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Descubrir es una sensación difícilmente comparable a otra. Conocer por primera vez una canción que nos conmueve, una pintura que nos llega al alma, un libro del que no despegarte, una persona con la que conectas al instante o un lugar especial genera un profundo placer. Pero descubrir implica algo más que conocerlo, es saber que eres un privilegiado por llegar ahí, es tener la sensación de que eres el primero, aunque sepas que no lo eres.
En la cima del placer de descubrir podríamos colocar los viajes. La vocación de explorador en el ser humano existe desde que este pisó la Tierra y no dejó de buscar un lugar mejor para vivir, cultivar, cazar... Millones de años de vida nómada, miles de expediciones para conocer “nuevos” mundos y décadas de turismo aniquilados por algo más fulminante que un asteroide: las redes sociales. En esa pequeña poza de tu pueblo, en la cala que te recomendó tu amiga de las islas o en ese bar de aspecto decadente al que no entrarías si no estuviera en tu libreta de descubrimientos ya no cabe ni un alfiler. Alguien lo colgó en un reel. D.E.P.
En este escenario emerge un placer casi tan poderoso como el del descubrimiento, una sensación que sabe igualmente a victoria: la de llegar pronto. La experimenté este verano al ver una imágenes de Petra desbordada de turistas. Mi recuerdo era entrar solos por aquella garganta de piedra y subir a alguno de los templos cruzándonos apenas con algún burro aliviado por no llevar a cuestas a ningún turista. La sensación se ha repetido muchas veces, la última en la estación de Canfranc. Llegaba ya con sensaciones encontradas. La de saber que la mejor manera de conservar un edificio es que esté en uso pero con la pena de que el patrimonio público quede en manos del turismo de lujo para el disfrute de unos pocos.
La estación majestuosa, la reforma de cine -de película de Wes Anderson-, el entorno precioso para pasear y hacerse fotos como en un parque temático repleto de turistas. Pero me alegré de haber llegado pronto a Canfranc, de haber conocido aquello cuando a su fachada principal no llegaban Porsche Panamera sino ese tamagotchi tan precario y tan buena metáfora de la realidad de esta comunidad en tantos aspectos. Me hizo feliz haber paseado por el andén trasero cuando, sin hacer gran esfuerzo, te sentías en una película de espías de la Segunda Guerra Mundial o en una escena de Doctor Zhivago. Ahora, sin embargo, al caminar por allí puedes ver a los adinerados huéspedes disfrutando en una piscina climatizada mientras brindan con champán. También es un sueño, pero no es el tuyo.
Solo los que llegamos pronto pudimos entrar por cada cuartucho abierto y repleto de papeles viejos en el suelo, por cada vagón abandonado con mil vidas en los que te arriesgabas a acabar pidiendo la antitetánica. Aquella sensación y aquellas fotos las guardaré como un tesoro, pero que nos devuelvan esas preciosas taquillas de madera que eran lo más característico de la estación cuando era nuestra. Y ya que nos “dejan” transitar por el hall, quiten por favor esas cintas que dicen solo huéspedes. Hay espacio de sobra en semejante edificio para ellos. Dejen que la gente se siente en esos sillones a soñar, antes con ser espía, ahora quizá solo con ser rico, ¡qué ordinariez!.
Instagram y Tik Tok mataron el descubrimiento sí, pero no la ilusión. Seguiremos viajando con ese espíritu de explorador aunque sepamos que somos el turista mil billones. Llegamos pronto solo a algunos lugares, incluso a algunas vidas, pero no dejen de creer, siempre queda algo maravilloso por descubrir pero ya saben: no lo publiquen.
Descubrir es una sensación difícilmente comparable a otra. Conocer por primera vez una canción que nos conmueve, una pintura que nos llega al alma, un libro del que no despegarte, una persona con la que conectas al instante o un lugar especial genera un profundo placer. Pero descubrir implica algo más que conocerlo, es saber que eres un privilegiado por llegar ahí, es tener la sensación de que eres el primero, aunque sepas que no lo eres.
En la cima del placer de descubrir podríamos colocar los viajes. La vocación de explorador en el ser humano existe desde que este pisó la Tierra y no dejó de buscar un lugar mejor para vivir, cultivar, cazar... Millones de años de vida nómada, miles de expediciones para conocer “nuevos” mundos y décadas de turismo aniquilados por algo más fulminante que un asteroide: las redes sociales. En esa pequeña poza de tu pueblo, en la cala que te recomendó tu amiga de las islas o en ese bar de aspecto decadente al que no entrarías si no estuviera en tu libreta de descubrimientos ya no cabe ni un alfiler. Alguien lo colgó en un reel. D.E.P.