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Hay palabras que se olvidan porque los hábitos que las producen han desaparecido. Tal sucedió con “carasol”, término que define un improvisado espacio urbano estratégicamente situado para demorarse y recibir la calidez solar. Podemos decir que apostarse en los carasoles en invierno era el reverso de tomar la fresca en verano.
Hoy el significado social de “tomar el sol” poco tiene que ver con el de nuestros antiguos paisanos, para quienes calentarse en el brasero de los pobres era más necesidad que ocio, dadas las condiciones de vida. La descripción que Balzac dedica al París desaparecido de hace dos siglos sirve también para retratar los callizos de una Zaragoza sombría que aún podemos contemplar en viejas imágenes: “El sol lanzaba sus rayos directamente sobre París, una hoja de oro, tan afilada como un sable, alumbraba por un momento las sombras de la calle, sin ser capaz de secar la humedad permanente.”
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