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Parece que está volviendo a salir al debate público la discusión sobre la clase social. ¿Qué es la clase?, ¿cómo influye su organización y posicionamiento político?, y sobre todo, ¿hemos hecho bien el análisis de clase? Esta última parece la más importante, y en la que el poso marxista en la izquierda siempre sale a flote.
Hace ya 6 años que Owen Jones público Chavs, libro con el cual se abrió una pequeña brecha en el pensamiento quincemayista de “somos el 99 %”, un lema criticado solamente por una pequeña parte de la izquierda, casi más por el sentimiento identitario frente a lo nuevo, que por un análisis certero de por qué era erróneo el discurso. Desde el cabreo más absoluto, cuando ya no te toca vivir en la posición social privilegiada que ocupaban tus padres, cuando tu padre es un tarjeta black o tu familia posee una de las empresas más grandes de Galicia, es fácil enmarcarse en el 99 %. La obra de Owen llegó a España en un periodo de álgidas movilizaciones, abiertas por el 15M –aunque cabría preguntarse si fue por el 15M debido a que es donde estaban los intelectuales de nuestra izquierda, o si más bien fue por la Huelga general de septiembre de 2010–, un momento en el que no se estaba para abrir grandes debates estratégico-organizativos.
En la misma línea está La clase obrera no va al paraiso del “Nega”, uno de los cantantes de Los Chikos del Maiz, y Arantxa Tirado, esta vez sí con una intención clara de desvelar el abandono, marginación y criminalización de la clase obrera no solo por el sistema, sino por la izquierda política de nuestro país. Son bastante curiosas las críticas que han recibido, destacando la de José Babiano, cómo no, profesor de Universidad. Parece ser que no es lo mismo que se acuse de clasismo a la élite intelectual y a la élite de los movimientos sociales de Inglaterra a que esa crítica aterrice en tu país y te acuse a ti directamente. Parece ser que tampoco es cómodo que un soldador reconvertido en rapero tenga más influencia entre la juventud trabajadora que un profesor universitario, cuya función social es precisamente la de generar ideología y no montar la estructura de la mesa en la que se sienta todos los días. El libro escuece, escuece también entre muchos de los cuadros de los movimientos sociales y la izquierda política, Podemos por supuesto e IU indudablemente.
Con una gran repercusión destacó hace un tiempo el artículo en La Marea de Daniel Bernabé La crítica de la diversidad. Una crítica del activismo. Aquí la crítica no se enfoca en la parte analítica o la parte ideológica sino que se dirige a cómo afecta “la clase” en el hacer político, en la propuesta estratégica, en el subconsciente colectivo que está detrás y condiciona la importancia y acciones que realiza la izquierda y los movimientos sociales. A cómo, en resumen, lamentablemente la gran mayoría de los movimientos sociales no tiene la cuestión de clase encima de la mesa, honrosas excepciones aparte como la PAH o los nuevos movimientos obreros como Las Kellys con un potencial transformador gigante.
Que ciertos personajes de relevancia se comiencen a preocupar y a buscar dónde queda la clase en todo esto de la política “postpodemos” y “postquinceeme” hace que nos preguntemos qué ha ocurrido. El último 1º de Mayo, los sindicatos sacaron a la luz unos datos aterradores: en el Estado Español hay 3 millones de trabajadores que cobran menos de 300 €, 7 millones que cobran el Salario Mínimo Interprofesional o menos, y 8 millones que no superan los 1.000 €; siendo que el total de trabajadores en el Estado Español no llega a 19 millones.
Lo que ha pasado es claro: hay una realidad social que no se puede silenciar. Las condiciones de vida de precariedad extrema a las que ha sido sometida la clase trabajadora en el capitalismo ya no se pueden ocultar. Las “clases medias” –un concepto ideológico y no material que habría que sustituir por “estratos medios”– es decir, las capas de los sectores populares (asalariados con derechos, funcionarios, profesionales liberales, parte de la pequeña empresa, la media empresa, técnicos y gestores del estado y las empresas...) han vivido un proceso durísimo de proletarización, mientras que el proletariado previamente existente aún ha empeorado todavía más sus condiciones vitales. No olvidemos que esos estratos medios nunca han llegado al total de la población, que el “Estado del bienestar” español es uno de los más débiles de Europa por el paro crónico y la posición secundaria dentro de Europa, que desde la desindustrialización de los 80 condenó a la clase trabajadora. Sin embargo, es relativamente fácil mantener una política alejada de la clase si los sectores sociales que controlan los mecanismos políticos de oposición (movimientos sociales, partidos políticos de izquierda, e incluso sindicatos) han vivido de verdad el Estado del Bienestar. Pero, como decimos, parte de esos sectores sociales que dominan el espacio público se han proletarizado, periodistas sobre todo, y ya no es tan fácil decir que la clase trabajadora no existe, cuando se tiene unas condiciones laborales similares a las del peón o la reponedora.
La situación material ha sacado a la luz la clase. Pero debe tenerse en cuenta que un proceso material en la infraestructura, en las condiciones materiales, no conlleva un cambio mecánico en la superestructura. Es decir, que haya habido un proceso de proletarización de los sectores que dominan la política no quiere decir que los movimientos sociales y los partidos hayan aceptado, asumido o debatido la cuestión de clase.
Sobre ello, debe resaltarse que a día de hoy, las organizaciones de izquierda están dominadas por los estratos medios: funcionarios y profesionales liberales sobretodo. Y, pese a la proletarización, estos sectores no tienen materialmente las mismas condiciones de vida que la clase obrera, pues, por ejemplo, no afecta de igual manera la lista de espera de la sanidad pública a un trabajador con sueldo de 1000 €, que a un funcionario con seguro privado.
En segundo lugar, cabe resaltar el abandono relativo de las organizaciones de izquierda de la clase obrera. Se constata claramente si analizamos dónde están situadas las principales sedes de los partidos políticos de izquierda en nuestra ciudad, Zaragoza, o si nos fijamos en qué importancia tiene el debate sindical, tan necesario, en los partidos políticos de izquierda. Bajando a ámbitos más concretos podemos hacernos otras preguntas, como por qué el movimiento estudiantil tuvo una capacidad enorme de movilización con reformas de la Universidad y la LOMCE y no hay una respuesta clara y contundente a la esclavitud que suponen las practicas de FP. No me toca a mí analizar cuestiones relativas al feminismo, pero cabría también reflexionar sobre cuántas trabajadoras del hogar (500.000 en el Estado) componen nuestras organizaciones políticas, y preguntarnos si hay más trabajadoras del hogar en nuestras organizaciones o militantes que tengan servicio doméstico.
Además, debemos decir que el clasismo viene derivado del origen social. El clasismo casi ya no se expresa en un ataque directo a la condición social, por lo menos en la izquierda, pero sólo hace falta mirar los comentarios del Heraldo de Aragón para entender lo que molesta que un lavandero como Alberto Cubero esté tocando las narices a la oligarquía local. El clasismo se expresa en el desprecio por el nivel de estudio o el acceso a diferentes opciones culturales.
Qué tonta es la gente que ve el fútbol, qué tonta es la gente que se va al Primark en vez de ir al cine, qué tonta es la gente que se mete en una discoteca 10h a drogarse, qué tonta es la gente que se compra un coche nuevo en vez de ahorrar para que sus hijos puedan estudiar; se dice desde los estratos que han tenido extraescolares, Erasmus, han dado un segundo idioma desde niños, un instrumento, libros en sus casas y un capital social y cultural nutritivo.
El problema es que, aunque sea barata o gratuita, la cultura no es igualmente accesible a todas las personas porque no recae en la voluntad individual el elegir el ocio. No, no se tienen las mismas ganas y necesidades después de estar 9 horas respirando amoníaco en un hotel, o cocinando en un restaurante a 40º C, que si se viene del despacho o la oficina y no se tienen ni que fichar, y cuando se llega a casa no hay que hacer nada porque se tiene contratada a alguien para que haya realizado las labores reproductivas. El libre acceso a la cultura es un mito neoliberal. Igualmente aplicable a la formación, habrá becas, pero también habrá unos condicionantes sociales en casa, pues no es lo mismo tener tu estudio-cuarto propio, que estudiar en la misma habitación que tus familiares, o hacerlo con calefacción que sin calefacción.
Del mismo modo, grandes debates, como la cuestión nacional, plurinacional en nuestro país, o la soberanía, no se están trazando desde la óptica de clase. ¿Cómo se ha percibido Le Pen?, ¿y Trump?, ¿y el Brexit? Se ha hecho más hincapié en analizar las consecuencias para las minorías que en por qué hay una clase obrera vacía de referentes (algo que en nuestro país es ligeramente diferente gracias a una movilización social continuada desde hace 7 años). Se observa a la clase obrera como “el bárbaro” no civilizado que quiere asaltar el civilizado y culto Imperio Romano, obviando que es el Imperio Romano el esclavista, el dominante en el circuito económico, el que somete a esas poblaciones a situaciones desesperadas.
La izquierda y nuestro país serían otros si se analizara desde la perspectiva de clase la Unión Europea, si no sólo nos opusiéramos a ella por ser “La Civilización” que tiene que acoger de forma caritativa a los bárbaros que huyen de las guerras que ha generado la oligarquía continental, y nos opusiéramos a ella porque es la cadena que está atando la soberanía popular de nuestro país.
Cuánto cambiaría nuestra política sobre la UE si la elaborara el obrero que le cerraron la acería en los 80, su nieto o nieta condenado a trabajar 12h a la semana por 300 € o su madre, abuela o hermana limpiando las habitaciones a los guiris por 2 €. Cuáles serían nuestras prioridades políticas si las y los dirigentes de nuestras organizaciones se hubieran forjado ganando una huelga, ocupando tierras, parando desahucios y no en batallas internas por llegar a concejalías.
Cuánto hay que aprender del feminismo, nadie se puede empoderar si no hay un otro que se desempodera. Abran paso.
Parece que está volviendo a salir al debate público la discusión sobre la clase social. ¿Qué es la clase?, ¿cómo influye su organización y posicionamiento político?, y sobre todo, ¿hemos hecho bien el análisis de clase? Esta última parece la más importante, y en la que el poso marxista en la izquierda siempre sale a flote.
Hace ya 6 años que Owen Jones público Chavs, libro con el cual se abrió una pequeña brecha en el pensamiento quincemayista de “somos el 99 %”, un lema criticado solamente por una pequeña parte de la izquierda, casi más por el sentimiento identitario frente a lo nuevo, que por un análisis certero de por qué era erróneo el discurso. Desde el cabreo más absoluto, cuando ya no te toca vivir en la posición social privilegiada que ocupaban tus padres, cuando tu padre es un tarjeta black o tu familia posee una de las empresas más grandes de Galicia, es fácil enmarcarse en el 99 %. La obra de Owen llegó a España en un periodo de álgidas movilizaciones, abiertas por el 15M –aunque cabría preguntarse si fue por el 15M debido a que es donde estaban los intelectuales de nuestra izquierda, o si más bien fue por la Huelga general de septiembre de 2010–, un momento en el que no se estaba para abrir grandes debates estratégico-organizativos.