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Lo primero que hice nada más levantarme fue mirar al cielo: estaba claro que, con lo encapotado de los días anteriores y las previsiones de mi móvil, algo más que un golpe de suerte nos iba a hacer falta para que la manifestación en contra del Impuesto de Contaminación de las Aguas no la viviéramos empapados. Y mis sospechas no tardaron en confirmarse: a las 11:00 comienza a llover. ¡Lo sabía!. Reconozco que aunque la lluvia fuera un regalo para la zona sentí cierta rabia, nunca luce igual un acto bajo la lluvia y más en una ciudad como la mía, Zaragoza, donde cuatro gotas nos cambian el carácter; debe de ser por la falta de costumbre.
Había que ser optimistas: a 23.000 recursos contra el impuesto no los iban a parar cuatro gotas. Bueno, quien dice cuatro gotas, dice también un frío invernal y un poco de cierzo: el cóctel perfecto antimanifestantes. Salí de casa y me enfundé gorro, guantes y unos cascos a ver si la radio animaba la andada bajo la lluvia. Contaban en la Cadena Ser los premios Goya. ¡Vaya cabeza! Con esto de la manifestación se me había pasado. Pensando en los Goya, mi cerebro empezó a dar esos saltos de razonamiento tan propios de una caminata y de repente recordé, en medio de la lluvia, otra película premiada en los Goya del 2010: “También la lluvia” de Icíar Bollaín. Y fue pensar en ella y la lluvia recobró algo de sentido.
La película cuenta el origen de la famosa Guerra Boliviana del Agua hace 18 años, y muestra la rebelión de los indígenas frente a una multinacional que privatizaba y vendía uno de los bienes más preciados de la zona: el agua. El grito de guerra “¿También la lluvia nos vais a quitar?” hacía referencia a un problema que también atravesaba la manifestación que íbamos a vivir esa mañana: el abuso en torno a un bien que es de todos, el agua. La explicación de cómo una clase poderosa, en la película una multinacional y aquí tras la comisión de investigación ya veremos si le ponemos cara, busca obtener lucro con el agua a costa de los ciudadanos que la consumen y que la pagan.
Miré el cielo y pensé: hoy podríamos gritar en la manifestación: “¿también el agua?, ¿también con el agua pretendéis hacer negocio?, ¿también con la depuración y limpieza de nuestros ríos, con el mantenimiento de la calidad de aquello que nos mantiene vivos habéis hecho negocio? y lo que es peor, ¿nos robáis la lluvia para hacernos pagar dos veces por el consumo de la misma?”
En esas estaba cuando me topé, de repente, con el primer grupo de manifestantes que me sacó de mi reflexión. Y la imagen hizo que se me escapara una pequeña sonrisa, pues era de lo más rocambolesca: miles de paraguas apretujados entre sí; entre ellos sobresalían, como pequeños brotes, unas grandes gotas de un corcho empapado que iba escurriendo y perdiendo parte de su color azul. Bajo los paraguas, la gente llevaba flores azules de papel, algunas un poco maltrechas por la lluvia, pero otras todavía mantenían su forma y su lazo con el lema grabado: “Agua Pública 100%”. Esta vez las banderas eran lo de menos porque la lluvia las había chipiado enteras, y lo único que identificaba a la multitud eran sus paraguas y sus gritos como analogía de una única reivindicación: agua para defender el agua.
Pasamos frío, sí, y nos mojamos a rabiar, pero conseguimos empapar de nuestra negativa al ICA todo el centro de la ciudad. Lo hicimos como pudimos, muy en nuestro estilo de poner al mal tiempo buena cara, como se hacen estas cosas cuando son honestas, gritando para evitar que nos roben también con el agua. Seguro que si un director hubiera pensado un corto para este impuesto, por cerrar con los Goya, hubiera concluido lo que yo: ¡bendita la lluvia que mojó y regó nuestra protesta!
Lo primero que hice nada más levantarme fue mirar al cielo: estaba claro que, con lo encapotado de los días anteriores y las previsiones de mi móvil, algo más que un golpe de suerte nos iba a hacer falta para que la manifestación en contra del Impuesto de Contaminación de las Aguas no la viviéramos empapados. Y mis sospechas no tardaron en confirmarse: a las 11:00 comienza a llover. ¡Lo sabía!. Reconozco que aunque la lluvia fuera un regalo para la zona sentí cierta rabia, nunca luce igual un acto bajo la lluvia y más en una ciudad como la mía, Zaragoza, donde cuatro gotas nos cambian el carácter; debe de ser por la falta de costumbre.
Había que ser optimistas: a 23.000 recursos contra el impuesto no los iban a parar cuatro gotas. Bueno, quien dice cuatro gotas, dice también un frío invernal y un poco de cierzo: el cóctel perfecto antimanifestantes. Salí de casa y me enfundé gorro, guantes y unos cascos a ver si la radio animaba la andada bajo la lluvia. Contaban en la Cadena Ser los premios Goya. ¡Vaya cabeza! Con esto de la manifestación se me había pasado. Pensando en los Goya, mi cerebro empezó a dar esos saltos de razonamiento tan propios de una caminata y de repente recordé, en medio de la lluvia, otra película premiada en los Goya del 2010: “También la lluvia” de Icíar Bollaín. Y fue pensar en ella y la lluvia recobró algo de sentido.