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Las mujeres ya tal

En las Cortes, a veces, los debates más interesantes no están en la tribuna, sino en los escaños, en los comentarios que los diputados hacen al escuchar la intervención de alguien de otro partido.

Mi compañera Amparo Bella, historiadora y experta en feminismo, aludió en el último Pleno a la relación entre violencia machista y neoliberalismo y los diputados del Partido Popular que se sientan cerca de mi escaño se burlaron. «¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?» Yo les dije que había conexión y acusaron a Podemos de utilizar las mujeres asesinadas para hacer política. «Un día, en un café, os explicamos la relación», terminé. Pero como no creo que esa cita tenga lugar, aprovecho este espacio para dar algunas pinceladas sobre el tema.

Lo primero es que hay una diferencia entre “hacer política” y “sacar rédito político”. Si estamos en las Cortes es para hacer política, para proponer y tomar medidas legislativas que reduzcan los asesinatos por violencia machista. Quizá se confundieron porque su partido suele hacer demagogia y sacar rédito político con las víctimas, especialmente de ETA y del 11M. Analizar la relación entre neoliberalismo y asesinatos machistas es hacer política; sembrar dudas sobre la investigación y juicio del mayor atentado en España es utilizar a las víctimas.

Respecto a la relación entre neoliberalismo y violencia machista, me gustaría comenzar por el principio, por las décadas en las que nació y se afianzó el capitalismo. La filósofa italiana Silvia Federici explicó en su libro Calibán y la bruja cómo el asesinato de miles de mujeres en Europa durante los siglos XVI y XVII fue una de las formas que el capitalismo utilizó para asentarse, primero en Europa y después en el resto del mundo.

Hay que señalar que el feudalismo da paso al capitalismo con mucha fricción. En el proletariado medieval había cierta igualdad entre hombres y mujeres, todos tenían acceso a la tierra y el trabajo, mientras que en el capitalismo la división se hace más grande. Los hombres trabajan y cobran un sueldo. Las mujeres realizan un trabajo sin cobrar nada a cambio. ¿Cuál es ese trabajo? La reproducción. La creación de futuros trabajadores.

«Sus úteros se transforman en territorio polí­tico controlado por los hombres y el Estado: la procreación fue directamente puesta al servicio de la acumulación capitalista», escribe Federici. «Las mujeres mismas se convirtieron en bienes comunes».

A partir de entonces, la misoginia aumenta de forma espectacular. Las mujeres son expulsadas de los espacios públicos, la violación deja de ser delito en ciertos países y se llega a la conclusión de que las mujeres independientes, en especial las campesinas, son una amenaza para la sociedad. La película La bruja es muy reveladora en este aspecto.

Si un trabajador rompía un producto que había fabricado, era castigado. Si una mujer abortaba, también era castigada. Durante siglos, las mujeres habían utilizado remedios naturales para decidir sobre su cuerpo y dar o no a luz. Ahora eso ya no se podía consentir.

Se necesitaba más mano de obra, especialmente tras la reducción de la población debido a la peste negra. Aquellas mujeres que se negaban a ocupar su espacio en la nueva sociedad eran una amenaza.

¿Cómo hacer frente a esta amenaza? La forma de «educar» a todas las mujeres en que su única labor era la reproducción fue la caza de brujas. «Matar a una para educar a muchas», dijo un inquisidor. No es casualidad que estos asesinatos en masa surjan en el siglo XVI y no en los años teóricamente más oscuros de la Edad Media. Cuando el capitalismo se asienta, cesan las torturas y matanzas: ya nadie cree en las brujas. Ese asentamiento costó, entre otros sacrificios, la violación, tortura y el asesinato de 200.000 mujeres.

Las mujeres fueron derrotadas. Fueron reducidas a madres o esposas, recluidas en su casa y, dentro de la casa, la cocina y la cama. «A partir de esta derrota surgió un nuevo modelo de feminidad: la mujer ideal: casta, pasiva, obediente, ahorrativa, de pocas palabras y siempre ocupada en sus tareas».

Volvamos al siglo XX y al momento actual, en el que esta construcción social todavía permanece en la cabeza de muchas personas. El hombre en el trabajo y la mujer en la casa. El hombre hace cosas y la mujer es pasiva. El hombre es fuerte y la mujer débil.

Quizá los lectores de este medio no piensen así, pero basta con leer ciertos foros o ver con una mirada crítica la televisión y, en especial, la publicidad, para comprobar que el esquema sigue vigente. Esta charla TED es muy ilustrativa al respecto. Las empresas ofrecen como reclamo publicitario lo que ya pensamos, aunque sea de forma inconsciente, y cuando los anuncios de coches o perfumes ponen a hombres y mujeres en muy diferentes posiciones, sólo refuerzan un pensamiento anclado hace siglos. Un pensamiento que entre todos debemos cambiar.

Pero, ¿qué tiene que ver esto con los asesinatos machistas y el neoliberalismo? Para empezar, el neoliberalismo no es más que una versión extrema y actualizada del capitalismo. Si en parte se fundó en el sometimiento de la mujer, ahora su versión 3.0 no va a mejorar la situación.

Durante dos siglos se permitió y alentó la opresión, violación, tortura y asesinato de la mitad de la población. Es una pesada herencia que se ha disuelto como azúcar en un café, pero no ha desaparecido. Hasta no hace tanto, el hecho de que un hombre asesinara a su esposa no era más que un “crimen pasional” y no ocupaba lugar en los informativos. Aun hoy, pocas veces es portada en un periódico.

A nivel particular, y en las redes, se habla de las denuncias falsas, se llama “puta” a las mujeres con poder político o mediático que rebaten el status quo (repasen los comentarios a los artículos de Barbijaputa) y se da por normal que cada año sean asesinadas más de 60 mujeres en España.

El Gobierno actual del Partido Popular ha aplicado con esmero la doctrina del shock y las medidas neoliberales marcadas por el Banco Mundial y el FMI. Recorta derechos laborales, pone trabas a la conciliación familiar, mantiene la diferencia entre los permisos de maternidad y paternidad y reduce el presupuesto para violencia machista. Y de la brecha salarial… ya sabemos lo que dice el presidente del Gobierno.

El neoliberalismo actual se sostiene, entre otros, sobre varios pilares que no favorecen la igualdad entre hombres y mujeres. El trabajo gratis e invisible en el hogar y en las tareas de cuidados (hijos, mayores), la brecha salarial, la segregación de empleos por sexos y la precariedad laboral, más aguda en mujeres, que las condena a depender de los hombres....

Esta desigualdad y dependencia dificultan la lucha por los derechos laborales y la posibilidad de huir cuando el enemigo duerme en tu cama cada noche.

¿Son los asesinatos machistas consecuencia de actos individuales, de “manzanas podridas”? No. Es uno de los peores reflejos de un sistema que sólo busca el beneficio económico y ha manipulado nuestra forma de pensar durante siglos. Quien mata a su mujer no es un hombre que de repente pierde la cabeza: es alguien que lleva a último término un pensamiento colectivo que todavía no ha desaparecido.

La maté porque era mía, ¿les suena? La mujer como propiedad, como recurso; una concepción nacida hace cuatro siglos que sigue vigente; y ese pensamiento a veces se traduce en un cuchillo ensangrentado.

Y sin embargo las mujeres se mueven y rebelan contra esa construcción. Están por todas partes desgranando buenas prácticas, ejerciendo tareas que sostienen el mundo y construyendo un nuevo paradigma de relaciones sociales en libertad y sin violencia. Una esperanza recorre las calles, las redes y los espacios públicos: la esperanza del feminismo, que dibuja un mundo nuevo y mejor para todas y todos.

Todavía no hemos encontrado una solución al feminicidio pero algo tengo claro: el feminismo es cosa de todos. Los hombres debemos formar parte del cambio de modelo, del cambio de pensamiento. Y para cambiar un pensamiento, el primer paso es ser consciente de su existencia y de su origen.

En las Cortes, a veces, los debates más interesantes no están en la tribuna, sino en los escaños, en los comentarios que los diputados hacen al escuchar la intervención de alguien de otro partido.

Mi compañera Amparo Bella, historiadora y experta en feminismo, aludió en el último Pleno a la relación entre violencia machista y neoliberalismo y los diputados del Partido Popular que se sientan cerca de mi escaño se burlaron. «¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?» Yo les dije que había conexión y acusaron a Podemos de utilizar las mujeres asesinadas para hacer política. «Un día, en un café, os explicamos la relación», terminé. Pero como no creo que esa cita tenga lugar, aprovecho este espacio para dar algunas pinceladas sobre el tema.