la historia de las cintas bajo el sello de los Balcázar, se incluyeron las producidas por la productora de Ignacio F. Iquino: entre las dos, sumaron casi una treintena de rodajes en tierras oscenses, con títulos tan americanos como Oeste Nevada Joe (1964), Pistoleros de Arizona (1965), Cinco pistolas de Texas (1965), Dinamita Jim (1966), Texas Kid (1966) o Los fabulosos de Trinidad (1972).
Un final de leyenda
El fin de los Estudios Balcázar fue “la caída de un imperio”, en palabras de Pere Marzo. “En una década, entre España e Italia se rodaron unas 500 películas del Oeste, algo desmesurado. Corría tanto dinero que los productores cerraban acuerdos para hacer películas sin ni siquiera conocer el argumento. El público se cansó de aquello, dejaron de tener éxito en taquilla y el género entró en declive”, explica el director de Goodbye Ringo. A esto se unió la crisis del sector y un cambio de modelo en el cine español que hacía inviable los grandes estudios. Esplugas City, el gigantesco poblado levantado en 1964 a las afueras de Barcelona, dejó de tener sentido.
Ante este panorama, los Balcázar pusieron The End a su aventura empresarial a lo grande. La familia trató de sacarle un último rendimiento al decorado convirtiéndolo en un parque temático, al estilo de los hoy existentes en Almería. Sin embargo, cuenta la “leyenda” -según la propia expresión de Marzo-, que el ministro de Información y Turismo del momento, Alfredo Sánchez Bella, en un desplazamiento a la capital catalana, observó con horror lo que desde lejos parecía un poblado chabolista, y ordenó inmediatamente su derribo, por la mala imagen que transmitía a los turistas que aterrizaban en Barcelona.
Así las cosas, los Balcázar quemaron y dinamitaron el poblado al completo, con su Saloon, su Bank y su plaza para los ahorcamientos, y rodaron la escena para aprovecharla en su postrero filme: Le llamaban Calamidad. Un final digno de película para un sueño cuyo recuerdo aún recorre las polvorientas llanuras de los Monegros.