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El sábado pasado asistí al estadio de los Pajaritos para ver el Numancia-Real Zaragoza. De Madrid a Soria en el coche de mi buen amigo Carlos Martínez, excelente alcalde de la localidad castellana. Durante el trayecto conversamos de mil cosas, cómo no de política, y el viaje se hizo ameno y enriquecedor. En Soria, más de seis mil zaragocistas que esperamos que pronto volvamos a Primera, de donde jamás debimos salir. No soy una asidua al campo de fútbol, ni siquiera una gran entendida de este deporte, pero tardes como la del sábado son difíciles de olvidar.
Miles de zaragocistas se desplazaron hasta esta ciudad vecina en una jornada de hermanamiento y concordia que no quedó empañada por ninguna presunta rivalidad deportiva coyuntural. Durante unas horas compartí una estancia muy agradable por esta localidad con buenos compañeros socialistas que han convertido a Soria en una capital avanzada, que ha sabido sobreponerse a las dificultades y se ha modernizado para salir del aislamiento que sufren en España muchas ciudades de interior. Tuve el privilegio de conocer algunas de las zonas de la ciudad de la mano de su entusiasta alcalde, Carlos Martínez, así como de otros miembros de su equipo como Luis Rey (también presidente de la diputación), Javier Antón (que durante cuatro meses ha sido compañero diputado en el Congreso) o Javier Muñoz. Cuando paseas con ellos por las calles de su ciudad, comprendes de inmediato cuál es la esencia del municipalismo. Cuál es, en definitiva, la esencia de la política. La de personas comprometidas con su municipio y con sus habitantes. Hombres y mujeres para los que el día tiene más de 24 horas y para los que la preocupación de cada vecino es su propia preocupación. La escasa distancia que separa el campo de fútbol del centro de la ciudad se hizo larga porque a cada metro el alcalde atendía a muchos sorianos que le paraban por la calle. Con todos una palabra de afecto o el compromiso de interesarse por uno u otro desvelo. Esa es la fórmula mágica de la política de éxito. La de saber escuchar, salir de los reservados y pisar la calle. Porque por muchos conocimientos teóricos y experiencia en gabinetes que se tenga, si se pierde la perspectiva de lo cotidiano, no hay buen político que valga.
Cuando se tiende a generalizar y a acusar a muchos políticos de no vivir en la realidad, me acuerdo de gente como Carlos o Javier. No son una excepción, pero sí el paradigma que les ha permitido gobernar con mayoría absoluta en una ciudad como Soria. Me acuerdo de ellos, pero también de Ezequiel, de Mercedes, de Miguel, de Marta o de Alfonso. O de Magda, Maria José, Víctor, Sergio, Felipe y otros tantos que calladamente hacen política en mayúsculas aunque estén alejados de los focos y los grandes titulares. Son esos miles de políticos que la demagogia dice que sobran pero que sin su compromiso y entusiasmo –entusiasmo que vence al desgaste—no habría progreso. Son políticos de piel porque se rozan y escuchan. Y esa es la primera condición para ejercer esta noble tarea. En cualquier nivel institucional en el que se esté, es imprescindible mirar a estos alcaldes y concejales y tomar ejemplo de su labor. Muchos de sus conocimientos no están en los libros de la Sociología, el Derecho y las Ciencias Políticas. Pero son imprescindibles en cualquier tratado de Buena Política.
El sábado pasado asistí al estadio de los Pajaritos para ver el Numancia-Real Zaragoza. De Madrid a Soria en el coche de mi buen amigo Carlos Martínez, excelente alcalde de la localidad castellana. Durante el trayecto conversamos de mil cosas, cómo no de política, y el viaje se hizo ameno y enriquecedor. En Soria, más de seis mil zaragocistas que esperamos que pronto volvamos a Primera, de donde jamás debimos salir. No soy una asidua al campo de fútbol, ni siquiera una gran entendida de este deporte, pero tardes como la del sábado son difíciles de olvidar.
Miles de zaragocistas se desplazaron hasta esta ciudad vecina en una jornada de hermanamiento y concordia que no quedó empañada por ninguna presunta rivalidad deportiva coyuntural. Durante unas horas compartí una estancia muy agradable por esta localidad con buenos compañeros socialistas que han convertido a Soria en una capital avanzada, que ha sabido sobreponerse a las dificultades y se ha modernizado para salir del aislamiento que sufren en España muchas ciudades de interior. Tuve el privilegio de conocer algunas de las zonas de la ciudad de la mano de su entusiasta alcalde, Carlos Martínez, así como de otros miembros de su equipo como Luis Rey (también presidente de la diputación), Javier Antón (que durante cuatro meses ha sido compañero diputado en el Congreso) o Javier Muñoz. Cuando paseas con ellos por las calles de su ciudad, comprendes de inmediato cuál es la esencia del municipalismo. Cuál es, en definitiva, la esencia de la política. La de personas comprometidas con su municipio y con sus habitantes. Hombres y mujeres para los que el día tiene más de 24 horas y para los que la preocupación de cada vecino es su propia preocupación. La escasa distancia que separa el campo de fútbol del centro de la ciudad se hizo larga porque a cada metro el alcalde atendía a muchos sorianos que le paraban por la calle. Con todos una palabra de afecto o el compromiso de interesarse por uno u otro desvelo. Esa es la fórmula mágica de la política de éxito. La de saber escuchar, salir de los reservados y pisar la calle. Porque por muchos conocimientos teóricos y experiencia en gabinetes que se tenga, si se pierde la perspectiva de lo cotidiano, no hay buen político que valga.