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Si acaso te digo

Si acaso te digo que el río muere en el mar, ¿me creerás? Si acaso te digo que leí a Walter Benjamin y a Baudelaire cuando el día era negro y ciego, ¿me creerás? Si acaso te digo que vivir es modelar la luz de todos los trenes que dejamos escapar, ¿me creerás? Si acaso te digo que me escondí en tu grieta helada para dejar de sangrar, ¿me creerás? Sé que lo harás, pero quizá lo que voy a contarte ahora no puedas creerlo y cuando llegue el punto final probablemente sonrías y digas: “Que nos pongan otro vino”.

En nuestras últimas conversaciones hablábamos de algo que creíamos superado, de cómo el totalitarismo tiene su esencia en el método de la toma de poder que se sustenta en el principio del jefe, una ideología extrema y de hormigón y la movilización de las masas juveniles. Pensábamos que aquellos totalitarismos habían muerto, pero no: ahora se sustentan en la propia democracia y las voces cada vez son más contra el hombre, porque el hombre se ha convertido en la artillería más fácil de manejar; es vulnerable y tiene miedo y en cada palabra que no pronuncia conserva el olor, el dolor, el calor, la tensión y una extraña pasión que mueve su alma a golpes, como los recuerdos de las casas vividas y abandonadas.

Y mientras en nuestro Aragón, bandera de piedra y cierzo, vivimos en un continuo sainete, un sainete esperpéntico y agotador que me resulta difícil de explicar. Un partido, llamado Podemos, de izquierdas se nombra, ha decidido hacer rehén a nuestro pueblo y negarse a apoyar los presupuestos para este 2017 con las más delirantes artimañas, con la más triste escenificación, con las palabras más torpes, con los argumentos más necios. ¿Cómo explicarte que prefieren ser la oposición a su propia oposición antes que admitir que en el delirio de creerse únicos y exclusivos se han convertido en tiranos y demagogos?

Sé que me dirás que en peores situaciones hemos estado y yo te contestaré : ¿Y si acaso te digo que pinté Collarada con tu último verso, me creerás?

Si acaso te digo que el río muere en el mar, ¿me creerás? Si acaso te digo que leí a Walter Benjamin y a Baudelaire cuando el día era negro y ciego, ¿me creerás? Si acaso te digo que vivir es modelar la luz de todos los trenes que dejamos escapar, ¿me creerás? Si acaso te digo que me escondí en tu grieta helada para dejar de sangrar, ¿me creerás? Sé que lo harás, pero quizá lo que voy a contarte ahora no puedas creerlo y cuando llegue el punto final probablemente sonrías y digas: “Que nos pongan otro vino”.

En nuestras últimas conversaciones hablábamos de algo que creíamos superado, de cómo el totalitarismo tiene su esencia en el método de la toma de poder que se sustenta en el principio del jefe, una ideología extrema y de hormigón y la movilización de las masas juveniles. Pensábamos que aquellos totalitarismos habían muerto, pero no: ahora se sustentan en la propia democracia y las voces cada vez son más contra el hombre, porque el hombre se ha convertido en la artillería más fácil de manejar; es vulnerable y tiene miedo y en cada palabra que no pronuncia conserva el olor, el dolor, el calor, la tensión y una extraña pasión que mueve su alma a golpes, como los recuerdos de las casas vividas y abandonadas.