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El pasado lunes, Trump comunicó por Twitter que “despedía” al jefe del Pentágono, Mark Esper, y anunció el fichaje del nuevo. El presidente en funciones de Estados Unidos ha utilizado la red durante estos últimos años para asuntos que transcienden del uso habitual. Es conocido el temor de funcionarios, políticos y periodistas a que Trump arremeta contra ellos en Twitter y les complique la vida. Ser señalados con el dedo por el presidente, posiblemente, más caprichoso de la historia de Estados Unidos, ha supuesto graves quebraderos de cabeza a quienes lo han sufrido. La estrategia de embestir contra sus enemigos (Trump no tiene adversarios) no es nueva. La utiliza desde que empezó en el mundo de los negocios.
Trump conoce las debilidades de los medios de comunicación y sabe cómo emplearlas en su beneficio. Muchos periodistas, norteamericanos y de la mayoría de los países, han considerado sus chaladuras en Twitter como noticias fiables. Lo cierto es que los titulares de Trump atraen visitas, millones de visitas. Los medios, especialmente de Internet y las televisiones, no han querido renunciar a multiplicar su audiencia y han publicado sin filtro todo lo que soltaba por el teclado. Muchos medios han esperado a que perdiera las elecciones para virar su política editorial. Al carro del vencedor se sube cualquiera, pero casi nadie quiere saber nada de los perdedores.
Jimmy Breslin fue un periodista de esos que prefieren que los llamen reporteros. Murió en Nueva York en marzo de 2017 a los 88 años. Escritor de frase larga se convirtió en lectura obligada para los neoyorquinos tanto en Newsday como en otros tabloides. Breslin prefería estar a lado de los desfavorecidos y siempre intentaba buscar otros caminos para no mezclarse con la manada de periodistas que cubría una noticia. Era de esos pocos que consideran que, al finalizar el partido, es más interesante entrar en el vestuario de los perdedores. En uno de sus trabajos más conocidos, en lugar de cubrir el funeral del presidente Kennedy, Breslin optó por describir en “Cavar la tumba de JFK fue un honor” cómo fue la jornada de trabajo de Clifton Pollar, el sepulturero que cavó la tumba del presidente asesinado.
Breslin, mucho antes de que Trump llegara a ser el presidente de Estados Unidos, lo definió como el chico de Queens (el barrio de Nueva York de donde provenían los dos) “que es un enemigo del pueblo”. En los años 80 y 90, el reportero escribió sobre la capacidad de intimidar de Trump y cómo abusaba de la prensa y del público. “La mayoría de los medios metropolitanos se maravillaban con el magnate inmobiliario como símbolo del éxito. Breslin evitaba escribir su nombre y lo llamaba ”Junior“ en sus columnas donde criticaba sus maniobras para lograr reducciones de impuestos.
El reportero advirtió en 1988 que Trump, “en un abrir y cerrar de ojos”, era capaz de detectar “la inseguridad de la gente, porque nadie sabe si algo es bueno o malo hasta que se lo dicen”, escribió tras la compra de Trump de una aerolínea que luego fue un fracaso. Profético, Breslin aconsejó a sus lectores: “Tengan cuidado con los bocazas que se aprovechan de la situación y apelan a los más mezquinos de la multitud”. Consideraba que el discurso de Trump solo podía provenir “de alguien que camina con guardaespaldas”.
También fue crítico con algunos compañeros de la prensa. Donald Trump “usa a los reporteros para deslumbrar: cinco historias en los periódicos de la mañana conducen a 11 minutos de televisión por la noche. Los financieros, que llevan vidas tan tristes, creen lo que leen y ven en la televisión. Trump es más grande que su vida”. Ese dominio de la manipulación de la información ha servido a los intereses de Trump desde que lo empleó en 1980, cuando consiguió una reducción de impuestos de 74 millones de dólares por la remodelación del Hotel Commodore de Nueva York.
Como escribía Margaret Sullivan en The Washington Post la semana pasada, lo cierto es que “el periodismo nunca ha sabido cómo cubrir a Trump, el maestro de la distracción y el insulto que ansiaba la atención de los medios y sabía exactamente cómo conseguirla, independientemente de lo que significara para el bien de la nación”.
Trump está perdiendo día a día la capacidad de llamar la atención, el negocio que mejor conoce y el único, además de su programa de televisión, que le ha funcionado siempre. Joel Mathis firmó un artículo recientemente en The Week titulado “El día en que el mundo dejó de prestar atención a Donald Trump”. ¿Se acaban los conejos de la chistera de Trump? Además de perder la presidencia, el chico de Queens está perdiendo su poder: llamar la atención de los medios y de las redes. Si eso se confirma, hasta los más mezquinos de la multitud, como decía Breslin, le darán la espalda.
El pasado lunes, Trump comunicó por Twitter que “despedía” al jefe del Pentágono, Mark Esper, y anunció el fichaje del nuevo. El presidente en funciones de Estados Unidos ha utilizado la red durante estos últimos años para asuntos que transcienden del uso habitual. Es conocido el temor de funcionarios, políticos y periodistas a que Trump arremeta contra ellos en Twitter y les complique la vida. Ser señalados con el dedo por el presidente, posiblemente, más caprichoso de la historia de Estados Unidos, ha supuesto graves quebraderos de cabeza a quienes lo han sufrido. La estrategia de embestir contra sus enemigos (Trump no tiene adversarios) no es nueva. La utiliza desde que empezó en el mundo de los negocios.
Trump conoce las debilidades de los medios de comunicación y sabe cómo emplearlas en su beneficio. Muchos periodistas, norteamericanos y de la mayoría de los países, han considerado sus chaladuras en Twitter como noticias fiables. Lo cierto es que los titulares de Trump atraen visitas, millones de visitas. Los medios, especialmente de Internet y las televisiones, no han querido renunciar a multiplicar su audiencia y han publicado sin filtro todo lo que soltaba por el teclado. Muchos medios han esperado a que perdiera las elecciones para virar su política editorial. Al carro del vencedor se sube cualquiera, pero casi nadie quiere saber nada de los perdedores.