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Raimundo Salas, hablad de él y de su poesía

Raimundo Salas
25 de junio de 2021 22:55 h

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Desde hace unas semanas, y hasta el próximo mes de agosto, puede contemplarse en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza una exposición sobre arte y poesía del Grupo Niké. Ocupa la sala África Ibarra, un espacio de medianas dimensiones, por lo que la muestra tiene más propósito de “dejar el gusto picado, que no molido”, como diría Gracián. El intimismo de la atmósfera permite de este modo un diálogo a tres entre los autores representados: Luis García-Abrines, Emilio Gastón y Mariano Anós.

La relación entre artes plásticas y literatura forjó uno de los eslabones clave en el entramado cultural del grupo. Fueron muchos y notables los artistas que participaron en proyectos emprendidos por los poetas del Niké, desde el pintor José Orús, hasta Agustín Ibarrola quien diseñó la escenografía para “Oficina de horizonte”, de Miguel Labordeta. Esta permeabilidad entre poetas y artistas fructificó en un acercamiento de aquéllos a las artes plásticas.

Reunir en una muestra a todos estos poetas-artistas no resulta tarea fácil. Sólo la obra de Antonio Fernández-Molina o la del recientemente fallecido Fernando Ferreró, por citar los más conocidos, merecerían atención propia. Pero hay otros nombres que el tiempo o el descuido se empeñan en difuminar. Convertidos en letra chica de la historia, sólo una retrospectiva sobre su obra y vida permitiría darles el relieve que merecen. Por eso quiero hablar de Raimundo Salas, quien no sólo tuvo un papel esencial en la formación y animación del Grupo Niké, sino que demostró ser uno de los poetas-artistas más notables de aquella generación.

Los felices días de la infancia

Fue un joven Raimundo de 19 años quien contactó con el poeta zaragozano Manuel Pinillos, tras recibir éste el premio ciudad de Barcelona en 1951, con la intención de entrevistarlo. A este propósito avisó a sus amigos  Julio Antonio Gómez, compañero de colegio de Raimundo, y Guillermo Gúdel quien conocía una cafetería cercana al domicilio de Pinillos. Certificaron así el acta de nacimiento del espacio que daría cobijo a un episodio clave en la cultura zaragozana.

Nacido en Blesa, provincia de Teruel, en 1932, allí transcurriría la infancia del poeta y allí viviría la amargura de la guerra. Hace unos meses tuve la oportunidad de charlar con su hermano pequeño, Santiago Salas. Cuando le pregunté sobre cómo pudo afectar el conflicto a Raimundo, el rostro de Santiago se nubló y con un gesto quiso arrumbar aquellos recuerdos: “es mejor dejarlo”. Como sucediera en tantos nombres de aquella generación, semejante tragedia dejaría señal en el carácter de Raimundo. Años después en su poema “De cara a la pared” leemos:

Fuera se oían voces, carcajadas

Estrepitosas, himnos feroces, explosiones,

Súplicas apagadas por un motor en marcha, carreras y disparos (…)

Eran, decían, los felices días

De la infancia.“ 

Una vez finalizada la guerra, Raimundo y su familia se trasladarían a Zaragoza. Allí, cumplidas sus obligaciones escolares, nuestro poeta decide no continuar con los estudios y trabajar en la bodega de su familia, en la desaparecida calle Licorera. En una entrevista publicada en el diario “Amanecer a mediados de los años 50, Miguel Labordeta, al hablar de sus compañeros de tertulia, describía así a Raimundo: “Salas, por ejemplo, escribe maravillosos poemas después de haber estado todo el día cargando cajas de gaseosa.” Su hermano Santiago lo rememora montado en la tartana con la que acarreaba los pedidos por la ciudad. Absorto en su mundo, las mulas acabaron por aprender el recorrido y detenerse en el punto exacto donde correspondía hacer el reparto. El poeta, mientras tanto, viajaba por otros derroteros.

Un sentimiento en fuga

Quienes compartieron amistad con Raimundo nos describen a una persona afable y silenciosa. Años después de su muerte, su amigo Guillermo Gúdel lo recordaría como alguien “dulce, sensible e inteligente”, “un sentimiento en fuga”. De esta emotividad da buena cuenta una obra caracterizada por el anhelo de comunicación y fraternidad:

Llegará el día en que todos podamos mirarnos a los ojos sin temor,

en que todos podamos

preguntar, responder, hablar por todas las esquinas del alma.

(“Estamos empezando a comprender”)

Con feroz humanismo trataba así de dar respuesta a una desazón fruto de la carnicería civil, cuyo miedo aún se palpaba, y que aproximaría a Raimundo hacia posiciones de denuncia social:

“¿Van a ganar los mismos siempre?(…)

¿van a tener siempre las mismas

manos la banca?

(“Partida de Cartas”)

Apolítico, justo, gran defensor del orden,

educado en los sanos principios de la época, profundamente religioso,

cumplidor de las leyes casi siempre,

vivió y, en lo posible, dejó vivir (a veces los negocios son los negocios)

(“Como suele decirse”)

Raimundo se reivindica, por tanto, como un poeta en diálogo con la realidad. “Soñador, no te eleves, pon los pies en el suelo”, nos advierte en “Sólo despierto es lícito soñar”. Si en sus versos más introspectivos hallamos desasosiego y pesimismo, es frente el contacto con los demás que se tornan optimistas y audaces. Y ello a través de un lenguaje que le permite transitar entre su intimidad y quienes participan de una existencia común: “El poeta de hoy debe bajar de la palabra omnipotente. Su canción debe ser compartida por todos.

Los trazos de una canción

Los versos de Raimundo estuvieron presentes en las iniciativas literarias que los peñistas del Niké editaron en Zaragoza. Así, “Orejudín”, de José Antonio Labordeta; “Despacho Literario”, de su hermano Miguel; y “Poemas”, de Guillermo Gúdel y Luciano Gracia. Ocasionalmente sus poemas habían ido aparecieron en otras revistas de diversos puntos de España, como “Arquero”, impulsada por Gloria Fuertes y Antonio Gala.

Quizá la faceta menos conocida de Salas sea la de dibujante. Sus diseños ilustran el primer libro de Miguel Luesma, “Sólo circunferencia”, de 1965; o varios números de la revista “Poemas”. En ellos podemos contemplar formas sugerentes de inquietante plasticidad, o trazos que confinan espacios de los que despegan líneas que parecen tramar una fuga. Recuerda su hermano Santiago que, con ocasión de reformas en la casa familiar, al retirarse el papel que cubría las paredes, éstas dejaron al descubierto una algarabía de dibujos y filigranas. Algo bullía, sin duda, en el interior de Raimundo:

“25 años peleando en una guerra sin cuartel,

De 9 a 2, de 4 a 7

(a veces horas extras)

Luchando contra el tedio

Sembrando de colillas su esperanza…“

(25 años)

No habléis de él y de su poesía

Sobre los muros de la casa, Raimundo expresaba su asfixia. Unos muros que decidió derribar a mediados de los años sesenta cuando emprendió la marcha a Madrid en busca de oportunidades. Fue una época dura. Según su hermano, trabajó como pasante de Vicente Aleixandre; nada descabellado teniendo en cuenta la buena relación que mantenía el sevillano con los poetas de Zaragoza, especialmente con Julio Antonio Gómez. Felizmente, Raimundo logró entrar en una editorial. Sin embargo, la muerte le sorprendió al poco tiempo de forma fulminante, en noviembre de 1970. En un piso de Madrid quedaron carpetas y cuadernos con sus escritos, hasta hoy en paradero desconocido.

Sólo existe un libro de Raimundo Salas, editado en la colección El Bardo un año después de su muerte. Pretende ser una antología, pero quedaron fuera poemas dispersos en diferentes publicaciones. Otro tanto sucede con su obra gráfica, nunca comentada ni mostrada al público.

En su poema “La tumba del poeta” Raimundo escribió, premonitoriamente: “No habléis de él ni de su poesía.” Es tiempo de desobedecer la humildad.

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