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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va

El cantautor Joaquín Carbonell.
22 de septiembre de 2020 22:57 h

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Ha pasado una semana desde que apareció en mi teléfono la noticia que confirmaba los peores pronósticos. Simplemente porque no era posible perderte tan pronto, que nos dejaras sumidos en esta perpetua orfandad que todavía nos resistimos a creer. ¿Cómo puede ser posible que, una persona con tantísima vitalidad, se ausente de manera tan prematura? Porque el destino es una putada, querido Joaquín, juega con nosotros a su libre albedrío, sin preguntarnos, sin pedirnos permiso; haciéndonos pensar que lo poseemos, y en el momento que nos confiamos, nos devuelve una bofetada de realidad.

Mi Joaquín no llevaba bigote, ni fumaba, pero continuaba siendo el artista todoterreno que había traído el mar a las áridas tierras aragonesas, el luchador que defendía su amado Teruel y, sobre todo, era mi amigo. Me entenderás cuando te diga que se han cumplido tus predicciones, que ahora todo el mundo te reivindica y ensalza, recordando tus obras y rememorando sus encuentros contigo. Ambos coincidiremos en que es una muestra del cariño que durante décadas fuiste regalando a todos nosotros, y que sin duda viste reflejado el dos de diciembre de 2019, cuando celebraste tus cincuenta años en la música. Pero, como amiga, también te digo que me hubiera gustado celebrar todos estos reconocimientos contigo, con nuestra bodega, con el que grupo de personas que, después de cinco años, convertimos en parte de nuestra familia.

Has sido mi maestro, mi cómplice, mi cantautor de cabecera, la persona que “me saco del pueblo y me descubrió el mundo”. Seguro que recuerdas aquella comida en la que nos reencontramos y, de repente, se paró el mundo. Era como si tuviéramos toda una vida pendiente de contarnos y compartir, como si diez años antes no solo me hubieras firmado tu disco, sino que me hubieras emplazado a volver a descubrirte en el momento adecuado. Jugar con el destino, como te decía antes, porque si alguien creí que podía hacerlo, ése eras tú.  

Son tantos los buenos recuerdos que se acumulan en mi cabeza desde entonces que todavía me resulta imposible pensar en ellos sin que me duela. Me abriste tu casa, y entraste en la mía, te convertiste para mi familia y para mí en parte de nuestro círculo más cercano. Pero no lo hiciste solo, sino que te acompañaron personas maravillosas que tampoco comprenden cómo has podido dejarnos ahora. Tu mejor legado no solo ha quedado en tus obras, sino que está en cada uno de los afortunados a quienes nos regalaste tu amistad, tu compañía, tu sabiduría y, sobre todo, tu generosidad. Gracias.

Seguro que ahora le estás contando a nuestro querido Labordeta tus últimos proyectos, el éxito de Los 3 Norteamericanos y que vuestras canciones siguen estando presentes en el corazón de los aragoneses. Porque, mi querido Joaquín, a diferencia de los olivos, tú no vas a ser centenario. Vas a ser eterno. 

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