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Teseo dio muerte al Minotauro, pero el héroe jamás habría encontrado el camino de regreso sin el ovillo que Ariadna le había entregado antes de entrar en el oscuro laberinto. Aquellos que se han internado en el laberinto de las instituciones han de tener claro que tan importante es matar al monstruo como saber regresar vivos. Si no, se corre el riesgo de empezar a mugir y que broten cuernos de la cabeza.
Hubo alguna pequeña polémica al respecto de las palabras de Pablo Iglesias cuanto éste afirmó que las instituciones son útiles cuando se gobierna pero no tanto cuando no se es gobierno. Hubo quien salió electo para un cargo público que no sólo negó que su trabajo no sea útil sino que además es fundamental.
Siempre recuerdo, cuando no hace tanto tiempo militaba en otra formación política, a parlamentarios sacando gráficos de barras para demostrar cuantísimo trabajo invertían en los parlamentos: las iniciativas presentadas, las proposiciones no de ley, las preguntas... Recuerdo que para los que ya entonces defendíamos sacar el foco de la actividad política de las instituciones y llevarlo a la movilización, nos parecía una imagen patética. La razón es que si no has cambiado nada, si no has reformado nada, si no has logrado hacer ley algún punto de tu programa político o si ni siquiera has logrado sumar apoyos en la sociedad, importa poco que hayas trabajado mucho o poco. Es más, invertir mucho trabajo y no lograr nada se llama ineficiencia, así que peligrosa doble lectura tenían esos gráficos. Ya entonces la crítica que se nos hacía era a través de caricaturas: “queréis salir de las instituciones”. Muy parecido a ese parlamentario andaluz que dijo que el que crea eso, que dimita y se vaya a casa. Caso paradigmático de cretinismo parlamentario.
Los seres humanos tendemos a justificar nuestra situación personal con cualquier argumento. Si trabajamos para una asociación de pequeños empresarios entonces creemos en las PYMES; si nos ha dejado una pareja, decimos que fue un poco decisión de los dos y que ahora estamos en un momento que preferimos estar solos; si nos vemos obligados a irnos a trabajar a la otra punta del país, es que queremos cambiar de aires; si sólo conseguimos contratos temporales es que no nos gusta estar en un sitio toda la vida. Es un mecanismo de supervivencia, para digerir mejor el día a día. Es entendible, incluso entrañable. Lo mismo pasa cuando nos vemos trabajando en una institución: nuestro trabajo es súper importante y las instituciones de la democracia representativa son lo más. Pero esto ya no es entrañable, es peligroso.
Las instituciones son todo un mundo de burocracias, plazos, formalismos… donde al final sólo importa si tu trabajo se sustancia en políticas reales que se apliquen y transformen la realidad. Si no, son una rueda de hámster que sirve para poco. Los parlamentos se parecen a las arenas movedizas: cuanto más te mueves, más te hundes en ellas. La gente de ahí fuera, en la calle, no sabe lo que pasa allí dentro, no conoce su funcionamiento y además mucho me temo que les da igual. Lo que pasa en el parlamento, en el parlamento se queda, como Salou, y si quieres tener el respeto de los trajeados, de su prensa y de la gente de orden pareciéndote a ellos y hablando como ellos, el electorado te tratará igual que a ellos. O peor.
Nunca hay que perder la perspectiva de por qué estamos allí y para qué. Tener siempre claro a qué están encaminadas las decisiones que tomamos. Si no, nos podemos encontrar con que nos convertimos en meros administradores de la realidad que ha creado el enemigo o todavía peor: que el afán de conservar el puesto de trabajo condicione nuestras decisiones políticas. Que hagamos o dejemos de hacer cosas pensando en nuestra situación personal es justificable y hasta recomendable en cualquier otra faceta de la vida. En la política no. La gente nos ha votado para cambiar la realidad. Hemos venido convencidos de que hay que transformar el país, Europa y el maldito mundo entero, no a tener contratos de trabajo renovables cada cuatro años. Tampoco hemos venido sólo a presentar papeles, a hacer un mundo de lo que ocurre en una comisión o con una moción o a tener diálogos más o menos mordaces con los de enfrente tras las paredes de palacio. Pero sobre todo, no podemos creernos señorías, excelencias y excelentísimos por mucho que nos lo llamen todos los días.
Hemos venido por la democracia y la justicia social. Hemos venido a matar al Minotauro y a salir vivos para seguir peleando contra todos los monstruos que vienen, que son muchos y muy poderosos. Pero para ello debemos seguir siendo Teseos, no convertirnos en minotauros. Debemos transitar las tinieblas del laberinto, pero sin olvidar que la realidad está fuera de él. Por eso espero que todos estemos agarrando bien fuerte nuestro hilo de Ariadna en las instituciones. No podemos perdernos en ellas.
Teseo dio muerte al Minotauro, pero el héroe jamás habría encontrado el camino de regreso sin el ovillo que Ariadna le había entregado antes de entrar en el oscuro laberinto. Aquellos que se han internado en el laberinto de las instituciones han de tener claro que tan importante es matar al monstruo como saber regresar vivos. Si no, se corre el riesgo de empezar a mugir y que broten cuernos de la cabeza.
Hubo alguna pequeña polémica al respecto de las palabras de Pablo Iglesias cuanto éste afirmó que las instituciones son útiles cuando se gobierna pero no tanto cuando no se es gobierno. Hubo quien salió electo para un cargo público que no sólo negó que su trabajo no sea útil sino que además es fundamental.