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El pasado sábado 23 de noviembre, el colectivo Malas Yerbas -hombres y mujeres, profesionales de la agricultura y ganadería en Aragón- organizó en Zaragoza una jornada de debate sobre el modelo agroalimentario. El debate giró en torno a tres ejes: qué modelo tenemos, qué modelo queremos y quién tiene legitimidad para cambiarlo.
La jornada comenzó con la presentación de un informe de COAG -con datos de abril de 2023- que reflejó la realidad del sector y los riesgos que planean sobre su futuro. El sector agropecuario está, mayoritariamente, en manos de hombres mayores, la participación de mujeres -aunque creciente- y de jóvenes es minoritaria y la dificultad de un relevo generacional para la continuidad de la explotación, dificulta acometer los cambios necesarios en el sector. En cuanto a la propiedad, la entrada de capital financiero, de fondos de inversión, es creciente, con el riesgo claro de uberización del sector, de que las personas que ahora viven del trabajo en sus tierras o granjas, pasen a trabajar para grandes fondos o multinacionales de la alimentación.
A la presentación siguieron dos mesas redondas -tanto la presentación como las mesas tuvieron una composición paritaria- cuyos componentes aportaron distintas ideas y propuestas sobre los temas en discusión que luego fueron debatidas por el público asistente. El compromiso con la agricultura y ganadería familiar, por avanzar en la producción ecológica y el carácter social que debe tener el sector, fueron algunas de las cuestiones que surgieron. Igualmente se hizo hincapié en no caer en la trampa de enfrentar lo rural con lo urbano, la agricultura y ganadería con la ecología.
El modelo de producción que se esbozó en la jornada es ilusionante por la repercusión que tiene en el conjunto de la sociedad, pero difícil de conseguir. Sin duda necesita el compromiso de las instituciones y de la ciudadanía urbana.
El objetivo de mantener la explotación familiar se va a encontrar con la oposición de los grandes fondos de inversión, cuyos intereses son la obtención de la mayor rentabilidad posible. Pero si el campo no es solo el espacio entre dos ciudades, ni el lugar idílico al que vamos de vez en cuando a relajarnos y disfrutar del paisaje, tampoco podemos verlo únicamente como el terreno dedicado a la producción de alimentos. Los pueblos son lugares de convivencia de familias dedicadas fundamentalmente a la agricultura y ganadería, pero que también son esenciales para la conservación de la naturaleza, para que podamos disfrutar de la paz y la belleza que nos proporcionan numerosos parajes de nuestra geografía. Además, el desarrollo de estos espacios es condición necesaria para una distribución más equilibrada de la población. Nada de esto será posible si permitimos que el capital financiero, cuyo fin es la obtención del mayor beneficio en el menor tiempo posible, imponga su modelo productivo.
La alternativa pasa por la aprobación de una ley de agricultura familiar que favorezca este tipo de explotación; la prestación de los servicios necesarios (educación, sanidad, conectividad…) que favorezcan el asentamiento y el relevo generacional y las ayudas técnicas, económicas y de acompañamiento que faciliten la transición hacia modelos más sostenibles en lo económico, ecológico y social.
La producción de alimentos es necesaria para la vida de las personas, por lo tanto -como la vivienda o la sanidad-, no puede estar sometida únicamente a las leyes del mercado. Si queremos que la cadena alimentaria tenga un carácter social desde la producción, además de las personas que producen nos tenemos que implicar quienes consumimos. La colaboración de los dos sectores no va a ser sencilla, abundan los prejuicios y quienes, por intereses económicos -fondos de inversión, empresas de distribución- o políticos -las organizaciones más reaccionarias cuya estrategia se basa en la mentira y el enfrentamiento entre nosotros- van a hacer lo posible para que fracase una alternativa como la esbozada en la jornada del día 23. Hará falta un cambio cultural profundo tanto en el campo como en la ciudad, organizaciones más potentes y ambiciosas y establecer líneas de colaboración entre las diferentes organizaciones y colectivos -tanto rurales como urbanos- cuyos intereses puedan ser compatibles. Ardua tarea, por eso es conveniente comenzar cuanto antes.
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