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Si mañana el modo de producción capitalista occidental necesitara de dedos del pie para seguir funcionando, estoy seguro de que aparecería algún amiguete que en una conversación diría: “Pero realmente ¿para qué necesitamos el meñique? Y el siguiente tampoco es que haga nada”. Desde luego si han conseguido meternos el gol de despreciar la zona de confort en pos de perseguir tus sueños, es decir, rechazar la estabilidad vital y la seguridad laboral a cambio de no se sabe qué exploración existencial personal, pues nos pueden colar cualquier cosa.
No era tan grave hace décadas. Cuando el modelo capitalista fundamentado en fabricar neveras estuvo saturado de neveras porque todo el mundo tenía una nevera en su casa, la industria hizo que las neveras tuvieran fecha de caducidad, esto es, que se estropearan antes. Luego hizo neveras de colores, neveras de diseño… para diversificar el mercado. No era tan grave porque cambiar de nevera no perjudica directamente tu vida (indirectamente sí, por la generación de residuos, pero ese es otro tema). Y como las neveras, todo lo demás. El ejemplo más ilustrativo es la industria de la moda: despójate de la ropa del año pasado y renueva tu vestuario, que ahora se lleva todo distinto. Es el mejor ejemplo porque no hay otra industria que haya condicionado tanto los hábitos sociales en base a sus necesidades de mercado.
Cuando los mercaderes ya no pudieron vendernos más neveras ni bombillas porque no teníamos más dinero para gastar, se avecinaba el colapso. El colapso era inevitable, pero era aplazable. Así que los bancos nos dejaron muy fácil lo de prestar dinero, de modo que todo quisqui se endeudó para seguir comprando y para que los mercaderes siguieran vendiendo. Cobró fuerza entre la masa la Fe en la vivienda en propiedad. Sin esa Fe, no se explica la Burbuja. A nadie se le puso una pistola en la cabeza para que firmara la hipoteca a 40 años ¿no?
Pero ahora llegó el ¡más difícil todavía!: Cuando las empresas ya no pueden absorber la demanda de trabajo; cuando estas empresas necesitan trabajadores que ahora estén en Zaragoza y mañana en Berlín; que el empleado tenga un contrato temporal o de media jornada; que vayas de punta a punta del país según las necesidades de la producción; cuando ya casi nadie te asegura un puesto fijo; cuando todo es volátil, inseguro, etéreo, sin garantías, sin derechos. Es ahora cuando llega un amigo y te suelta el rollo de la zona de confort y de perseguir tus sueños. Que lo del trabajo fijo es aburrido y los que se quejan son gente tóxica. Te pasan vídeos de Youtube donde pretenden hacer sentirse mal al que aspire a quedarse en su casa. Miedoso, que no te atreves a irte a la aventura a ver si te haces estrella de la música, DJ, bailarín o influencer en un lugar lejano, sin ingresos regulares, viviendo del aire y durmiendo en la playa y al final de todo, hacerte rico no sé sabe muy bien cómo. ¿Cotizaciones? ¿Seguridad social? ¿Derechos laborales? ¿Estabilidad? ¡Uy! Huye de la gente tóxica que sólo te habla de problemas. Tú eres especial, tú lo mereces. Sé positivo, rodéate de idiotas. Salta y siente al aire en tu cara, que hasta ahora todo va bien, el aterrizaje, ya si eso.
Pero lo peor está aún por venir. Si ahora hay pocas migajas que compartir, en poco tiempo los listillos del Foro de Davos auguran la destrucción de empleos y de profesiones; vaticinan un desempleo perpetuo para millones de personas. Dicen que sólo el reciclaje nos salvará… a unos pocos. Sólo unos pocos serán dignos de entrar al cielo, parece. Los demás, al paro. Dicen que hay que estudiar ciencias, reconvertirse y al final, pelear por el último mendrugo de pan como bestias. Reciclarse, reciclarse y dar por perdidos los trabajos en una competición feroz a ver cuantos millones de personas se quedan sin silla cuando la música deje de sonar.
Ya vienen. Veremos videos de Youtube y expertos neoliberales convenciéndonos en la tele y al final, un amigo en la barra del bar nos dirá que realmente el dedo meñique no sirve para nada.
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