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Según el barómetro de octubre de 40dB para EL PAÍS y la SER, el apoyo electoral a las distintas derechas -PP, Vox y Se Acabó La Fiesta- alcanzaría el 50% de los votos; el bloque de PSOE, Sumar y Podemos obtendrían un 38,5% y el resto de los partidos que apoyó la investidura lograrían el 6,5%. Entre los trabajadores, las derechas reciben un apoyo del 43,4% y las izquierdas del 31,4%; en el colectivo de estudiantes la relación es 44,6%/23,1%. Es cierto que la encuesta es la foto de hoy y puede cambiar mucho cuando sean las elecciones -ya sean en unos meses o en tres años- pero la tendencia es preocupante, más si vemos el deslizamiento creciente hacia la extrema derecha de las propuestas políticas del PP.
Difícil lo tienen las organizaciones progresistas para lograr cambiar la tendencia. La derechización de la política es un fenómeno a escala mundial, fomentado por la impunidad de personajes como Trump o Putin; la aceptación institucional -creciente en Europa- de organizaciones neofascistas y la permisividad con que el Gobierno israelí, cual matón de barrio y apoyado incondicionalmente por los EE.UU., se salta todas las normas internacionales de convivencia, ordena la matanza de palestinos, bombardea territorio libanés como mejor le parece y hasta se permite disparar contra soldados de la ONU sin que la respuesta internacional vaya más allá de protestas diplomáticas.
Si el escenario internacional no es el más propicio, tampoco en el ámbito doméstico soplan vientos favorables. La legislatura está muy complicada y la mejor estrategia que tenía el Gobierno -si no para mejorar, al menos para mantener el apoyo electoral-, la de poder desarrollar políticas que favorecieran a la mayoría, especialmente a los colectivos más necesitados, depende fundamentalmente de la voluntad de Junts, un partido independentista de derechas.
Pero los problemas de la izquierda no se limitan a la correlación de fuerzas parlamentaria. La derecha ha logrado hacer hegemónico su discurso, ha conseguido presentarse, ante buena parte de la ciudadanía, como la defensora de la libertad, del disfrute; dejando a la izquierda como el paradigma de la intolerancia, de la prohibición, del aburrimiento y la tristeza.
También ha logrado que la inmigración haya subido considerablemente -16 puntos en año y medio- en la escala de preocupaciones de la ciudadanía: el 57% cree que hay “demasiados” inmigrantes en España y el 75% los asocia a conceptos negativos. Es cierto que cuando se pregunta por la experiencia personal con los inmigrantes los votantes de todos los partidos la consideran positiva, pero esto no evita que tengan la sensación de que la inmigración es un fenómeno que les puede perjudicar en el futuro, ya sea en el aspecto material ya sea en la forma de vida. En política son fundamentales las “cosas del comer”, pero no lo son menos los sentimientos, las percepciones que la ciudadanía tiene, sean ciertas o no, los factores inmateriales que condicionan nuestro comportamiento. Las izquierdas tienen un largo camino que recorrer en su comunicación con los diferentes sectores sociales, tanto en la explicación de sus propuestas, como en la atención de los problemas de la gente, de cómo los viven y los sienten.
Las izquierdas españolas, tanto las socialdemócratas como las alternativas, muestran claros signos de debilidad. A la dificultad de comunicación con la ciudadanía hay que sumar la debilidad de sus estructuras organizativas, la falta de democracia, de estructuras participativas… lo que lleva, necesariamente -con alguna excepción-, a una escasa implantación territorial. Y así, sin organizaciones fuertes implantadas en el territorio, ni se ganan las elecciones ni se fortalecen las organizaciones sociales, necesarias para cualquier transformación.
Una de los objetivos permanentes de la izquierda plural alternativa es la unidad. Esta unidad, imprescindible en muchas elecciones para obtener representación institucional, no puede limitarse al ámbito electoral si lo que se quiere -que es lo que se necesita- es llegar a los diferentes sectores sociales, conocer sus problemas, buscar conjuntamente alternativas que los solucione y fortalecer las organizaciones sociales. El último intento en esta dirección, transformar la coalición Sumar en un Frente Amplio de las izquierdas, ha fracasado, al menos por el momento. Aunque continúa funcionando el grupo parlamentario de la coalición -salvo Podemos-, el mal resultado de las elecciones europeas ha terminado con un proyecto ya muy debilitado por los errores cometidos, tanto en su diseño como en su puesta en marcha.
Este trimestre la mayoría de las organizaciones coaligadas en Sumar tienen congresos, asambleas, convenciones…, encuentros varios con el fin de reflexionar sobre el momento político en que vivimos y adecuar las estrategias políticas, pero, por lo que transciende, no hay motivos para ser muy optimista en lo relativo a la unidad.
Ante la crisis del proyecto, ha primado el miedo a perder la identidad y la tendencia de las organizaciones ha sido la de retraerse, refugiarse en sus certezas, y priorizar el fortalecimiento de su organización. Esta ha sido la conclusión de IU y de Podemos, que ya decidió, antes de las elecciones europeas, seguir su propio camino. En el resto de organizaciones -Más Madrid, Cataluña en Común, Compromis…-, esta conclusión se profundiza con tendencias de reafirmación de su identidad específica, su hecho diferencial.
Está bien que cada organización pretenda fortalecerse, pero me temo que va a ser a costa de los posibles socios y el resultado va a ser una pelea por el mismo espacio en lugar de intentar ampliarlo conjuntamente.
Espero que cuando se tranquilicen los ánimos se vuelva a retomar la construcción de un espacio común, con otras bases, con otra dinámica, pero con el convencimiento de que sin unidad no hay capacidad de lograr transformaciones ambiciosas y de que hay que perder parte de la identidad propia si se quiere alcanzar otra conjunta. Pero no se puede esperar mucho, la convocatoria de elecciones en los próximos meses -algo no descartable- sería un desastre.
Según el barómetro de octubre de 40dB para EL PAÍS y la SER, el apoyo electoral a las distintas derechas -PP, Vox y Se Acabó La Fiesta- alcanzaría el 50% de los votos; el bloque de PSOE, Sumar y Podemos obtendrían un 38,5% y el resto de los partidos que apoyó la investidura lograrían el 6,5%. Entre los trabajadores, las derechas reciben un apoyo del 43,4% y las izquierdas del 31,4%; en el colectivo de estudiantes la relación es 44,6%/23,1%. Es cierto que la encuesta es la foto de hoy y puede cambiar mucho cuando sean las elecciones -ya sean en unos meses o en tres años- pero la tendencia es preocupante, más si vemos el deslizamiento creciente hacia la extrema derecha de las propuestas políticas del PP.
Difícil lo tienen las organizaciones progresistas para lograr cambiar la tendencia. La derechización de la política es un fenómeno a escala mundial, fomentado por la impunidad de personajes como Trump o Putin; la aceptación institucional -creciente en Europa- de organizaciones neofascistas y la permisividad con que el Gobierno israelí, cual matón de barrio y apoyado incondicionalmente por los EE.UU., se salta todas las normas internacionales de convivencia, ordena la matanza de palestinos, bombardea territorio libanés como mejor le parece y hasta se permite disparar contra soldados de la ONU sin que la respuesta internacional vaya más allá de protestas diplomáticas.