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Es una falacia universalmente extendida que hay que bajar los impuestos. También es una falacia universalmente extendida que hay que subirlos. Lo peor de ambas cosas es que hay una verdad universalmente ocultada y es que hay que bajarlos y subirlos. Las dos cosas. A la vez. Según cuales, para qué y para quién.
Los ayuntamientos no viven del aire y sostienen los servicios prestados y sus proyectos en los ingresos del IBI en más de un 35 %, en impuestos y tasas menores como el de construcción y el de circulación, y en las aportaciones, nunca bien ni justamente calculadas por parte del Gobierno de España, y en las ocasionales y conveniadas (y rácanas) del Gobierno de Aragón.
Atienden a todos sus vecinos y vecinas, estén o no censados, porque todos ellos se benefician de descuentos, bonificaciones o gratuidades de cultura, bibliotecas, transportes, ayudas urgentes, etc. Y asumen multitud de servicios y competencias que debería ejercer la DGA pero que financian, a veces a solas, los propios ayuntamientos
Así que los impuestos son esenciales para la caja común que sostiene (bueno, debería) el bien común. La demagogia barata de bajarlos es reaccionaria y dejaría a la gente sin servicios. Y la de subirlos también porque miles de personas en cada municipio se las ven y se las desean para llegar a fin de mes.
En Zaragoza, por ejemplo, según datos de la Agencia Tributaria, hay más de 200 mil personas que declaran menos de 12 mil euros al año, lo cual supone entre 700 y 900 al mes como salario. Una vergüenza. Sí, una insultante vergüenza. Luego están los no declarantes. ¿Entonces? Entonces apliquemos el principio de la justicia distributiva y el propio artículo 31 de la Constitución que tanto constitucionalísta de pacotilla dice defender y no aplica. En este caso: a cada quien según su capacidad. Se llama, técnicamente, progresividad fiscal.
Por eso insisto hasta la saciedad en que hay bajar el tipo general del IBI, con la misma filosofía que practiqué los últimos cuatro años, y que afecta a la mayoría de la ciudad, al mínimo legal permitido por la ley española que es el 0’40 %. Esto supondría una rebaja del impuesto para todas las viviendas y por lo tanto bares, tiendas, comercios y oficinas que están situados en pisos o en bajos de casas de vecinos, entre un 8 y un 10 %. Afectaría a unos 507 mil inmuebles, el 99 %. Existe otro tipo para el IBI que es el industrial, y que deberíamos congelar por 5º año consecutivo en industrias que pueden generar empleo o mantenerlo, y que son unos 360 inmuebles en Zaragoza; y modificar el resto de usos diferenciados que son los de bancos o grandes superficies, y fijar un umbral de 800 mil euros de valor catastral a partir del cual no tocarlo para que se note la subida automática anual que generó el catastrazo de Rajoy de 2003 que afectó a tanta gente obrera. De esta manera, subiría el IBI a unos 780 inmuebles de valor catastral de más de 800 mil euros: Ibercaja, Banco de Santander, Eroski de Montecanal, Mercadona de Valdespartera, Alcampo de la Avda de las Estrellas, Corte Inglés, Lidl de Avenida de la Hispanidad, Ikea y Leroy Merlin de Puerto Venecia... un 1% de los cotizantes.
Para ahuyentar miedos de rico que alguien pueda tener, esto no afectaría a los precios de nuestra compara semanal porque este incremento, y todo el resto de los impuestos locales, las grandes firmas se los deducen ante Hacienda con el impuesto de sociedades.
Habría que congelar por 5º año consecutivo las tasas municipales de agua, vertidos, cementerios, basuras y… bus que el gobierno Azcón quiere subir y que nos afecta a todos por igual.
Zaragoza es la ciudad que más bajó el IBI en 2016, 17 y 18 en toda España y solo hay tres más baratas. Los umbrales de los más ricos de los que hablo, PP, Cs y PSOE jamás quisieron que se tocaran. Todas las ciudades nos ganan en eso, cruel contrasentido.
Con esta filosofía quien menos tiene paga menos, y quien más tiene, paga más, y se aseguran los ingresos que sostienen la caja común. Porque si no, al final, se bajan los impuestos de los privilegiados y los impuestos ocasionales, y suben los impuestos de todos, de todos los días.
Es una falacia universalmente extendida que hay que bajar los impuestos. También es una falacia universalmente extendida que hay que subirlos. Lo peor de ambas cosas es que hay una verdad universalmente ocultada y es que hay que bajarlos y subirlos. Las dos cosas. A la vez. Según cuales, para qué y para quién.
Los ayuntamientos no viven del aire y sostienen los servicios prestados y sus proyectos en los ingresos del IBI en más de un 35 %, en impuestos y tasas menores como el de construcción y el de circulación, y en las aportaciones, nunca bien ni justamente calculadas por parte del Gobierno de España, y en las ocasionales y conveniadas (y rácanas) del Gobierno de Aragón.