David Gatta, aerografiador: “Con mis murales busco estimular a quien los contempla”

David Gatta ha llegado hasta el aerógrafo a través de un camino salpicado de cambios de dirección e imprevistos. Su constancia, y la ilusión de ser un ejemplo de lucha por aquello en lo que crees para su hijo, le llevaron a compaginar su oficio de embaldosador con el aerógrafo hasta que decidió dejarlo todo por la pintura. A sus 43 años, Gatta confiesa que la vida le ha enseñado que a veces hay que volver al origen para seguir hacia delante y para no dar un paso atrás en el camino hacia un sueño.

¿Quién es David Gata Castro?

Tengo 43 años, nací en Tarragona, pero con pocos meses mis padres me trajeron a Barbastro. Mi padre trabajaba en la construcción, le salió un trabajo y nos quedamos aquí. Mis padres pensaron que este era un buen lugar para que creciéramos.

¿Cómo llega a dedicarse a la aerografía?

No fue algo que sucediera de la noche a la mañana. Mi padre era embaldosador, me tocaba ayudar porque yo no quería estudiar. Cando me saqué la secundaria había un curso de chapa y pintura, y sin darme cuenta me hice pintor de coches. Poco después, en un reconocimiento médico, me detectaron hipertensión por el plomo de la pintura, así que volví a embaldosar durante muchos años.

Aquel fue su primer contacto con la pintura. ¿Cuándo y qué le hizo retomar ese camino?

Cuando tenía 30 años, y mi hijo iba a nacer, pensé “¿esto es lo que voy a enseñarle a mi hijo, a abandonar un sueño?” Creo que en aquel momento maduré mucho, me cambiaron la mentalidad y la actitud, y eso me dio fuerza para seguir persiguiendo la idea de dedicarme a pintar. Comencé a practicar con el aerógrafo y a los 35 años decidí dejarlo todo por la pintura.

¿Talento o trabajo?

La gente cree que lo que haces es un don, pero no es así. Lo que en mi caso me ha ayudado a estar donde estoy fue leer la ley de las diez mil horas; una teoría que dice que cualquier ser humano puede ser profesional, no quiere decir que seas el mejor porque se necesitan otras aptitudes, pero se puede llegar a realizar una tarea con profesionalidad dedicando mil horas a su práctica, lo que se traduce en una experiencia de 8 horas diarias, de lunes a viernes durante cuatro años. Yo no podía dejar mi trabajo para dedicarme al cien por cien a cultivar esa experiencia, así que lo que hice fue levantarme todos los días a las cinco de la mañana para practicar antes de trabajar. Y así fue como, con el tiempo, fui manejando mejor el aerógrafo. También me he formé con un profesional con una calidad humana de esas que suman en la vida, como es Juanjo Barón, que hizo que no me sintiera tan solo en este camino. Ahora, lo que empezó siendo un hobby con los capós no creo que se haya convertido en talento, pero sí en práctica y en constancia.

¿Qué relación tienes con la fotografía? A la que también dedica en la actualidad parte de su tiempo laboral.

Cuando mi hijo tenía 3 años me separé de mi pareja de entonces, y después conocí a Eva, mi actual compañera. Ella comenzó con la fotografía, que también era su sueño, y yo seguía explorando en la pintura. Ambos nos apoyamos y nos ayudamos para conseguir lo que cada uno había deseado, y a raíz de esa simbiosis nació un proyecto conjunto del que actualmente vivimos.

¿Cómo interviene la fotografía en los murales que pinta?

La fotografía es muy importante porque me ha enseñado a observar para poder pintar mejor. Yo no soy ilustrador o diseñador, lo que a mí se me da bien es trasladar una imagen a un gran lienzo, como puede ser una pared u otro soporte, empleando como medio la pintura. Por ejemplo, para pintar el mural de Monzón fotografié a mi primer exjefe, que es la figura del abuelo, y a mi sobrina, que es la figura de la niña. Con esas fotografías creé una composición que después trasladé al mural. Para mí la fotografía es muy necesaria, me ayuda a que lo que pinto transmita.

Una vez que tiene la composición, ¿cómo es el proceso de trasladarlo al mural?

Suelo trabajar una media de 14 horas al día. Siempre cumpliendo las normas de seguridad y salud, e hidratándome mucho para que mi mente no me traicione y no romper el ritmo de trabajo. Para el último mural, que tiene casi 12 metros, he trabajado durante diez días aproximadamente. También cuento con asesores para ser lo más correcto posible con los elementos que empleo; por ejemplo, en el mural templario donde había murallas o armaduras.

La gente, ¿entiende qué es la pintura con aerógrafo?

Hay personas que siguen confundiendo los murales que pinto con el grafiti, o que piensan que soy un grafitero. Con todo mi respeto a ellos, por supuesto, espero que no se sientan ofendidos. El grafiti es un lenguaje, y va en consonancia con una filosofía de vida más profunda. Yo no pinto con spray, necesito un compresor, grandes botes de pintura que pasar a botellas pequeñas reciclables. Trabajo la colorimetría, y eso me ha ayudado porque ahora soy capaz de obtener prácticamente cualquier color a través de mezclas. Creo que falta contexto y conocimiento de este campo, por eso siempre intento esforzarme para que la gente entienda qué es un aerógrafo.

¿Y consigue llegar a las personas?

Me gusta pensar que sí. Después de formarme, comencé a impartir talleres. Una de mis máximas alegrías es cuando alguien viene tiempo después y me dice que, de la forma que sea, esto le ha ayudado a dar un paso adelante en sus vidas. Cuando pinté en los colegios de Barbastro, pedí que todos los niños pasaran por el mural mientras trabajaba para poder explicarles en qué consiste este trabajo, pero también para sembrar en ellos la idea de que pueden perseguir sus sueños, como me hubiera gusta que de niño me hubieran dicho a mí porque a lo mejor se hubiese ahorrado años de encontrarme perdido buscando mi verdadera esencia.

¿Qué significan sus murales para usted y qué objetivo tienen?

Cuando empecé era un hobby que después fue terapia y más tarde se convirtió en oficio. Trabajar me hace feliz, me siento bien y lucho contra mis fantasmas, como todos lo hacemos, para que no se nos coman. La sociedad nos lleva al consumismo, al estrés, al ir corriendo, por eso en los murales busco pintar algo que resulta bonito para el espectador, aunque sea por 30 segundos. Además de la función urbana y de saneamiento, los murales deben tener un impacto positivo en quien los contempla, que cambie una sonrisa, evocar un gesto, una historia o un recuerdo a través del color y de la belleza de la composición que está plasmada en ese espacio urbano. En definitiva, estimular a quien lo contempla.

¿Se puede vivir de la aerografía?

En mi caso he aprendido a valorarme, ya no quiero trabajar por nada. Creo que llega un punto en la vida en el que tienes que valorar el trabajo que realizas. He aprendido a aerografiar a base de esfuerzo, de dedicación, de inversión en material y en tiempo que no he dedicado a otros aspectos de mi vida, por eso, con el paso del tiempo y con lo que la vida te enseña, prefiero complementar el aerógrafo con trabajos como embaldosador antes de que dar un paso atrás en la aerografía aceptando trabajos que no están justamente remunerados.

De todos los trabajos que ha realizado hasta la fecha, ¿con cuál se quedaría?

Es una pregunta difícil, porque cada trabajo me ayuda a hacer el siguiente; en cada uno te exiges un poco más. Por ejemplo, en el mural templario que se ha presentado hace poco en la Plaza de la Cera de Monzón he notado mejoras respecto al anterior, el que pinté en Graus, sobre violencia de género. Puede que, en cierta manera, si tuviera que elegir uno sería ese, el de Graus, no solo por el mensaje que pretende trasmitir, sino por lo que ha significado a nivel profesional y personal en mi vida. Mi padre se jubiló y a los pocos días sufrió un derrame cerebral. Cuando mi padre finalmente falleció, a mí se me fueron las ganas de pintar y decidí ponerme a cumplir los trabajos que mi padre tenía pendientes como embaldosador para dejar su trabajo hecho y sus compromisos cumplidos. Era algo que sentía que tenía que hacer. Durante este año pasado estuve pensando dejar de trabajar, y fue entonces justo cuando me ofrecieron el mural de Graus, que está en un terreno que había embaldosado mi padre. Sentí que era como una señal; cerrar un círculo. Y así lo hice.