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En el núcleo de la democracia, la deuda

Desde 2010, casi todos los extremos de Europa padecen la austeridad como una subordinación a través de la deuda. La guerra contra Grecia a través de la deuda marcará nuestro imaginario sobre la gobernanza europea mucho más que la PAC y que los carteles de obras financiados por la UE. Suerte de las nuevas generaciones que podrán prescindir de Graeber, Lazzarato y de rastrear en Nietzsche para advertir lo que hoy se impone como evidencia: que la deuda es el principal instrumento de sujeción cuando el ambiente ahí fuera es, como en la canción, lo que algunos llaman paz.

Dado que la asimetría de la deuda es el estado natural del tracto mercantil, tal es la situación de los Estados pero también de las distintas administraciones territoriales, las familias, los partidos políticos o los clubes de fútbol. La colección de malos ratos que recientemente estamos pasando en razón de la deuda (porque las experiencias latinoamericanas y africanas de décadas anteriores no tenían nada que ver con nuestro mundo) nos ha llevado a cogerle cierta tirria al mecanismo y entorpece su tratamiento político.

Por una parte, porque trasladamos la dinámica microeconómica de la deuda a unidades políticas. Tales unidades, pongamos un municipio, pueden tener problemas de liquidez (lo que no es menor) pero es muy difícil que tengan problemas reales de solvencia, es decir, de capacidad de producción de riqueza para gestionar tal o cual deuda. Hay que recordar que, incluso en el peor de los casos, los cuerpos políticos no se liquidan, como las empresas, y nada impide en último término, sino una violencia contraria a su naturaleza, el reinicio de sus capacidades productivas.

Por otra parte, es normal que con tanto esquilmar la riqueza colectiva parezca que el ciclo necesario de la deuda es el de redirigir inversiones sociales a los amigotes para perfilar los mecanismos de sujeción con los que redirigir nuevos recursos sociales a más amigotes y fortalecer el ciclo. Este círculo virtuoso del rentista está lejos, sin embargo, de la función que la deuda puede cumplir, como pasivo de la inversión, para ser el esfuerzo sostenido en el tiempo de una unidad política a fin de acortar los plazos de determinadas mejoras en las condiciones de vida.

En términos democráticos, el mecanismo es complejo porque compromete el esfuerzo de sujetos que ni siquiera están en el tiempo de constituir la deuda pero ésta se pagará por sí sola siempre que la inversión se destine a mejorar las condiciones de vida de las poblaciones y consecuentemente a aumentar sus capacidades productivas. Una comunidad política que no pueda recurrir a esos mecanismos de aceleración e intensificación y deba resignarse a las miserias de su presente es una comunidad imponente… o regida por la indiferencia de las clases medias.

Como en la vida, cualquier cuerpo político tiene que asumir que no es un agente autónomo, sino más bien interdependiente y que el núcleo de su democracia no está solo en la elección de sus sueños, sino también de sus servidumbres, siquiera sean transitorias. En tal sentido, las inversiones sobre la inversión / deuda, por los riesgos que ya no olvidaremos, deben contar con la mayor garantía de democracia. A este reto los movimientos democráticos están respondiendo con dos mecanismos principales: la auditoría de la deuda y los presupuestos participativos. Aparte de la prevención de las infracciones en este campo, la pregunta fundamental que estas operaciones se hacen en distintos tiempos es ¿qué sentido social tienen esas deudas / inversiones?

Bien están los controles de legalidad y constitucionalidad por arriba pero la ubicuidad de la deuda requiere colmarla de controles, conforme a nuestras actuales capacidades cognitivas y políticas, en las distintas capas y con la misma prolijidad con la que se generan. Si las decisiones que más nos comprometen ya no están solo en la ley, sino en esa miriada de ataduras de inversión / deuda, la democracia debe adoptar esa misma dirección de capilaridad.

Ahora que muchos municipios y CC.AA. empezarán auditorías y presupuestos participativos de todo pelaje, conviene subrayar que la distinta genealogía de estos movimientos ha hecho que ambos parezcan planetas distintos cuando no son sino fases del mismo proceso. No se trata de comités de expertas fiscalizadoras por un lado y de vecinas por otro decidiendo en qué gastar las partidas superfluas. Tienen que ser procesos articulados, convenientemente asesorados técnicamente pero horizontales y desarrollados en un ecosistema en que la información fluya de manera transparente, accesible y comprensible. Aunque los proyectos ciudadanos institucionales se jueguen la prensa en la recogida de basuras o en los gestos simbólicos, se juegan el sentido en hacer viable ese ecosistema.

David Vila-Viñas  @dabivv

Desde 2010, casi todos los extremos de Europa padecen la austeridad como una subordinación a través de la deuda. La guerra contra Grecia a través de la deuda marcará nuestro imaginario sobre la gobernanza europea mucho más que la PAC y que los carteles de obras financiados por la UE. Suerte de las nuevas generaciones que podrán prescindir de Graeber, Lazzarato y de rastrear en Nietzsche para advertir lo que hoy se impone como evidencia: que la deuda es el principal instrumento de sujeción cuando el ambiente ahí fuera es, como en la canción, lo que algunos llaman paz.

Dado que la asimetría de la deuda es el estado natural del tracto mercantil, tal es la situación de los Estados pero también de las distintas administraciones territoriales, las familias, los partidos políticos o los clubes de fútbol. La colección de malos ratos que recientemente estamos pasando en razón de la deuda (porque las experiencias latinoamericanas y africanas de décadas anteriores no tenían nada que ver con nuestro mundo) nos ha llevado a cogerle cierta tirria al mecanismo y entorpece su tratamiento político.