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El otro fango

8 de noviembre de 2024 07:00 h

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Venecia se yergue sobre las aguas de una laguna desde el siglo V. La mantienen sobre el agua 10 millones de postes de roble. Debajo de ellos, fango. Como la ciudad italiana, las sociedades occidentales se sostienen sobre pilares intangibles, unos valores, hasta ahora comunes, que han resistido peor que la madera.  

La política ha pasado de ser percibida como una herramienta para mejorar la vida de las personas a ser uno de los principales problemas de los ciudadanos, según las encuestas. Es difícil datar el comienzo de la erosión. Tal vez lo que parecía revolucionario, considerar casta a la clase política, abrió una brecha que han agrandado otros. Los que venían a acabar con los chiringuitos, instituciones para el resto, ocupan cargos en ellas y desde sus sillones han conseguido popularizar el mantra de que todos los políticos son iguales. Igual de malos, se entiende. 

La ciencia, que nos ha proporcionado los mayores avances de la humanidad, es cuestionada por terraplanistas, antivacunas, detectores de 'chemtrails' o la vecina del quinto. Así, el cambio climático, cuyos efectos son más que evidentes, hasta para tu vecina, es negado por muchos y una lista de objetivos sostenibles, la agenda 2030, es demonizada como si fuera la antibiblia de Lucifer. 

Los derechos humanos, el derecho internacional, las normas que han regido el mundo desde el final de la II Guerra Mundial, ya no son un valor supremo. No solo asistimos prácticamente impasibles a un genocidio televisado en Gaza, además son muchos quienes lo justifican. Hoy el horror nazi sería un “tienen derecho a defenderse”. 

El cuarto poder, el contrapeso de este, el periodismo, pasa por sus horas más bajas. La irrupción de los medios digitales, la precariedad de las redacciones, la financiación institucional o partidista han herido de gravedad a una profesión con vocación de servicio público. El periodista que trabaja con rigor es abucheado por quienes se informan viendo reels en su móvil. Y una verdad vale lo mismo que una mentira. 

Las redes sociales lo han cambiado todo. El algoritmo no trabaja para nosotros, pero trabaja para alguien. Han disminuido nuestra capacidad de atención, nos han hecho adictos a los estímulos, nos devuelven un mundo sesgado que refuerza nuestras ideas y nos oculta lo diferente. Difícil cuestionarse algo cuando todo nos da la razón. 

Y en ese derrumbe, ese nada vale, parece que a uno no le queda otra que guiarse por su instinto. Sin nada firme a lo que asirse, la emoción desplaza a la razón y de ahí al caos hay un suspiro. Millones de personas votan en contra de sus intereses sin percatarse de ello. ¿Son todos estúpidos, ignorantes o crueles? La respuesta no es tan sencilla. Nos regimos por un sistema, el capitalista, que es despiadado con el débil. Las dinámicas que forman la opinión pública han cambiado y a la mayoría nos ha pillado con el pie cambiado. Con los pilares de la sociedad temblando y un pie en el fango, urge preguntarse cómo salvaremos los muebles. Yo amarraría primero el pensamiento crítico, lo más útil para la reconstrucción. ¿Cuál rescatarías tú?.

Venecia se yergue sobre las aguas de una laguna desde el siglo V. La mantienen sobre el agua 10 millones de postes de roble. Debajo de ellos, fango. Como la ciudad italiana, las sociedades occidentales se sostienen sobre pilares intangibles, unos valores, hasta ahora comunes, que han resistido peor que la madera.  

La política ha pasado de ser percibida como una herramienta para mejorar la vida de las personas a ser uno de los principales problemas de los ciudadanos, según las encuestas. Es difícil datar el comienzo de la erosión. Tal vez lo que parecía revolucionario, considerar casta a la clase política, abrió una brecha que han agrandado otros. Los que venían a acabar con los chiringuitos, instituciones para el resto, ocupan cargos en ellas y desde sus sillones han conseguido popularizar el mantra de que todos los políticos son iguales. Igual de malos, se entiende.