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Sinhogarismo. Probablemente nunca has oído hablar de esta palabra, te suena a anglicismo convertido o te resulta demasiado complejo su entresijo y prefieres no pronunciarlo. La realidad es que aún no se encuentra recogida en la RAE y que lo que no se nombra adecuadamente tiende a olvidarse. Es más, el olvido quizá sea una forma demasiado romántica de denominar a una invisibilización sostenida y crónica de la sociedad hacía este problema estructural.
En España hay, al menos, 33.000 personas viviendo en la calle. El sinhogarismo es un fenómeno complejo que tiene su raíz en la desigualdad económica, la exclusión social, la falta de acceso a derechos básicos y la invisibilidad de las personas que lo sufren. De hecho, verse envuelto en esa situación es mucho más factible de lo que pensamos.
Podría decirse que este acontecimiento, el sinhogarismo, viene dándose desde tiempos primitivos. La diferencia es que el avance de la sociedad no ha conseguido establecer un método de intervención global apropiado hacía esta problemática, perpetuándose así, este negocio infinito de la pobreza en el que nos encontramos actualmente. La tendencia es a la criminilización del individuo por el momento vital en el que se encuentra sin indagar en la falla social del sostén que, como comunidad de individuos que somos, deberíamos profesarnos. Este detalle es importante, el sinhogarismo es un fenómeno mundial. Una circunstancia que te ancla en una condición social que depende de un contexto, un entorno, y esto, lo miremos del derecho o del revés no es una elección personal únicamente. No debemos despreciar la parte de culpa que como comunidad tenemos. No son ellos y nosotros, somos un todo. No nos engañemos, sin tejido conectivo social e institucional esta consecuencia nunca cesará. Los grandes crónicos en situación de calle precisan, en el mejor de los casos, de una intervención integral, continua y personalizada, un abismo de recursos personales, materiales y económicos que podrían haberse evitado con una buena prevención en base a la sensibilización y actuación colectiva de los recursos competentes en la materia y que lamentablemente no se está produciendo. Es cierto que si haces una búsqueda rápida para nuestra ciudad en la web, te dirige al Plan integral para personas sin hogar en Zaragoza, un documento teórico imponente que luciría perfecto si se llevara a la práctica.
Como en la mayoría de los olvidados sociales, desde la administración y las entidades se abordan los reboses de la situación sin atender el origen, y eso colapsa los sistemas de actuación. Podríamos hablar de una obsolescencia del paradigma actual de actuación pero que, aún con todo, sigue vigente y no parece haber horizonte de cambio. Los estudios basados en evidencias científicas que aborden el conjunto total del sinhogarismo son inexistentes, y no es de extrañar contando con que ni censos actualizados se encuentran en ciudades como la nuestra, Zaragoza.
Pernoctar en un espacio público no te convierte en sinhogar, igual sí en sintecho, pero no tener hogar implica muchos más aspectos ni siquiera considerados en la connotación habitual hacia el colectivo. ¿Todas personas que tenemos techo tenemos hogar? Una reflexión personal.
Las personas somos más que las necesidades de subsistencia; comer y dormir. Los griegos ya lo decían, somos la relación entre la psiquis y la psique y en este modelo de intervención se ha obviado completamente lo relacional. Un cuerpo perdido, malogrado sin otras necesidades, así es la visión del sinhogar por las instituciones y recursos. Y esto es cosa del sistema, del modelo, porque a las psh no se les ha puesto en el centro de la asistencia, nunca, jamás. Más allá de los cuestionarios infinitos e invasivos que ciertas entidades rehúsan dejar de utilizar y de los que las psh prefieren ni recordar. “Un número más, sin humanización” Así me lo ha relatado una de las personas que conozco en calle. Las necesidades no son auto-percibidas sino impuestas. Vuelta de hoja y seguimos.
Hoy por hoy se habla de albergues temporales o de emergencia y de comedores sociales. Sí, sí, “soluciones” temporales a procesos cronificados. Estos comedores no cuentan con menús para celíacos o diabéticos, grandes problemas de salud que se dan en situación de calle de la misma forma que fuera de ella, ya no hablamos de elecciones como el veganismo o vegetarianismo, que por otro lado, deberían de ser completamente lícitas. No existe la elección en calle, o comes lo que encuentras o te dan, o no comes, un clásico; o comes o ayunas casi permanentemente. De aquí una de las grandes causas del deterioro de la condición de salud en calle, las personas sin hogar no acceden a recursos de salud salvo urgencia, no hay convalecencias en sus procesos de enfermedad, ni seguimientos ni tratamientos crónicos. Todo esto hace que tengan una media de 30 años menos de esperanza de vida con una tasa de mortalidad tres veces mayor que la del resto de la población, y se incrementa más en caso de jóvenes o mujeres sin hogar. Podríamos dedicar otro escrito entero a la la mujer sin hogar, doblemente vulnerable. El 31% de las personas sin hogar, psh en adelante, han intentado suicidarse. Si la salud mental es tabú en la sociedad convencional en este colectivo es otro nivel. Los procesos estigmatizadores construidos en la sociedad acerca de este grupo de personas es inconmensurable. El uso correcto del lenguaje es la base de todo. No son muchas de las cosas que se les dice ser, no son un saco de personas, ni una imagen única. Al igual que no son una historia única. Son muchas historias, individuales, fragmentadas, apagadas, anuladas, etc., esperando volver a ser en un mundo donde les han hecho estar sin ser.
«La falta de hogar se produce cuando la vivienda se trata como una mercancía y no como un derecho humano». -Leilani Farha-
La vivienda es un derecho. “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”. Así lo recoge el artículo 47 de la Constitución Española de 1978. Cada uno que haga su interpretación.
Escasa vez se plantea una alternativa habitacional como opción a entrar de nuevo en la rueda de la sociedad de la que han sido excluidos injusta e innecesariamente. Housing first es una metodología que ofrece un hogar digno, individual, permanente y con apoyo profesional. Un idílico pero que se ha efectuado en países como Finlandia con un 100% de éxito en su implementación, según cifras oficiales. Lo que nos hace pensar que en nuestra nación la problemática lejos de ser resuelta, todavía está por circunscribir . Hasta hace pocos años, la forma de afrontar el sinhogarismo seguía un modelo de atención en escalera. Las personas tenían que ir superando pasos poco a poco: de la calle a un albergue, del albergue a un alojamiento temporal y, como último escalón, una vivienda permanente. En ese largo proceso, un alto porcentaje de personas volvía a la calle. Housing First da la vuelta a ese modelo y comienza por la vivienda. La idea de Housing First surgió hace dos décadas en EE.UU., bajo el paraguas de la organización Pathways to Housing y ya está muy extendida.
Según la definición, el parque público de vivienda intenta garantizar que ninguna unidad de convivencia se encuentre sin hogar en situaciones de emergencia social, al mismo tiempo que promueve viviendas de calidad por debajo del precio de mercado para garantizar la accesibilidad a la vivienda. Una lectura dulce de este contenido que lejos se encuentra de la realidad que afecta a miles y miles de personas en nuestro país. Si la causa es la insuficiencia de recursos, escasez de planteamientos, nula gestión o intereses de por medio, no seré yo quien lo afirme. La realidad es que hay otra realidad y que fingir ceguera ante ésta lo único que nos va a hacer es acarrear más y más pobreza. Quizá el llamado “disconfort social”, que habla de la incomodidad que determinadas clases sociales sufren debido a la brecha social, haga que se marginen más y más a los colectivos degradados de la sociedad perpetuando este sistema de abuso social hacia el pobre. Esperemos que el término aporofobia, recientemente introducido en la RAE, consiga tipificar todos estos tipos de violencia y no consienta determinados excesos que se comenten hoy en día. Para todos que no lo sepan, existe un observatorio atento para los delitos de odio contra las psh. Estos delitos son una vulneración flagrante de los derechos humanos. Visibilizar y condenar esta realidad es el primer paso para combatirla, debemos ser parte de la solución, y con más razón si atendemos a que el 47% de las personas que se encuentran en esta situación han sufrido o pueden verbalizar haber sufrido uno de estos delitos. Los testimonios, esos son los verdaderos testigos de la verdad, y aseguro que son desgarradores y veraces. Ojalá consigamos ser todos “aporofílicos” como bien defiende mi amigo Jesús, psh por años y que hoy en día continúa su lucha por un techo digno.
Somos pocos los que intervenimos activamente en este fenómeno social, nos gustaría ser muchos más, contar con más voces alzadas. No como defensoras de la voz de otras personas sino como acompañantes de los gritos sordos que las personas en situación de calle tienen a diario. No son invisibles, los invisibilizamos. No son mudos, les ponemos mute.
…Nadie camina solo y va de la mano.
Sinhogarismo. Probablemente nunca has oído hablar de esta palabra, te suena a anglicismo convertido o te resulta demasiado complejo su entresijo y prefieres no pronunciarlo. La realidad es que aún no se encuentra recogida en la RAE y que lo que no se nombra adecuadamente tiende a olvidarse. Es más, el olvido quizá sea una forma demasiado romántica de denominar a una invisibilización sostenida y crónica de la sociedad hacía este problema estructural.
En España hay, al menos, 33.000 personas viviendo en la calle. El sinhogarismo es un fenómeno complejo que tiene su raíz en la desigualdad económica, la exclusión social, la falta de acceso a derechos básicos y la invisibilidad de las personas que lo sufren. De hecho, verse envuelto en esa situación es mucho más factible de lo que pensamos.