A menos de una semana de estrenar La Ciudad de las Mujeres, Vicky Calavia (Zaragoza, 1971) no puede perder ni un minuto. Habíamos quedado muy cerca del lugar en el que impartirá una clase justo después de nuestra entrevista; nos propone cambiar de ubicación para vernos al lado del edificio en el que asiste a una reunión justo antes. Llega a todo a tiempo.
Usted siempre quiere poner en valor a los olvidados del mundo del cine. Ahora está a punto de estrenar La Ciudad de las Mujeres, ¿el cine olvida a las mujeres? La Ciudad de las Mujeres,
Sí, son olvidadas por toda la sociedad. La historia está hecha por mujeres y hombres, pero en los libros solo aparece la “historia del hombre”. En el mundo de la cultura, aún es más sangrante. En Zaragoza, hay muchas mujeres que yo conozco desde hace años que tienen proyectos culturales muy interesantes. Quería situarlas en la primera fila que merecen y que no suelen ocupar.
¿Cómo ha afrontado ese reto?
Lo más difícil ha sido elegir solo a diez mujeres; el documental es de una hora y hacía falta un tope para poder “respirar” las historias. Iba a ser un documental que abarcaba más ámbitos, como el científico u otros sociales, pero finalmente fui depurando el guion hasta que decidí dedicarme solo a personas que se dedican al hecho creativo. La idea surgió pensando en una mujer a la que yo siempre he querido dedicarle un homenaje audiovisual: Helena Santolaya, que, para mí, es un pequeño gran genio. Es muy creativa, forma parte de la cultura más underground de Zaragoza, es una artista con mayúsculas. Partiendo de ella, seleccioné el perfil de las otras nueve mujeres para conseguir cuadrar una especie de Tetris de la creación hecha por mujeres que han levantado un espacio. Puede ser un espacio público, como el Teatro de la Estación de Cristina Yáñez o la Escuela de Danza de Emilia Bayo, o cultural como el programa Oregón Televisión de Marisol Aznar. Inma Chopo, la bailarina de la danza del vientre por excelencia de El Plata, ha creado espacios de cultura alternativa, que son La Suite y La Clandestina. Otros espacios son más privados, porque algunas mujeres que tienen sus estudios creativos en su domicilio, como ocurre en casa de Helena Santolaya.
¿Recupera, entonces, la idea del arte como creación, como construcción?
Como construcción en el espacio y también en el tiempo, porque la creación no se hace en un día. Requiere una pausa, una reflexión, una prueba ensayo-error, un discurso conceptual, quién eres y qué cuentas. Muchas más mujeres cumplen esos requisitos; con las diez elegidas he buscado reflejar un espectro amplio porque pertenecen a diferentes ámbitos: la literatura, la danza, la música, la arquitectura...
¿Qué podremos descubrir de estas mujeres con el documental?
Una de las cosas que contamos es lo difícil que es sacar adelante proyectos propios desde el ámbito privado de la cultura en una ciudad como Zaragoza, sobre todo, siendo mujer. Somos la periferia de la periferia. Todas cuentan de alguna manera que su trabajo les supone mucho esfuerzo, aunque también que lo afrontan con mucha ilusión. Aun así, no es un documental que deje un mal sabor de boca, no nos dedicamos todo el tiempo a llorar. Ya sabemos todos de qué va este mundo, lo ponemos en cuestión, pero también hay que contar por qué seguimos ahí. Y es por vocación.
¿Por qué es más difícil el mundo de la cultura para las mujeres?
Marisol (Aznar) cuenta que ella es actriz, de acuerdo; que actriz cómica ya es un escalón más; y que realizar guiones de humor, un trabajo que la gente asume como masculino, otro. Es más complicado conforme asciendes en la importancia de la actividad laboral. En el ámbito de las responsabilidades medianas y menores parece que la sociedad sí encuentra un lugar para las mujeres. Lo más molesto es cuando asumimos puestos de poder: ser directora, gestora, productora, empresaria...
¿Le preocupa que en los últimos premios Goya premios Goyay Óscar, el número de mujeres que han conseguido nominaciones y galardones en categorías no estrictamente femeninas haya sido limitado?
Me preocupa, aunque es algo que está ahí, que forma parte del día a día. Me preocupa sólo en el sentido de intentar cambiarlo. No me interesan los grandes discursos, sino las acciones pequeñas. ¿Qué puedo hacer desde mi ámbito? Por ejemplo, yo organizo el festival Proyecta Aragón, siempre he dado cabida a las mujeres directoras y muchas de ellas han conseguido después proyección, como es el caso de Paula Ortíz. Lo cierto es que hace nueve años, solo el 4 % de la producción audiovisual aragonesa estaba hecha por mujeres: cortos, documentales, vídeo-clips, animación... A día de hoy, ese porcentaje es del 15 %. El incremento es importante, pero aún así, sigue siendo solo el 15 % de la producción total. Nos encontramos con muchas mujeres guionistas, scripts, ayudantes de dirección, ayudantes de producción, incluso cada vez hay más productoras. Sin embargo, en el puesto de la dirección es muy complicado encontrar mujeres. Creo que también influye la educación. Yo nací en una familia de mujeres en la que mi padre era una más. No había ninguna diferencia: en mi casa, mi padre hacía la tortilla de patata o se ponía barrer exactamente igual que mi madre, mis hermanas o yo misma. El entorno de todas mis amigas era muy diferente. Las vivencias en la infancia marcan mucho porque nos hacen ver como natural lo que hemos vivido. Es básico entender con naturalidad que hombres y mujeres somos diferentes en algunas cosas, pero no en otras muchas y que, por supuesto, tenemos los mismos derechos. También es una cuestión de no tener miedo a ser responsable de un proyecto. A veces, las mujeres nos autocensuramos. Y eso también es una cuestión de educación.
También sigue siendo limitado el número de películas que superan el test Bechdeltest Bechdel, ¿le parece preocupante?
Sí, es revelador. No pienso que haya que superar siempre ese test, sería maniqueo. Pero sí que te das cuenta de que los papeles importantes son mayoritariamente masculinos, los personajes femeninos están envolviendo a los demás, pocas veces tienen la importancia que merecen.