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Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Trueba, los franceses y las turbas fernandistas

Mariano Pinós

“En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón.”

El Gran Dictador Charles Chaplin

Era moneda común que los reaccionarios de cada país les acusaran de traidores a la patria, agitando la bandera nacional respectiva contra la bandera internacionalista del movimiento obrero. España tampoco fue la excepción al respecto.

El premio Nacional de Cinematografía, hasta donde yo sé, se otorga a toda persona destacada del cine español; se premia la calidad, la trayectoria, la carrera... Es decir, que no se pide adhesión a la bandera, o a la Constitución, o a los principios fundamentales del Reino. Fernando Trueba es sobrado merecedor de tal premio, un premio que, dicho sea de paso, también ha recaído en otros notorios apátridas como Fernando Fernán-Gómez.

Fernando Trueba dijo el otro día que no se había sentido español ni cinco minutos. Esto por sí sólo ya hubiera soliviantado a la caverna, pero lo que realmente fue una patada en las partes nobles del cuñadismo patrio, fue que declarara que fue una pena que los franceses no ganaran la guerra de la Independencia. Horreur. ¡Los franceses! Quizá los más odiados por la España reaccionaria, con perdón de los catalanes.

No estaría mal echar la vista atrás, con la distancia que dan estos doscientos años, para hacer una breve reflexión sobre la guerra de la Independencia. Carlos IV y su hijo Fernando VII, que mantenían a España en el absolutismo, aceptan una jubilación de oro en Francia a cambio de regalar el país al hermano de Napoleón. Los franceses, que traen las ideas de la Revolución Francesa (esas que dieron lugar a la democracia, ya saben), inmediatamente encuentran partidarios entre los españoles que anhelaban más libertad, mas justicia y más igualdad. Los franceses no instauraron una democracia, desde luego, pero hicieron cosas, por ejemplo eliminar La Inquisición, que no estuvo mal. La guerra y el posterior retorno de Fernando VII, instaurarían en España una monarquía absolutista feroz y criminal, que ejecutaría tanto a los afrancesados, como a los que, habiendo luchado contra los franceses, era partidarios de que el Rey jurara la Constitución de 1812. El que pudo, huyó a Francia, como nuestro querido Goya, inaugurando la también española tradición de los progresistas que se exilian en el país vecino para escapar de la persecución política y la muerte segura. Desde un punto de vista histórico y racional, no me nieguen que al pueblo español no le habría venido mucho mejor que se quedaran los franceses un poco más. Pero del odio a Francia hablaremos otro día, que eso da para un ensayo completo.

Han corrido y corren ríos de tinta desde los sectores moderados hasta los más ultras, pidiendo la cabeza de Trueba; que renuncie al premio, que se lo quiten, que pida perdón, que se disuelva y entregue las armas. Los patriotas de bandera rojigualda colgada del retrovisor afirman que el cineasta les ha insultado, sin embargo ninguno se ha sentido ofendido porque otros patriotas se lleven la pasta a Suiza o vendan la soberanía del país a poderes extranjeros.

Pero entre todos los argumentos que he leído u oído, se advierten las verdaderas causas de tanta sobreactuación. Los herederos del espíritu Fernando VII, Franco y José María Aznar alimentan un odio eterno a la gente del cine, una animosidad que viene de largo, por el progresismo que ha caracterizado a estas gentes y que alcanzó su máxima cota en el “No a la Guerra” de la guerra de Irak. Odian a los Bardem, a Willy Toledo, y por si acaso, a todos los demás. El cine es un bastión de la España democrática y progresista, -o de los rojos, según ellos- y han jurado destruirlo sino pueden domesticarlo primero.

Porque para estos reaccionarios y patriotas de bombo y pandereta, todos son el enemigo: Cineastas, actores, franceses, rojos, catalanes... todos son lo mismo, todos son la antiespaña, y ninguno tiene derecho a sentir, a decir, o a ser; porque no, porque les molesta, les ofende, les insulta. Se llama intolerancia, y cuando algún listo llega y la articula políticamente, el resultado es un monstruo por todos conocido.

Comenzaba esta diatriba con El Gran Dictador, una película cómica que fue un grito de libertad en la época del ascenso de la intolerancia y el fascismo. Vivimos una época de retroceso de los derechos y las libertades, donde varios artistas -y no artistas- han sido llevados a juicio por sus opiniones políticas, sufren presiones para suspender sus actuaciones, y donde hay que andarse con mucho ojo con lo que se dice, porque igual no vuelves a trabajar. Las élites, como siempre ha hecho, desde Fernando VII hasta hoy, se envuelven en la bandera mientras venden el país a pedazos, y golpean con el asta de la enseña nacional al que les niega la mayor.

Es posible que uno piense que Trueba metió la pata, que dijo una chorrada, o que se pasó de listo. Es posible. Pero haríamos bien en recordar, en este tiempo de involución democrática, esas palabras atribuidas a -oh, sí- un francés, Voltaire: “Aborrezco lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Defender la democracia comienza por defender la libertad de expresión, y es obligación de todo demócrata enfrentar a esa jauría de fernandoseptimistas que añoran la extraordinaria placidez de otros regímenes.

Y hay que defender a Trueba, por la democracia y por España. Sí, sí, por España. Por la España democrática y antifascista, porque no se vea obligada de nuevo a exiliarse en Francia.

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