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Retrato del monstruo

Él dice que se respeten la bandera y las tradiciones, aunque realmente exige sumisión y clandestinidad al que es ajeno a ellas. Desenfunda la pistola si se pita al himno, pide hoguera al que cuestiona la fiesta nacional, mientras que admira al patriota que se llevó su fortuna a un paraíso fiscal y evadió sus impuestos.

Prefiere el “dinerito en mi bolsillo” a la contribución alícuota al país, pese a que eso redunde en el perjuicio a unos servicios públicos del que es usuario. A la par, se queja de lo mal que funciona la sanidad y la educación públicas, y por eso se hace un seguro privado y prefiere llevar a sus hijos al colegio concertado; por aquello de que hay muchos inmigrantes. Esos inmigrantes que, según él, o ella, reciben ayudas por serlo, y no por ser pobres. Antes decía que nos quitaban el trabajo y ahora que nos quitan las ayudas, pero que el hijo, una vez licenciado, tenga que emigrar (a otra ciudad o a otro país) lo asume como quien asume una granizada.

Odia a los funcionarios, porque viven mucho mejor que él. Odia a los sindicatos, porque cree que son como funcionarios, ya que a su vez cree que todos son liberados; como los políticos, que también cree que están todos liberados y que se han buscado la vida mejor que él.

Así que el monstruo dice que todos los políticos son iguales, que todos roban, y por eso votará a los que llevan robando treinta años, que al menos lo de robar lo saben hacer bien. Desde luego, no apoyará a los que quieren hacer pagar impuestos a los ricos, pues cuando le toque la lotería o logre el siempre esperado pelotazo, tendrá que pagar. No sabe si lo ha leído u oído en la tertulia de la tele, o de la radio, pero le cuenta a su cuñada que “como ganen esos, te quitarán el apartamento de la playa”. Quizá vote a ese chico nuevo, tan planchado, que parece que le habla a él, y además parece un empresario de éxito. Así sí.

No quiere que los catalanes voten si se quedan o se van, y apoya mandarles a la guardia civil o los tanques para que se callen de una vez, y que hablen castellano; ya está harto de soportar el insulto de que le hablen en catalán cuando va a Salou.

Le indigna que una manifestación corte una calle durante veinte minutos, pero considera un insulto que alguien quiera pasar por el medio de la procesión. Detener todo el centro de la ciudad, todas las tardes de semana santa, es incuestionable.

Clamó por la libertad de expresión cuando asesinaron a los de Charlie Hebdó por meterse con el Islam. Quiso linchar a Willy Toledo cuando éste escribió un tuit cagándose en la Virgen del Pilar. Le dijo que por qué no se metía con Mahoma, que eso sí es libertad de expresión, lo otro no.

Es un monstruo nacido en el vientre de un país que cronificó su mala salud democrática, su franquismo mal curado.

Dice que no es facha, que por qué le llamas facha, ¿Por llevar la bandera de su país? ¿Por llevar la camiseta de su selección?

Sí, por eso debe ser.

Él dice que se respeten la bandera y las tradiciones, aunque realmente exige sumisión y clandestinidad al que es ajeno a ellas. Desenfunda la pistola si se pita al himno, pide hoguera al que cuestiona la fiesta nacional, mientras que admira al patriota que se llevó su fortuna a un paraíso fiscal y evadió sus impuestos.

Prefiere el “dinerito en mi bolsillo” a la contribución alícuota al país, pese a que eso redunde en el perjuicio a unos servicios públicos del que es usuario. A la par, se queja de lo mal que funciona la sanidad y la educación públicas, y por eso se hace un seguro privado y prefiere llevar a sus hijos al colegio concertado; por aquello de que hay muchos inmigrantes. Esos inmigrantes que, según él, o ella, reciben ayudas por serlo, y no por ser pobres. Antes decía que nos quitaban el trabajo y ahora que nos quitan las ayudas, pero que el hijo, una vez licenciado, tenga que emigrar (a otra ciudad o a otro país) lo asume como quien asume una granizada.