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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Leguineche

Viajé a Brihuega el lunes 11 de julio de 1999 para conocer a Manu Leguineche. Me acompañó Pablo Segura, un fotógrafo amigo. Llegamos al mediodía y charlamos con el periodista más de dos horas en el patio de la “Casa de los Gramáticos”. Luego nos fuimos a comer a un pueblo cercano y, al despedirnos por la tarde, Leguineche me regaló un libro dedicado: “A Fernando, con un abrazo grande, y el recuerdo de vuestro paso por Bri”. En realidad, habría sido suficiente con una conversación de una hora. Fui a entrevistarlo para Ciberpaís, el suplemento de tecnología de El País, donde yo hacía entonces unas entrevistas de dos o tres folios a doble espacio, como mucho. Quería conocer a Leguineche y no me importó echar el día para una faena de una hora.

Han pasado veinte años, pero he recordado ese encuentro estos últimos días leyendo la biografía ‘Manu Leguineche. El jefe de la tribu“, de Víctor López, que ha publicado recientemente Ediciones del Viento. Al terminar de leerla, reconozco que me ha atrapado la melancolía. La vida de Leguineche es la de un pura sangre del periodismo. Un buen tipo que ejerció de vasco queriendo y de maestro del periodismo sin querer. Pero fue maestro de un periodismo que forma parte del pasado y que nada tiene que ver con lo que se está haciendo en los medios de comunicación en la actualidad. Leguineche ejercía el periodismo que caminaba en busca de la noticia. Ahora, las cosas han cambiado tanto que es la noticia la que camina hacia las redacciones.

“El periodismo es sacrificio, y el que quiera hacerse millonario que se dedique a otra cosa”, decía Manu a un grupo que era, según cuenta su biógrafo, “un especie de club de amigos que trabajaba sin horarios, a destajo y por pura vocación”. Era su época de Colpisa, una agencia que ahora es propiedad del grupo Vocento.  Cuando Leguineche, según explica Víctor López, entraba en la redacción y la veía demasiado poblada, preguntaba: “¿Qué hacéis aquí, en lugar de estar dónde pasan las cosas?”.

Al reportero Leguineche le gustaba viajar a los sitios donde pasaban cosas. Y para hacerlo no le quedaba otro remedio que buscarse la vida. Las agencias de noticias servían coberturas completas y Manu se las apañaba para encontrar financiación para sus viajes. Por eso creó dos agencias de noticias: para hacer reportajes. Primero, fundó Colpisa y, luego, Fax Press. Así que además de publicar alrededor de 45 libros, hacer televisión y escribir centenares de crónicas y reportajes, Manu Leguineche tuvo otra faceta que ahora mismo resulta más interesante como ejemplo para las nuevas hornadas de periodistas: fue un emprendedor.

Eso sí, puso en marcha empresas con el espíritu de camaradería que se lleva tan mal con las cuentas de explotación. Dice su biógrafo que decidió “especializarse en crónicas elaboradas”. Aunque sabía que la clave de su éxito había sido “la información diferenciada, más extensa y detallada”, con Fax Press se dio cuenta de que empezaba la crisis del papel y ya no se llevarían las “parrafadas”. Había que escribir más corto, más seco, más conciso.

Leguineche pudo hacer el periodismo que quiso. Conocido por ser jefe de la tribu de reporteros que iba de un país a otro buscando historias, vivió aquellos años donde se escribía deprisa, pero se publicaba despacio. Como cuenta Manu en la novela “La tribu”, que me regaló en la visita a Brihuega“, en ese tiempo el reportero  más imaginativo tenía un amor en cada compañía aérea para que las azafatas sacaran de extranjis los carretes de fotos del país. Con los años, el oficio de periodista ha perdido el encanto de la aventura: un whatsapp es suficiente para enviar una foto que debe salir publicada inmediatamente.

Los medios ya no pagan viajes. Ni siquiera uno a Brihuega para entrevistar a un periodista que ha sido una referencia para varias generaciones. El oficio de periodista como lo entendía Manu ya no existe. Como no volverá ese periodismo, no queda más remedio que trabajar para conseguir el periodismo que queremos.

Viajé a Brihuega el lunes 11 de julio de 1999 para conocer a Manu Leguineche. Me acompañó Pablo Segura, un fotógrafo amigo. Llegamos al mediodía y charlamos con el periodista más de dos horas en el patio de la “Casa de los Gramáticos”. Luego nos fuimos a comer a un pueblo cercano y, al despedirnos por la tarde, Leguineche me regaló un libro dedicado: “A Fernando, con un abrazo grande, y el recuerdo de vuestro paso por Bri”. En realidad, habría sido suficiente con una conversación de una hora. Fui a entrevistarlo para Ciberpaís, el suplemento de tecnología de El País, donde yo hacía entonces unas entrevistas de dos o tres folios a doble espacio, como mucho. Quería conocer a Leguineche y no me importó echar el día para una faena de una hora.

Han pasado veinte años, pero he recordado ese encuentro estos últimos días leyendo la biografía ‘Manu Leguineche. El jefe de la tribu“, de Víctor López, que ha publicado recientemente Ediciones del Viento. Al terminar de leerla, reconozco que me ha atrapado la melancolía. La vida de Leguineche es la de un pura sangre del periodismo. Un buen tipo que ejerció de vasco queriendo y de maestro del periodismo sin querer. Pero fue maestro de un periodismo que forma parte del pasado y que nada tiene que ver con lo que se está haciendo en los medios de comunicación en la actualidad. Leguineche ejercía el periodismo que caminaba en busca de la noticia. Ahora, las cosas han cambiado tanto que es la noticia la que camina hacia las redacciones.