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Si hackear significa explorar los límites de un código o una máquina, y tratar de transgredirlos, las candidaturas municipalistas que han irrumpido en los ayuntamientos están en condiciones de convertirse en laboratorios de experimentación política desde los que comenzar a hackear la democracia para conseguir más democracia.
Como pusiera de relieve el filósofo francés Claude Lefort, lo propio del régimen democrático es estar en un continuo proceso de reinvención: “Lo esencial —ha indicado— es que la democracia se instituye y se mantiene por la disolución de los referentes de la certeza”. La democracia, en ese sentido, es, fundamentalmente, invención. Frente a cualquiera que sea el orden instituido, la democracia se presenta como ruptura e innovación. Este vector de innovación resulta clave a la hora de evaluar las posibilidades de éxito de los movimientos que han accedido a los gobiernos locales y, más aún, a la hora de impulsar un proyecto político capaz de competir al monstruo bicéfalo del bipartidismo el gobierno de la nación en las próximas elecciones generales.
La situación que se ha abierto tras las pasadas elecciones municipales ha supuesto, sin duda, un fuerte incremento de la complejidad de los conflictos políticos. La entrada en los gobiernos locales de las candidaturas ciudadanas ha roto eso que los promotores del Partido X llamaran “el techo de cristal” de los movimientos sociales, ese techo que les impedía ser agentes de una transformación efectiva de las condiciones de vida colectivas. Ahora bien, desde el momento en el que se accede a las instituciones el combate político multiplica sus escalas. Cuando menos las duplica, en tanto que obliga a trabajar simultáneamente desde dentro y fuera de la institución. Así, los frentes se diversifican, y las tácticas proliferan, dado que han de ser diferentes en cada uno de ellos. La complejidad supone, en la práctica, que las luchas políticas se jueguen a día de hoy en un sistema multicapa en el que cada capa posee sus lógicas propias. Sin embargo, como es obvio, si las diversas tácticas que se despliegan en función de las diferentes lógicas no se articulan las unas con las otras será imposible que la estrategia de conjunto tenga éxito
El prototipado de tecnologías de profundización democrática es uno de los desafíos centrales de las apuestas ciudadanas de gobierno en la medida en que es un elemento, quizá el más importante, que permite articular los distintos niveles de intervención, pues resulta clave a la hora de componer, a partir de las diversas tácticas en los diversos frentes, una estrategia de conjunto. En ese sentido, la reunión de las concejalías de Participación de Ahora Madrid y Zaragoza en Común, abre toda una serie de posibilidades a la hora de reforzar las dinámicas democratizadoras de los municipios, así como para impulsar las opciones políticas transformadoras. El modelo de código abierto y de replicabilidad con que trabajan ambas concejalías permite despertar un intenso proceso virtuoso de experimentación e innovación democráticas; pero, también, comenzar a trazas líneas compartidas que estrechen los lazos e indaguen en la posibilidad de una federación de municipios rebeldes.
Enfrentarse a la cuestión de la participación ciudadana exige abordar ciertas dificultades en las que, de algún modo, se juega el futuro de las apuestas de cambio. En primer lugar, porque la participación es, desde la perspectiva institucional, la única herramienta legítima mediante la cual apuntalar los proyectos municipalistas. La crisis de legitimidad que, a nivel global, sufren los gobiernos representativos no se ha cerrado ni se va a cerrar con la entrada de las candidaturas ciudadanas en las instituciones locales. El desafío municipalista, de hecho, se erige sobre esa crisis y la aprovecha en su favor, incluso impulsándola. En el municipalismo no se trata tanto de afirmar “¡que sí, que sí nos representan!”, como de profundizar, a través de mecanismos de participación, el “¡no nos representan!” que se expresase en el 15M. A través del fomento de la participación se hace posible, no ya reducir la distancia entre gobernantes y gobernados, sino trazar una línea de fuga respecto de la separación entre unos y otros, dejando las decisiones de gobierno en manos del conjunto abierto de la ciudadanía.
La propuesta de posibilitar Iniciativas Populares Vinculantes que se hace tanto desde Ahora Madrid como desde Zaragoza en Común, tiene como objetivo primario el que la ciudadanía sea quien legisle de manera directa, sin la intermediación de los aparatos de gobierno. Frente a los líderes carismáticos y los procesos plebiscitarios que los habilitan, la participación y el desarrollo de tecnologías que suspendan la diferencia entre gobernantes y gobernados resultan los elementos clave a la hora de diseñar la ciudad democrática. De ahí que el gran reto de los nuevos gobiernos pase por evitar el círculo vicioso de la no-participación, por cuanto los procesos de participación obtienen su legitimidad precisamente en la medida en que, perdónese la redundancia, son participados. Como con humor ácido ha twitteado @ComunaZaragoza, “Solo una clase: la clase participativa. El participariado consciente debe tomar los medios de participación”.
Ahora bien, ¿cómo ampliar el espectro de participación que asegure lógicas de autogobierno de la ciudadanía? No basta con establecer los canales para participar de modo efectivo tanto en la deliberación como en la toma de decisiones sin que quienes han estado excluidos de la política irrumpan en ella. De ahí que, junto a los canales de participación que se implementen desde dentro de la institución, sea necesaria la apertura, desde fuera de la institución, de procesos de auto-organización ciudadana de aquellos sectores que no han tenido parte hasta la fecha en el marco de la acción política.
La auto-organización de lo que, siguiendo a Foucault, Raúl Sánchez Cedillo ha llamado “fuerzas plebeyas”, asociada a la prótesis institucional de las tecnologías de participación democrática, se presenta como la única opción para hackear la democracia, para desplegar un proceso constituyente capaz devolvernos la soberanía desde la que tejer una red de ciudades rebeldes.
Si hackear significa explorar los límites de un código o una máquina, y tratar de transgredirlos, las candidaturas municipalistas que han irrumpido en los ayuntamientos están en condiciones de convertirse en laboratorios de experimentación política desde los que comenzar a hackear la democracia para conseguir más democracia.
Como pusiera de relieve el filósofo francés Claude Lefort, lo propio del régimen democrático es estar en un continuo proceso de reinvención: “Lo esencial —ha indicado— es que la democracia se instituye y se mantiene por la disolución de los referentes de la certeza”. La democracia, en ese sentido, es, fundamentalmente, invención. Frente a cualquiera que sea el orden instituido, la democracia se presenta como ruptura e innovación. Este vector de innovación resulta clave a la hora de evaluar las posibilidades de éxito de los movimientos que han accedido a los gobiernos locales y, más aún, a la hora de impulsar un proyecto político capaz de competir al monstruo bicéfalo del bipartidismo el gobierno de la nación en las próximas elecciones generales.