El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Ya estamos en plena campaña política, si bien, los líderes de las derechas -conscientes de que, en muchas ocasiones, la ciudadanía nos dejamos guiar más por los sentimientos que por la razón a la hora de votar- está más preocupada por desprestigiar al adversario, incluso demonizarlo a base de demagogia y mentiras -es un Gobierno ilegítimo- o resucitando el fantasma de ETA, que de explicar cuál es su programa y confrontarlo públicamente con el resto de alternativas.
En esta campaña, como ha sucedido a lo largo de la legislatura, abundan las frases hechas, las consignas simplistas y los conceptos indefinidos que cada cual concreta como quiere. El PP quiere derogar el “Sanchismo”, pero no sabemos con qué lo quiere sustituir; ¿mantendrá Feijóo la reforma laboral, todavía recurrida al Constitucional? ¿Y la mesa de diálogo con Cataluña?... También sabemos la “importancia” que tiene para Vox la defensa de España, pero no sabemos a qué España se refiere, ¿a la de las mujeres maltratadas?, ¿a la de las personas que trabajan por la cultura?, ¿a la de quienes cobran el salario mínimo? Aunque, con su política fiscal, de recaudación mínima, debe de tratarse de una España minúscula, que necesita pocos recursos, casi virtual. Algo así como “Una unidad de destino en lo universal”.
Lo que ya sabemos, sin lugar a dudas ni interpretaciones, es la deriva tomada por las instituciones controladas por PP-Vox. En todas hay un denominador común: negacionismo del cambio climático y de la violencia de género y recorte de derechos y libertades hasta límites insospechados, como la censura de obras de Lope de Vega o Virginia Woof.
Es evidente que el peso de Vox en la política es superior al que le correspondería por su representación. Sus propuestas son bien acogidas por un importante sector del PP -un ejemplo es Isabel Díaz Ayuso, que bien podría militar en el partido ultra- lo que convierte al partido de Abascal en un referente central para las derechas españolas.
Y no nos equivoquemos, Vox no solo es un partido reaccionario que está en contra del feminismo, el colectivo LGTBI, los inmigrantes – especialmente si son pobres-, la Ley de Memoria Democrática…, la contrarreforma que pretende Vox, nos retrotrae a la España preconstitucional. Afecta a todos los ámbitos de la vida, desde la eliminación del Estado de las Autonomías hasta los cambios en la legislación laboral a favor de los empresarios, pasando por una reducción drástica de ingresos fiscales, especialmente a las grandes fortunas, y retroceso en la progresividad impositiva.
A las derechas españolas no les gusta perder el poder, se creen sus poseedores por derecho divino. Tampoco les gusta que seamos libres, que vivamos y amemos como nos parezca dentro del respeto a los demás, que podamos morir con dignidad. Quieren personas uniformadas, sumisas, ancladas en el pasado, ajenas a los avances sociales y científicos.
Las derechas españolas están entusiasmadas con el cambio de ciclo político, pero el cambio no es un fenómeno atmosférico ni una maldición divina, dependerá de lo que queramos la mayoría el próximo 23, en nuestras manos está si damos un giro de 180 grados o seguimos en la senda del gobierno de coalición: consolidando una economía basada en el trabajo decente y al servicio de la ciudadanía; con una política fiscal que contribuya a disminuir las desigualdades distribuyendo la riqueza; con servicios públicos de calidad; haciendo de la vivienda un derecho fundamental; siendo ejemplo en Europa del respeto por los derechos de las minorías; siendo vanguardia en la lucha contra el cambio climático…
A nadie se nos escapa que esto solo será posible si el resultado de las urnas permite un gobierno de coalición progresista. Tampoco se nos escapa que la profundidad y consolidación de los cambios dependerán del peso de cada uno de los socios. Si este Gobierno ha sido, con diferencia, el más comprometido en décadas con poner la política al servicio de la ciudadanía, es debido al papel jugado por Unidas Podemos, el espacio que en estos momentos representa Sumar.
Mucho se ha avanzado, pero queda mucho por hacer. En la lucha contra la desigualdad, garantizando unas condiciones de vida dignas para todas las familias (salarios, pensiones, vivienda, ayudas a la infancia, al cuidado de las personas mayores…); en la mejora de servicios públicos; articulando una política fiscal progresiva y suficiente para atender las necesidades de la ciudadanía; diseñando una estrategia contra el cambio climático, uno de los mayores riesgos para la humanidad en este momento. Y apostando por una sociedad inclusiva, capaz de disfrutar y enriquecerse con la diversidad existente, ya sea ideológica, cultural, de género, religiosa… o nacional.
El peso de Sumar será determinante en la profundidad y consolidación que tengan estas políticas de progreso. Además, Yolanda Díaz ya ha demostrado, en su faceta de ministra de Trabajo, dos cosas fundamentales a la hora de gobernar: que sus propuestas, por muy novedosas o complicadas que parezcan, no son ocurrencias sino iniciativas suficientemente meditadas y valoradas, y su férreo compromiso por llegar a acuerdos con los sectores afectados.
En coherencia con el compromiso de contar con la participación de la sociedad en las decisiones políticas, Sumar ha elaborado un programa político para los próximos 10 años con la colaboración de cientos de personas en 35 grupos de trabajo.
Votar a Sumar es la opción más rentable para seguir construyendo una sociedad más libre, igualitaria, tolerante, con capacidad de enfrentarse a los retos del futuro. Para la próxima legislatura y para el próximo decenio (como mínimo).
Ya estamos en plena campaña política, si bien, los líderes de las derechas -conscientes de que, en muchas ocasiones, la ciudadanía nos dejamos guiar más por los sentimientos que por la razón a la hora de votar- está más preocupada por desprestigiar al adversario, incluso demonizarlo a base de demagogia y mentiras -es un Gobierno ilegítimo- o resucitando el fantasma de ETA, que de explicar cuál es su programa y confrontarlo públicamente con el resto de alternativas.
En esta campaña, como ha sucedido a lo largo de la legislatura, abundan las frases hechas, las consignas simplistas y los conceptos indefinidos que cada cual concreta como quiere. El PP quiere derogar el “Sanchismo”, pero no sabemos con qué lo quiere sustituir; ¿mantendrá Feijóo la reforma laboral, todavía recurrida al Constitucional? ¿Y la mesa de diálogo con Cataluña?... También sabemos la “importancia” que tiene para Vox la defensa de España, pero no sabemos a qué España se refiere, ¿a la de las mujeres maltratadas?, ¿a la de las personas que trabajan por la cultura?, ¿a la de quienes cobran el salario mínimo? Aunque, con su política fiscal, de recaudación mínima, debe de tratarse de una España minúscula, que necesita pocos recursos, casi virtual. Algo así como “Una unidad de destino en lo universal”.