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La cultura puede extenderse y generarse de mil maneras y por ello también puede tener diversas funciones: en unos casos forma y desarrolla nuestra sensibilidad, en otros fabrica imágenes del mundo que nos ayudan a entenderlo, en otros se convierte en lugar de reflexión y pensamiento y en otros contribuye a tejer lazos sociales. Todos ellos tienen valor, hay que atender a todas estas expresiones y prácticas de la cultura. Tan importante es que los artistas expertos que llevan investigando toda su vida puedan trabajar en su ámbito de especialización sin temor a la amenaza de no convocar suficiente público o de no ser inteligibles sin contextualización ni mediación, como que haya centros en los barrios en los que los vecinos puedan reunirse para disfrutar participando en una actividad comunal que no requiera mayor formación, pero que sí contribuya a dar solidez al tejido social y que favorezca el bien común.
La diversidad no sólo se encuentra en el tipo de actividades, sino en los tiempos que cada una necesita: hay investigaciones artísticas que necesitarán años para desarrollarse y otras que se pueden producir con mayor espontaneidad. Y con ello también, diversidad en relación al apoyo económico y a los recursos que necesitan: quizá mantener un espacio del ayuntamiento para la autogestión comunal por parte del vecindario no es muy caro, pero sí lo será una producción operística, por ejemplo. En este último caso, se pueden buscar formas en las que esa inversión se devuelva a la comunidad, como por ejemplo con talleres, laboratorios y seminarios que los artistas puedan ofrecer a las personas interesadas, o en forma de proyectos realizados directamente con el contexto en el que se desarrolla la producción. Es importante cuidar de esta diversidad, ya que todas estas dimensiones se alimentan mutuamente y todas son importantes, pues todas educan: en lo social, en lo artístico, en lo comunitario, etc.
La industria cultural, de presencia dominante, es un hecho con el que hay que contar y saber usar apropiadamente. Tiene como interés principal el beneficio empresarial. Es interesante para la sociedad siempre que aporte novedades artísticas y que no se imponga como modelo único o como la única experiencia cultural posible. Pero la cultura diversificada, común, policéntrica, de la que hablamos, mucho más frágil, no debería tener que competir con la industria ni asimilar criterios como la rentabilidad. Frente a la producciones espectaculares destinadas al consumo, nos interesa proteger, cuidar y defender una cultura de la participación, de la celebración de lo común y del conocimiento. Por eso, en la práctica, es importante no pensar en términos de espectadores, sino en términos de usuario y participantes. Y por eso también es necesaria la diversidad: para que cada persona pueda encontrar un contexto afín en el que pueda tejer redes con otros, en función de su formación, edad e intereses singulares y no ser únicamente público pasivo de una práctica artística lejana que no le termina de implicar, ya que pocas veces se le ha cedido un lugar en el que interesarse por ella.
Por ello, y frente a una idea de cultura y de las artes que se basa casi exclusivamente en la exhibición y cuyo éxito se mide en números (de entradas vendidas en una exposición, por ejemplo), es importante atender a otros aspectos quizá no tan visibles, pero igual de relevantes, que respeten y traten de fomentar la diversificación, la participación y la accesibilidad de la cultura.
Ahora bien, no todos los actos culturales tienen la misma potencia para organizar nuestra mente, para desarrollar nuestras capacidades y para emocionarnos, pues hay manifestaciones culturales más sencillas o básicas y otras más complejas y organizadas.
Es vital que una sociedad asegure su supervivencia promocionando manifestaciones culturales ligadas al propio entorno, adaptándose a él y recreándolo, y dando oportunidades de desarrollo a los miembros de dicha comunidad, desde las manifestaciones más sencillas y desde la infancia.
Pero no debe dejar de atender a la cultura más especializada o más elaborada, ni en la ciencia, ni en las artes, ni en el deporte. Sería demagógico despreciar la búsqueda de la calidad y de la excelencia.
Se necesitan formadores y especialistas reconocidos, centros de investigación y de alto rendimiento. Aunque a veces sean costosos, sus hallazgos y sus mejoras van a extenderse por todo el cuerpo social, siempre que no estén aislados o se conviertan en patrimonio de unos pocos. El flujo cultural recorre y debe recorrer todos los ámbitos y escalones de abajo a arriba y viceversa. Gracias a ello son posibles los grandes cambios o revoluciones culturales.
Tampoco son equivalentes los valores que vehiculan las diversas civilizaciones o las políticas impulsadas por distintos regímenes y partidos políticos: algunas son más cercanas a la naturaleza que otras; unas vehiculan valores de solidaridad y otras el individualismo; unas alaban la agresividad y el machismo mientras que otras son pacifistas e igualitarias.
La cultura, pues, tiene muchos centros de desarrollo, pero no toda manifestación tiene el mismo valor que otra. Es responsabilidad de los mandatarios públicos definir su política cultural, pero es tarea de todos participar.
*Este es el tercero de los cuatro artículos que publicaremos sobre Cultura, realizados por Gentes de Apoyo y Opinión (GAO)
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