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Tardeo y festival

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Hicimos los deberes al volver del colegio, el futuro era una cúpula dorada. Buscamos más tarde un trabajo. Sonreímos a los compañeros de trabajo. Cruzamos casi siempre en verde los semáforos. Pagamos la ortodoncia y las extraescolares. ‘Nada heroico’, nos diréis. ‘No habéis inventado la rueda’, nos diréis. Y tendréis razón. Pero sabed que tenemos cuarenta y tantos. Que tenemos derecho a nuestra pequeña crisis. Sin molestar. O molestando lo justo.

Ahora salimos por las tardes. Cuando se puede. Cuando cazamos a lazo a unos abuelos, a unos tíos. La semana que no nos tocan los niños. Sostenemos la hostelería española. Circula por ahí un vídeo de Pantomima Full con el que nos reímos mucho, con la risa nerviosa del que se reconoce en una grabación policial. Hemos hecho del gin-tonic un teorema. Nos costaba bailar a los veinte, pero ahora no hay quien nos pare. Hemos tirado todos los zapatos y ya solo calzamos deportivas. Nos hemos hecho indies. Nos hemos hecho más indies.

Las discotecas de la tarde son –lo canta Tachenko– espejismos de la edad. Un espejismo es una ilusión. No nos quitéis, por favor, la ilusión.

Algunas veces, no os creáis, la tarde se hace noche. Y vuelve a la memoria ese antiguo paisaje. Es entonces el momento en el que responsablemente cumplimos con las obligaciones del derecho civil y encargamos un Glovo lleno de bigmacs o happymeals para nuestra descendencia, siempre con el cuidado que requiere confirmar el pedido aun cuando la aplicación nos recuerda que estamos lejos de la dirección seleccionada.

Otras veces, no os creáis, vamos más allá y celebramos grandes concilios a los que están llamados todos los fieles. Se llaman festivales. Y escuchamos cinco conciertos seguidos. Recordad que no queremos molestar. Que solo buscamos un poco de diversión. En esas comuniones multitudinarias lo que más felices nos hace son los vasos que nos dan a la entrada, con su cuerda para colgar al cuello, mientras alguien de la organización se encarga de recordarnos que no intentemos transportarlos así mientras estén llenos de cerveza.

Hicimos los deberes al volver del colegio, el futuro era una cúpula dorada. Buscamos más tarde un trabajo. Sonreímos a los compañeros de trabajo. Cruzamos casi siempre en verde los semáforos. Pagamos la ortodoncia y las extraescolares. ‘Nada heroico’, nos diréis. ‘No habéis inventado la rueda’, nos diréis. Y tendréis razón. Pero sabed que tenemos cuarenta y tantos. Que tenemos derecho a nuestra pequeña crisis. Sin molestar. O molestando lo justo.

Ahora salimos por las tardes. Cuando se puede. Cuando cazamos a lazo a unos abuelos, a unos tíos. La semana que no nos tocan los niños. Sostenemos la hostelería española. Circula por ahí un vídeo de Pantomima Full con el que nos reímos mucho, con la risa nerviosa del que se reconoce en una grabación policial. Hemos hecho del gin-tonic un teorema. Nos costaba bailar a los veinte, pero ahora no hay quien nos pare. Hemos tirado todos los zapatos y ya solo calzamos deportivas. Nos hemos hecho indies. Nos hemos hecho más indies.