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El cambio fue rescatado del baúl de los recuerdos por Podemos y le habían vuelto a dar el sentido que tuvo hace más de treinta años. Luego vino Albert Rivera, el primero en disputarle a Podemos “el cambio” y la novedad. Después fue el PSOE el que también agarró la palabra y tiró de ella. Cosas de los significantes flotantes: que cualquiera se apunta al bombardeo. Si nos descuidamos, mañana será el PP el que proclame que es el cambio.
Más juegos de palabras. Los portavoces del partido socialista llaman a su peor pesadilla “Pablo Manuel”, para evitar que les rechinen los dientes cada vez que evocan el nombre del socialista que fundó unas siglas de las que ahora tienen el copyright a modo de franquicia. No me cabe duda de que el primer Pablo Iglesias, hoy en día, habría sido enviado al gallinero del Congreso por los franquiciados. Dicen muchas cosas, la más epatante, como decía, es que resulta que el PSOE es el cambio. Pero ¿el cambio a qué, a dónde?
El cambio de Podemos es claro: de una crisis social, política y económica, queremos cambiar a ser un país decente que traiga seguridad, bienestar, y en definitiva, un futuro para la gente, con un programa que cualquier socialdemócrata honesto firmaría. Malo, bueno o regular; gustará más o menos, pero Podemos tiene un proyecto de país. El PP afirma que todo se ha hecho bien, como Dios manda, y que hay que seguir en la senda. También tienen un proyecto: seguir como hasta ahora. Tomamos nota.
Pero, ¿cuál es el proyecto real de Sánchez y Rivera? ¿cuál es el cambio? Albert Rivera también ha ido al cuarto de los trastos viejos, y ha cogido al Suárez de las leyendas, el abrazo de Genovés, y el “consenso”, se los ha llevado al taller, les ha cambiado el motor, les ha dado una mano de pintura, y ¡voila!, su ultraliberalismo queda vestido con unos ropajes que seducen a una parte del electorado que compra la visión de las miniseries sobre la Transición. Hete aquí que llega Pedro Sánchez y también se abraza al revival. Cambio, Transición, Suárez, Felipe, son todo en uno. Tenemos que llegar a un gran pacto nacional para un gran acuerdo de consenso para llegar a un pacto. Marx dijo que la historia siempre se repite, pero como farsa.
Frases hechas y remiendos de lugares comunes tras los que no hay un plan para España; no hay más proyecto que salvar la franquicia; no hay más programa que el de Ciudadanos, felizmente asumible por el PP. La farsa continúa y agota al votante-espectador, que sólo quiere que la agonía cese de una vez y que alguien se ponga de acuerdo. Semejante vacuidad política sería duramente castigada en un país serio, pero tamaño juego de trileros sólo puede ser sostenido con la complicidad de los que alimentan el sainete con grandes y diarios titulares. Tampoco es casual el coro unánime y abrumador en unos medios que se van convirtiendo sin pudor en aquelarres anti Pablo Iglesias. Sin ir más lejos, en los medios aragoneses. Al final, todo el juego se reduce a apuntar a Podemos como el culpable del dolor de cabeza del sufrido ciudadano, el responsable de tener que soportar otra campaña electoral, y sobre todo, de que no haya cambio.
Nunca estuvo en los planes del PSOE pactar con Podemos. Quizá Sánchez pudo barajar la idea, pero es inasumible para poderes –y personajes- más grandes que él, que Podemos acceda al gobierno del estado. No van a dejarle. Sólo le permitirán ganar tiempo con la que esperanza de que éste –con una conveniente campaña de intoxicación- desgaste a los de la coleta. Después de eso, sólo dejarán una salida a la derecha. Ciudadanos fue creado para eso, pero el agente naranja no obtuvo los votos necesarios. Papá IBEX quiere un gobierno pronto y Europa llama a la puerta impaciente.
Podemos ya lo ha dicho: preferiría que no se repitieran elecciones, pero no le tiene miedo a las urnas. Los que tienen miedo a que la gente vote demasiado son otros, y no deberían asumir con tanta naturalidad que los ciudadanos comparten sus miedos. Al final, la gente sabe diferenciar entre el cambio y el recauchutado. Podemos tiene un proyecto de país. El PP otro. ¿Qué proyecto tienen los otros dos, una vez cese el ruido?
El cambio fue rescatado del baúl de los recuerdos por Podemos y le habían vuelto a dar el sentido que tuvo hace más de treinta años. Luego vino Albert Rivera, el primero en disputarle a Podemos “el cambio” y la novedad. Después fue el PSOE el que también agarró la palabra y tiró de ella. Cosas de los significantes flotantes: que cualquiera se apunta al bombardeo. Si nos descuidamos, mañana será el PP el que proclame que es el cambio.
Más juegos de palabras. Los portavoces del partido socialista llaman a su peor pesadilla “Pablo Manuel”, para evitar que les rechinen los dientes cada vez que evocan el nombre del socialista que fundó unas siglas de las que ahora tienen el copyright a modo de franquicia. No me cabe duda de que el primer Pablo Iglesias, hoy en día, habría sido enviado al gallinero del Congreso por los franquiciados. Dicen muchas cosas, la más epatante, como decía, es que resulta que el PSOE es el cambio. Pero ¿el cambio a qué, a dónde?