Vida y mito de 'El Cucaracha': el bandolero que aún cabalga en la cultura popular 150 años después

Detalle del cuadro 'Bandoleros', de Eugenio Lucas Velázquez. Hacia 1860. Museo Nacional del Prado. Madrid

Miguel Barluenga

10 de febrero de 2025 22:42 h

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150 años después de su muerte, el bandido Cucaracha sigue muy vivo gracias a las representaciones de su vida y desventuras que se han plasmado en libros y estudios eruditos; también, en cómics, obras de teatro con actores de carne y hueso y títeres, musicales, figuras de ‘cabezudos’, películas de animación o incluso cerveza artesanal. El Robin Hood aragonés se mantiene como una figura épica, mezcla de realidad, ficción y leyenda. Existió. Se llamaba Mariano Gavín Suñén. Probablemente, algunas de sus andanzas se han idealizado. En todo caso, presentan el contexto del Aragón brutal, atrasado y empobrecido de la segunda mitad del siglo XIX. Ni siquiera está clara la cronología de su muerte, el 28 de febrero de 1875. Fue abatido por la Guardia Civil, pero es posible que previamente fuese envenenado.

Este bandolero vivió en la sierra de Alcubierre (Huesca) y su vida también sirve de marco a la lucha de clases que entonces se empezaba a desarrollar y que, simplificando su biografía al extremo, le hizo robar a los ricos para dárselo a los pobres. Mariano Gavín Suñén nació en 1838 en Alcubierre, una localidad de la comarca de los Monegros. Hijo de Manuel Nicolás Gavín Ariño e Ignacia Suñén Casamayor, creció en una familia de origen humilde dedicada al oficio de caldereros. Desde joven trabajó como jornalero, mozo de mulas y carbonero, oficios comunes en la zona durante el siglo XIX. 

El origen del apodo de Cucaracha tiene varias teorías. Una de ellas sugiere que proviene de su trabajo como carbonero en la sierra de Alcubierre, donde debido al hollín y al polvo su apariencia recordaba a la de una cucaracha. Otra indica que el término “cucaracha” se utilizaba en la época como sinónimo de ladrón o asesino, lo que podría haber influido en la adopción de este mote. 

En 1862, Mariano contrajo matrimonio con Jobita Amador, una joven de 23 años originaria de Alcubierre. A pesar de su unión, la pareja no tuvo descendencia. Tras la muerte de Mariano, Jobita se casó nuevamente con un hombre de Villamayor, quien presumía que ella poseía una gran fortuna oculta, lo cual resultó ser falso. 

La vida de Mariano Gavín Suñén estuvo marcada por las convulsiones sociales y políticas de su tiempo, especialmente las guerras carlistas que asolaron España en el siglo XIX. Estas circunstancias, sumadas a las dificultades económicas y las injusticias sociales, lo llevaron a abrazar el bandolerismo. Su conocimiento del terreno monegrino y su habilidad para evadir a las autoridades le permitieron operar durante años, convirtiéndose en una figura temida y, para algunos, admirada.

El 28 de febrero de 1875, con 37 años, Mariano Gavín Suñén fue abatido por la Guardia Civil en el corral de la Anica, cerca de Peñalbeta, en Lanaja. Su muerte fue celebrada por muchos habitantes de la región, quienes veían en él una amenaza constante para su seguridad y bienestar. Se apunta a que el boticario de Lanaja, Manuel Maza Lacasa, habría envenenado el vino que el bandido Cucaracha tomó previamente, lo que facilitó la labor de las fuerzas de seguridad.

La figura de este bandolero ha sido objeto de estudio por parte de historiadores y escritores que buscan desentrañar la realidad detrás del mito. En su obra ‘Cucaracha el bandolero’, José Antonio Adell Castán y Celedonio García Rodríguez analizan su vida y las leyendas que lo rodean y aportan una visión detallada de sus acciones y del contexto histórico en el que vivió. Por su parte, Alberto Lasheras ha investigado profundamente sus orígenes familiares y las posibles razones que lo llevaron al bandolerismo, ofreciendo una perspectiva más humana de su figura. 

Lasheras glosa una carrera de cinco años, entre 1870 y 1875, de “robos, extorsiones y secuestros”, como el del terrateniente Juan Ruata, por el que pidió un rescate de 140.000 reales. “Se escondía en cuevas y la perspectiva le permitía controlar desde allí el llano por el que se movía”, relata el estudioso, que discute la comparación con Robin Hood: “Mariano Gavín Suñén fue una persona real, y todavía se discute si Robin Hood existió”. Tampoco es cierto que robase a los ricos para dárselo a los pobres: “La leyenda romántica del bandolero del siglo XIX está muy extendida, cuando la realidad es que eran extraordinariamente sanguinarios. Y el Cucaracha no era menos”.

Saúl Moreno o Miguel Cardil han traducido su travesía vital al lenguaje del cómic. El pasado año, la compañía zaragozana de jota Baluarte Aragonés estrenó una obra que glosaba su figura a través de la danza y las canciones. Una de las traslaciones más famosas la han llevado a cabo los Titiriteros de Binéfar, que incorporaron al Cucaracha a su repertorio entre 1989 y 2018 para llevarlo por todo el mundo. Su cofundador, Paco Paricio, explica que “mi abuelo era un libertario en el exilio, y cuando volvió nos contaba esta historia”. Y añade el detalle de que “llevaron su cuerpo a la plaza del pueblo para que los niños lo viesen y saltaran por encima de él. Fue precisamente ese detalle el que construyó el mito, pues lo que querían los que lo llevaron es que nadie pensaba que seguía vivo y por darle esa importancia se le hizo una leyenda”.

Su leyenda ha trascendido el ámbito histórico para convertirse en parte del folclore aragonés. Su vida ha inspirado canciones populares, relatos orales y representaciones teatrales. El Teatro de Robres también ha llevado a escena obras basadas en su vida, destacando su dualidad como criminal y héroe popular. Estas representaciones buscan explorar las complejidades de su carácter y las circunstancias que lo llevaron a convertirse en una figura emblemática de los Monegros.

Además, su figura ha sido objeto de análisis en estudios sobre el bandolerismo en España, situándolo junto a otros bandidos famosos de la época. Su vida y acciones reflejan las tensiones sociales y económicas de una España rural en proceso de transformación, donde la línea entre el héroe y el villano a menudo se desdibujaba.

Es una figura que encapsula las contradicciones de su tiempo. Bandido para unos, héroe para otros, su legado perdura en la memoria colectiva de Aragón y recuerda las complejidades de la naturaleza humana y las circunstancias sociales que pueden llevar a una persona a desafiar las normas establecidas.