El pasado 25 de enero, un depósito de tratamiento de fango situado en la Estación Depuradora de Aguas Residuales (EDAR) de La Almozara (Zaragoza) se desbordó. Los primeros barruntos apuntaron a los restos de toallitas como principales causantes del atasco que provocó el rebosamiento. 14 días después, y aún sin informe oficial, las sospechas son cada vez más firmes en esa dirección.
Quedará corroborado cuando el digestor (el depósito) se vacíe por completo –tiene una capacidad de 3.850 metros cúbicos- y se limpie. Solo después podrá volver a funcionar. Estas tareas, según los técnicos encargados, durarán entre 4 y 6 meses y, aunque no se atreven a dar un coste de la reparación, reconocen que “no será barato”.
Desde 1989, cuando el depósito se construyó y comenzó a funcionar, nunca se ha hecho una intervención integral como la que ahora se precisa. Jamás se ha vaciado y limpiado al completo. Y ni un solo día ha dejado de funcionar, por lo que, como señalan los mismos técnicos, los restos de toallitas se pueden llevar acumulando 29 años.
El funcionamiento del digestor y las toallitas
Pero… ¿Por qué se atascó? Desde Ecociudad –contrata del Ayuntamiento de Zaragoza que gestiona los servicios de saneamiento y depuración de las aguas residuales de la capital aragonesa– lo explican de forma absolutamente didáctica.
Para entenderlo, primero hay que repasar, de manera somera, el funcionamiento del digestor. En él, explican los técnicos, se hace un tratamiento biológico: siempre está lleno de fango y bacterias, estas hacen el trabajo de generación de gas y el fango es su alimento. El gas que se va creando sale por una abertura que hay en la parte superior del depósito.
Continuamente, dicen, hay un flujo de entrada y salida de fango que alimenta al cultivo. Sale la misma cantidad que entra –que es mínima–, pero no el mismo fango, sino que este se va renovando. Es decir, el depósito siempre está a su máxima capacidad.
Por otro lado, están las toallitas. Advierten al respecto que la característica de biodegradables que tienen, no es igual que en el caso del papel higiénico, que, en un relativamente corto espacio de tiempo se disuelve por completo. En el caso de las toallitas, que, apuntan, también se suelen tirar al wáter, el tiempo para deshacerse es mucho más largo y nunca llegan a hacerlo del todo, sino que, como mucho, se quedan en fibras. Es más, destacan, “al EDAR muchas veces nos llegan toallitas enteras”.
En todo el proceso de depuración, continúan, hay equipos que van retirando elementos sólidos, pero estos no son efectivos al 100 %, siempre hay algunos que llegan al digestor.
Las toallitas dentro del digestor
Las toallitas (o las fibras en que se han quedado) ya están dentro del depósito. Señalan que en el interior el movimiento del agua es mínimo y, en este tipo de ambientes (como podría ser también un estanque o un embalse), las fibras se juntan y crean madejas, ovillos cada vez más grandes. Este ovillo se mueve poco y de manera aleatoria y, cuando alcanza la salida del digestor, lo atasca.
Si esto sucede, evidentemente, el fango que debe salir no puede, pero el que entra sigue haciéndolo, por lo que –cual cazuela de agua hirviendo a la que se pone una tapa– tira para arriba y se desborda.
Eso fue lo que sucedió, y lo que no debería volver a pasar. El primer paso para evitarlo, indican los técnicos, es hacer un llamamiento a la concienciación: “Da igual que nosotros digamos que la culpa es de las toallitas, hay que concienciar a la gente, esa es la mejor medicina. Por favor, que nunca se tiren las toallitas al wáter”.