El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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En estas fechas prenavideñas, donde la mayoría tendremos alguna que otra tarde más libre, me atrevo a recomendaros una serie de ficción que nos dará mucho que pensar. Se llama Black Mirror y en cada capítulo emula una distopía, un futuro alienante, basado en llevar al límite alguno de los avances tecnológicos con los que convivimos a diario. Facebook, realidad virtual, inteligencia artificial, ciber seguridad… son sólo algunos de los temas que se abordan. La serie es capaz de llevarnos en cada capítulo a esas encrucijadas donde tecnología y moralidad chocan, para mostrarnos los límites de lo tolerable y lo intolerable y sus contradicciones.
Pues bien, enganchada que estaba yo a esto de mirar con recelo las nuevas tecnologías, el otro día tomé conciencia de un fenómeno que bien podría servirnos como hilo argumental para un capítulo de esta serie. El fin de semana pasado, en casa de unos familiares, éstos me enseñaron su “nuevo juguete”: “Alexa”. Un asistente de voz para el hogar con nombre y voz de mujer. Tras ver como Alexa encendía la Roomba, ponía una canción o nos decía el tiempo que hacía en la calle se me ocurrió preguntar si el nombre se lo habían puesto ellos y mi sorpresa fue que no, que el aparatito venía ya configurado con nombre femenino y voz de mujer. Es más, para afianzar la normalidad de este hecho, uno de mis familiares me dijo que era como “Siri” o “Cortana”, también asistentes de inteligencia artificial. Me quedé petrificada. Un siglo tratando de masculinizar las tareas del hogar para romper los estereotipos de género y vienen las máquinas a sustituir personas por asistentes, y éstos vuelven a emular a mujeres… Horror.
Como me fui a casa bastante estupefacta me puse a navegar por las redes a ver si alguien había escrito al respecto y mi sorpresa no hizo más que aumentar. Primero descubrí que estas tres no eran las únicas: tenemos a Aura, una ciber ama de casa; Lea, la asistenta de voz que te podrá hacer la compra en Carrefour; Irene, la asistente virtual de Renfe, o incluso Google Assistant, que al abrirlo también tiene voz de mujer. Me sentí como un anciano del siglo XIX ante un móvil, no me lo podía creer. Nunca había sido muy fan de las teorías que defienden que los avances tecnológicos, per se, nos otorga más libertad, pero claro no me esperaba que las aplicaciones de inteligencia artificial hubieran hecho todo lo contrario: reprodujeran, con toda normalidad, todo el imaginario de género, sobreentendido que si algo te ayuda en casa, te ayuda a hacer la comprar o te hace de secretaria, ese algo, para tener salida en el mercado, ha de ser algo que imite a una mujer.
Mi sorpresa no acabó ahí, tras seguir navegando por las redes descubrí que había una gran cantidad de artículos que justificaban este fenómeno por el hecho de que la voz de mujer es más cálida, animada y alegre; porque «percibimos la voz femenina como una ayuda para resolver los problemas, mientras que la masculina se asocia a la autoridad» o simplemente porque tras estudios de mercado se ha descubierto que estamos más predispuestos a recibir ayuda de una voz de mujer. Machismo en vena para el siglo XXI. Voces de mujer programadas para ejecutar, sin rechistar, órdenes que consisten en hacernos la vida más fácil con las tareas más cotidianas: comprar, ordenar y limpiar la casa, mandar un email…
Al final, el imaginario que perpetúan estos pseudo robots es el que nos hace interiorizar como sociedad que las voces de mujer, ergo que las mujeres, seguimos siendo las secretarias eficientes, las amas de casa infatigables y las eternas ayudantes con una sonrisa. Normalizar estos roles a través de la inteligencia artificial es peligrosísimo, porque mientras tratamos de educar en igualdad, nuestros hijos siguen pidiendo a Alexa una pizza o a Lea que le traiga un zumo del súper. Siguen asumiendo unos estereotipos que generan expectativas de jerarquías sociales machistas más potentes que cien cursos de formación. Y es que, cual capítulo de Black Mirror, nada es lo que parece, y mientras defendemos la igualdad, el machismo se nos cuela por las rendijas del Wifi.
En estas fechas prenavideñas, donde la mayoría tendremos alguna que otra tarde más libre, me atrevo a recomendaros una serie de ficción que nos dará mucho que pensar. Se llama Black Mirror y en cada capítulo emula una distopía, un futuro alienante, basado en llevar al límite alguno de los avances tecnológicos con los que convivimos a diario. Facebook, realidad virtual, inteligencia artificial, ciber seguridad… son sólo algunos de los temas que se abordan. La serie es capaz de llevarnos en cada capítulo a esas encrucijadas donde tecnología y moralidad chocan, para mostrarnos los límites de lo tolerable y lo intolerable y sus contradicciones.
Pues bien, enganchada que estaba yo a esto de mirar con recelo las nuevas tecnologías, el otro día tomé conciencia de un fenómeno que bien podría servirnos como hilo argumental para un capítulo de esta serie. El fin de semana pasado, en casa de unos familiares, éstos me enseñaron su “nuevo juguete”: “Alexa”. Un asistente de voz para el hogar con nombre y voz de mujer. Tras ver como Alexa encendía la Roomba, ponía una canción o nos decía el tiempo que hacía en la calle se me ocurrió preguntar si el nombre se lo habían puesto ellos y mi sorpresa fue que no, que el aparatito venía ya configurado con nombre femenino y voz de mujer. Es más, para afianzar la normalidad de este hecho, uno de mis familiares me dijo que era como “Siri” o “Cortana”, también asistentes de inteligencia artificial. Me quedé petrificada. Un siglo tratando de masculinizar las tareas del hogar para romper los estereotipos de género y vienen las máquinas a sustituir personas por asistentes, y éstos vuelven a emular a mujeres… Horror.