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La tolerancia cero no puede ser sólo un lema: debe ser una práctica cotidiana

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Cada 25 de noviembre conmemoramos el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, poniendo el acento en una realidad que atraviesa todas las sociedades, sin importar sus avances o modernidades. Sin embargo, más allá de conmemoraciones, seguimos enfrentando el desafío de transformar un sistema que permite y perpetúa la violencia de género, una de las formas más crueles de desigualdad y la mayor vulneración de los derechos humanos de las mujeres.

La violencia de género no es un fenómeno nuevo, pero su capacidad de adaptarse a los tiempos la hace persistente. En los últimos años, ha encontrado nuevas trincheras, como las redes sociales y otras plataformas digitales, donde la impunidad y la viralidad amplifican el daño. Al mismo tiempo, los esfuerzos por combatirla han tropezado con dos obstáculos constantes: la resistencia cultural al cambio y el negacionismo de una realidad que en España deja, de media, más de 150.000 denuncias cada año y 1.285 mujeres asesinadas desde el año 2003 cuando comenzaron a contabilizarse los feminicidios.

Uno de los mayores retos en la lucha contra la violencia de género es su profunda normalización. En muchas culturas, la violencia física, psicológica o económica sigue siendo vista como un problema privado, como algo que las víctimas deben soportar en silencio. Esta percepción, además de silenciar, legitima al agresor. Según datos de Naciones Unidas, una de cada tres mujeres en el mundo ha experimentado violencia física o sexual a lo largo de su vida, y el 70% de los casos ocurre en el ámbito familiar. 

En la era tecnológica, la violencia de género ha adoptado formas con una gran capacidad de amplificación del daño. Las amenazas, el acoso, la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento o el silenciamento de mujeres en redes sociales son apenas la punta del iceberg. Según un estudio europeo, las mujeres tienen 27 veces más probabilidades de sufrir acoso digital que los hombres. 

Esto no sólo afecta a las víctimas directas, sino que también crea un efecto paralizante en las voces femeninas dentro de la esfera pública. Muchas mujeres, especialmente figuras públicas, pero también anónimas, limitan su participación en debates o en el ámbito digital por temor al hostigamiento. El coste no es sólo personal, sino también social: perdemos diversidad de ideas y perspectivas en espacios cruciales de toma de decisiones. 

¿Qué podemos hacer para revertir esta realidad? En primer lugar, entender que la violencia de género no es un problema aislado; es un problema social que hunde sus raíces en la desigualdad estructural de las mujeres en el seno de un sistema patriarcal. Por ello, combatirla requiere de un enfoque integral, que abarque desde la educación en igualdad hasta la sanción efectiva de las agresiones. 

En el ámbito digital, necesitamos un marco legal más robusto que responsabilice a las plataformas y proteja a las víctimas. No podemos permitir que el anonimato sirva como escudo para los abusadores, ni en el ámbito de la violencia de género ni en ningún otro.

Finalmente, debemos construir una narrativa colectiva que deje claro que la violencia de género ni es normal, ni forma parte de la idiosincrasia de nuestra sociedad, ni es aceptable en ninguna de sus manifestaciones. La tolerancia cero no puede ser sólo un lema: debe ser una práctica cotidiana, desde las instituciones hasta nuestros comportamientos más personales. 

Cada 25 de noviembre nos da la oportunidad de reflexionar, pero también de actuar. En una sociedad verdaderamente igualitaria, la violencia de género no debería de tener cabida. No esperemos más: la justicia y la dignidad de millones de mujeres lo exigen. Este Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres debe servir para recordar que el cambio es posible, pero requiere compromiso colectivo e individual. 

Cada 25 de noviembre conmemoramos el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, poniendo el acento en una realidad que atraviesa todas las sociedades, sin importar sus avances o modernidades. Sin embargo, más allá de conmemoraciones, seguimos enfrentando el desafío de transformar un sistema que permite y perpetúa la violencia de género, una de las formas más crueles de desigualdad y la mayor vulneración de los derechos humanos de las mujeres.

La violencia de género no es un fenómeno nuevo, pero su capacidad de adaptarse a los tiempos la hace persistente. En los últimos años, ha encontrado nuevas trincheras, como las redes sociales y otras plataformas digitales, donde la impunidad y la viralidad amplifican el daño. Al mismo tiempo, los esfuerzos por combatirla han tropezado con dos obstáculos constantes: la resistencia cultural al cambio y el negacionismo de una realidad que en España deja, de media, más de 150.000 denuncias cada año y 1.285 mujeres asesinadas desde el año 2003 cuando comenzaron a contabilizarse los feminicidios.