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Cuando yo era niña, el hambre era algo lejano. Bien en el tiempo, porque eran historias de la posguerra, bien en la distancia, porque los niños que pasaban hambre estaban en países como Etiopía o Somalia. La imagen de sus barrigas tan hinchadas como vacías ocupaba un lugar prominente en los informativos, preocupaba. Las estrellas de la música participaban en conciertos solidarios para recaudar ayuda para África. 200.000 espectadores y más de 100 millones de dólares fueron las cifras de los Live Aid. Al igual que la paz, acabar con el hambre en el mundo era un objetivo que compartían desde un jefe de Estado hasta una miss.
Hoy que España es la cuarta economía de la zona euro, el hambre está en la puerta de al lado. Piensen en su casa, en sus vecinos, uno de cada cuatro está en riesgo de pobreza o exclusión social, son el 26,5%, de los españoles. Los niños con hambre ya no viven solo en África, te cruzas con ellos por la calle, hoy han ido al colegio sin desayunar. El 34,5% de los niños en España son pobres. Las cifras son escalofriantes pero no abren informativos, no provocan reacciones sociales masivas, no hay conciertos solidarios ni reina de la belleza que les rece.
5,5 millones de hogares en España están en riesgo de exclusión residencial, no pueden acceder a una vivienda digna. Hacer frente al alquiler aboca a la pobreza a 4 millones de hogares pero no piensen en barriadas, en gente sin trabajo, piensen en su vecino, en sus amigos, en su compañero de trabajo, porque en 250.000 de esos hogares entra un sueldo medio. Millones de españoles están, como quien dice, a un resfriado de ser pobres. Una situación que se agrava todavía más si son mujeres, migrantes o tienen alguna discapacidad.
El problema no es de un día, de una legislatura, de un gobierno, de un país. El problema es estructural y tiene nombre y apellidos: reparto desigual de la riqueza. En España el 10% de las personas más ricas acapara más del 50% del capital. En un círculo de diez personas una sola posee más de la mitad de los recursos disponibles. Si ampliamos el foco, en 2023 los cinco hombres más ricos del mundo duplicaron su riqueza en un año.
Si dibujamos como una montaña el estado de bienestar, uno de los mayores logros de la socialdemocracia, podríamos ver que, tras años escalando para alcanzar su cima, empezamos a resbalarnos ladera abajo. Revertir esta situación es, en gran parte, responsabilidad de la administración pública. Los ministerios de Derechos Sociales y Juventud e Infancia, en manos de Sumar, acaban de presentar una estrategia nacional para reducir la pobreza en nuestro país, trabajo tienen. Pero dejar de resbalarse por esa ladera pasa por no caminar de forma individual, por sostenerse y darse impulso de manera colectiva. Por tomar conciencia de que avanzar juntos, sin dejar a nadie atrás, beneficia a todos. Si no les convence el argumento del altruismo o la fraternidad, si les motiva más la rentabilidad, sepan que invertimos alrededor del 1,5% del PIB en acabar con la pobreza infantil -con escaso éxito- al parecer. Invertir tan poco -la media europea es de un 2,4%- hace que las consecuencias nos cuesten más del 5% del PIB, 60.000 millones de euros al año. Gastando más en reducir la pobreza, tratándolo como un problema nacional de primer orden, ganamos todos.
Cuando yo era niña, el hambre era algo lejano. Bien en el tiempo, porque eran historias de la posguerra, bien en la distancia, porque los niños que pasaban hambre estaban en países como Etiopía o Somalia. La imagen de sus barrigas tan hinchadas como vacías ocupaba un lugar prominente en los informativos, preocupaba. Las estrellas de la música participaban en conciertos solidarios para recaudar ayuda para África. 200.000 espectadores y más de 100 millones de dólares fueron las cifras de los Live Aid. Al igual que la paz, acabar con el hambre en el mundo era un objetivo que compartían desde un jefe de Estado hasta una miss.
Hoy que España es la cuarta economía de la zona euro, el hambre está en la puerta de al lado. Piensen en su casa, en sus vecinos, uno de cada cuatro está en riesgo de pobreza o exclusión social, son el 26,5%, de los españoles. Los niños con hambre ya no viven solo en África, te cruzas con ellos por la calle, hoy han ido al colegio sin desayunar. El 34,5% de los niños en España son pobres. Las cifras son escalofriantes pero no abren informativos, no provocan reacciones sociales masivas, no hay conciertos solidarios ni reina de la belleza que les rece.