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Esta última semana está siendo un no parar de declaraciones machistas y fuera de lugar de Pablo Casado. Que dije yo que nunca llegaría a echar de menos a Mariano Rajoy, pero es que por lo menos él se metía en jardines discursivos más graciosos y menos ofensivos. Su sucesor es una barra libre de cagada tras cagada machista. Metidas de pata tan seguidas que denotan que es imposible que sean fruto de la casualidad. A todas luces parece una estrategia intencionada: “Dar de comer” a un electorado que se sentía más cómodo cuando siempre eran los hombres los que nos enseñaban cosas a las mujeres. Hombres, por otro lado, que cuando agreden a sus mujeres creen que no se están portando bien, pero no creen que estén cometiendo un delito que merezca todo el peso de la ley y todo el repudio de la sociedad.
La última de sus declaraciones creo que es digna de especial atención. Es por todos conocido que una de las formas más antiguas y más arraigadas del machismo consiste en que los hombres nos enseñen cosas a las mujeres. Desde cómo conducir, a cómo diseñar, hablar en público o hacer alta cocina. Da igual que llevemos años, siglos, incluso milenios desarrollando aquella tarea, son siempre ellos los que se arrogan el paternalismo de enseñarnos el buen hacer y el buen camino. El caso más sangrante de este mecanismo machista ha sido tener que aceptar que los hombres nos explicaran en qué consistía nuestra menstruación, nuestro embarazo o nuestra menopausia.
Este fenómeno de apropiación del relato no vivido y de usurpación del imaginario de procesos por los que no pasan ha dado lugar a toda una medicina y una ginecología, en particular, obtusa y errónea por machista. Una encuesta de la Asociación Mujeres para la Salud del año pasado revelaba que la mitad de las mujeres habían sentido algún tipo de malestar en la consulta ginecológica. Y no sólo eso, sino que además sabemos que cuando los síntomas de una misma enfermedad no son iguales en hombres y mujeres, el desconocimiento de nuestros síntomas frente a los de nuestros compañeros es brutal. Sirva como ejemplo los fallos de diagnóstico de infartos de corazón en mujeres que duplican los de los hombres.
Los hombres han ejercicio su poder también sobre lo más ajeno a su experiencia: nuestra genitalidad genuina y nuestra capacidad de dar vida. Por eso, han creído no sólo que sabían lo que acontecía en nuestras entrañas, sino que además lo sabían mejor que nosotras y nos lo tenían que contar. Todo lo que nos pasara durante casi dos siglos era explicado por ellos como síntoma de un ataque de histeria y cuando no, efecto de “esos días”. Aunque hayan pasado casi 70 años desde los últimos diagnósticos de histeria aún hay hombres como Pablo Casado que creen que saben mejor que nadie qué sucede entre nuestras piernas y nos lo van a explicar.
La osadía de pedirnos que veamos lo que abortamos, que seamos conscientes de lo que llevamos dentro como si abortáramos por desconocimiento es una barbaridad. Igual que lo es que se crea en la posición de dar lecciones sobre lo que jamás vivirá ni conocerá en sus carnes. Pero el machismo es así compañeras, les da a los hombres la sensación de podernos darnos lecciones de casi todo.
Esta última semana está siendo un no parar de declaraciones machistas y fuera de lugar de Pablo Casado. Que dije yo que nunca llegaría a echar de menos a Mariano Rajoy, pero es que por lo menos él se metía en jardines discursivos más graciosos y menos ofensivos. Su sucesor es una barra libre de cagada tras cagada machista. Metidas de pata tan seguidas que denotan que es imposible que sean fruto de la casualidad. A todas luces parece una estrategia intencionada: “Dar de comer” a un electorado que se sentía más cómodo cuando siempre eran los hombres los que nos enseñaban cosas a las mujeres. Hombres, por otro lado, que cuando agreden a sus mujeres creen que no se están portando bien, pero no creen que estén cometiendo un delito que merezca todo el peso de la ley y todo el repudio de la sociedad.
La última de sus declaraciones creo que es digna de especial atención. Es por todos conocido que una de las formas más antiguas y más arraigadas del machismo consiste en que los hombres nos enseñen cosas a las mujeres. Desde cómo conducir, a cómo diseñar, hablar en público o hacer alta cocina. Da igual que llevemos años, siglos, incluso milenios desarrollando aquella tarea, son siempre ellos los que se arrogan el paternalismo de enseñarnos el buen hacer y el buen camino. El caso más sangrante de este mecanismo machista ha sido tener que aceptar que los hombres nos explicaran en qué consistía nuestra menstruación, nuestro embarazo o nuestra menopausia.