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Día 11 de julio. A las dos de la tarde un grito que retumba y nos hace felices: “La Audiencia Nacional tumba la construcción del embalse de Biscarrués”. Nuestros rostros lo dicen todo y en silencio cada uno sabe que la noticia es importante, tan importante que las palabras se escapan o casi no tienen sentido, porque durante semanas temimos que una vez más la intolerancia y la sin razón inundara el lugar de la vida y del reino de los Mallos.
A las tres de la tarde nos despedimos y cada cual regresó a su cotidiana manera de entender la vida. Yo no era capaz de escribir y leí y recordé. Algún amigo en las redes sociales hablaba del triunfo de David contra Goliat y otros escribían sobre la justicia y el sentido común. Yo estaba paralizada, supongo que durante semanas el miedo me paralizó, porque solo la idea de pensar que el pantano de Biscarrués llegara a ser a una realidad me dejaba en la orilla más triste, en la inundada orilla en la que los pantanos han dejado a Aragón, a sus pueblos y a sus gentes.
Pero ayer, 11 de julio, renació la esperanza y la victoria de los que siempre fuimos perdedores y remamos contra pantanos y contra intereses que nunca entendimos y que lo hacemos desde hace décadas sin insultar, con decencia y con rigor.
Once de julio y el Gállego surca imparable y libre en su destino y en su vida.
Ayer, 11 de julio, fue un día grande para la libertad de Aragón, que a lo largo de la historia se ha hecho de luchas humanas, de voces que han sabido gritar y no han cesado por defender un río, un valle o un espacio de luz entre tu casa y la mía.
Once de julio y yo me quedé en tu alegría que es la mía, que es la de tantos, que ya es imparable.
Y la primavera vuelve porque tú, mi profundo Gállego, eres la voz que nadie atrapa, la corriente que nos hace libres, la sangre que no es roja ni azul, el grito donde se esconden todas la cenizas de la vida y el otoño donde nos refugiamos para no olvidar. Para no olvidarnos.
Todos somos héroes en nuestras pequeñas batallas y cuando alguien nos pregunta: ¿Qué sientes? Entonces tragamos saliva y sabemos que a duras penas somos, pero también somos supervivientes entre las cenizas que otros nos dejaron y seguimos esperando a los amigos en las atardecidas de los Mallos, donde tus pies volaron sobre la muerte que hoy es mi recuerdo y nuestra esperanza.
Pero algunos jamás entenderán qué significa Biscarrués ni Yesa ni Jánovas y buscando su pequeña gloria que a Aragón nada importa se hacen insignificantes y ridículos, se hacen seres a medida de su mediocridad de palabras mediocres. El grito de No a Biscarrués es universal.
Ayer once de julio las gentes de Aragón, los aragonesistas de izquierdas, los herederos del socialismo aragonés gritamos desde lo más profundo de nuestras almas: “Biscarrués ha muerto”.
Día 11 de julio. A las dos de la tarde un grito que retumba y nos hace felices: “La Audiencia Nacional tumba la construcción del embalse de Biscarrués”. Nuestros rostros lo dicen todo y en silencio cada uno sabe que la noticia es importante, tan importante que las palabras se escapan o casi no tienen sentido, porque durante semanas temimos que una vez más la intolerancia y la sin razón inundara el lugar de la vida y del reino de los Mallos.
A las tres de la tarde nos despedimos y cada cual regresó a su cotidiana manera de entender la vida. Yo no era capaz de escribir y leí y recordé. Algún amigo en las redes sociales hablaba del triunfo de David contra Goliat y otros escribían sobre la justicia y el sentido común. Yo estaba paralizada, supongo que durante semanas el miedo me paralizó, porque solo la idea de pensar que el pantano de Biscarrués llegara a ser a una realidad me dejaba en la orilla más triste, en la inundada orilla en la que los pantanos han dejado a Aragón, a sus pueblos y a sus gentes.