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¿Qué es el duelo? ¿Lo causa siempre una pérdida inesperada? ¿Es un sentimiento fugaz? ¿Una herida que tiende a cerrarse aunque quede una cicatriz? Es complicado encontrar una definición precisa, pero sabemos a qué nos referimos cuando detectamos su presencia y nos recorre el alma.
Si hablamos de lo contrario, es decir, cuando no pasamos duelo, también tendemos a actuar con menos respeto y cuidado. Por eso, porque siempre suele ser oportuno -cuando toca- que pasemos este duelo, la rotura de esquemas y desconsolación puede distorsionar nuestras emociones y nuestra capacidad de digerir, desde lo racional, el entramado y complejo plano político que queda tras el 26-J.
Lamernos las heridas y asumir de frente las penas conforman el primer paso del duelo. Sin lamentos innecesarios, desechando torturas y agonías, pero debe ser también ahora, tras el desconcierto electoral, cuando tenga espacio y tiempo en nuestras cabezas y corazones el duelo, la reflexión y el análisis, individual y colectivo.
Ni un paso atrás, ni para coger impulso. Sí debemos analizar y ser capaces de redescubrir nuestras fidelidades y objetivos. Para volver a resurgir cual ave fénix y elevarnos de nuevo, para dejar atrás cualquier aroma a derrota y frustración. Aunque algunas veces sea conveniente sentir que debemos bajar algún escalón, apretar los dientes y resurgir en la superficie.
No podemos olvidar que la política, como tantos otros procesos, apela a nuestras emociones, a nuestros sentimientos, a nuestra realización como personas que queremos ser parte del tan necesario cambio. Por eso, permitámonos ese momento de desconcierto, incertidumbre y lamento. Permitámonos llorar lo que pudo haber sido y no fue, lo que empezamos a construir y luego se quedó en expectativa, permitámonos ser honestas y honestos con todos nosotros. Saquemos la persona que a veces se refugia detrás de las faldas de la militancia.
La frenética ebullición de los hechos y de nuestro propio proyecto, el cansancio acumulado, el simple y molesto ruido, nuestros propios laberintos de declaraciones y posturas políticas, podrían estar detrás ser algunos de los muchos factores que nos han llevado a esta situación. Pero, ¿qué importa ahora el porqué cuando nos queda un largo camino por recorrer? Podemos buscar culpables, e incluso atacar al compañero con el que alzamos el puño justo antes de que se cerraran las urnas. Sin embargo, ¿tiene algún sentido centrarse en lo negativo cuando hemos sido capaces de crear una de las organizaciones políticas más fuertes de este país en un tiempo récord?
Quienes formamos parte de Podemos, tenemos que aprender a saber caer para más tarde levantarnos, y seguir luchando por alcanzar la dignidad para todas las personas, por defender la justicia y la igualdad frente a los privilegios y las cajas B. No olvidemos todo lo que hemos alcanzado, lo positivo de nuestros resultados, el apoyo y la ilusión de millones de personas que, frente al miedo y al ruido de tantos, saben que estamos aquí para defender los intereses reales de la mayoría.
Reinventarse es únicamente la consecuencia de comprender que algunas veces se pierde y, mal que nos pese, toca aprender. Tenemos un país por conquistar, para devolvérselo a la gente y construir, por fin todos juntos, un lugar de reflexión, lucha y regeneración política.
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