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A Usted que vive lejos, muy lejos de ese país que llamaremos en descomposición

A Usted que vive lejos, muy lejos de ese país que llamaremos en descomposición. Hoy es jueves, 3 de marzo de 2016, y le cuento que en esta tarde de marzo la infanta Cristina, hija del Rey Juan Carlos I y hermana del rey Felipe VI, declara en un juzgado de Palma de Mallorca, hermosa ciudad bañada por el mar Mediterráneo, por el caso Nóos, un caso de supuesta trama de corrupción y enriquecimiento ilícito. Tendría que verla sentada en el banquillo: desorientada, perpleja, agotada, ojerosa y humilde. Responde con casi monosílabos y nombra a su marido una y otra vez: “Hice lo que me dijo mi marido” o “firmé lo que aconsejó el notario”. No parece hija ni hermana de reyes, parece una mujer desamparada, que difícilmente comprende las preguntas que su abogado le formula, una mujer que apenas supiera leer y cuyo conocimiento de la legalidad fuera el mismo que usted tiene sobre ese país en descomposición. Pero ella se crió en palacios, disfrutó de las mejores educaciones, viajó por medio mundo, aprendió idiomas, esquió en los Alpes, se bañó en Brasil y edulcoró sus sueños con una historia de amor de princesa azul. Pero para ella y para su marido nada era suficiente y la avaricia que había corrompido a ese país en descomposición, cayó sobre ellos y sobre sus ausencias de honestidad, ética, pulcritud y respeto. Y usted me preguntará: ¿Pero qué necesidad tenían? ¿Pertenecen a la Casa Real? Y yo le contestaré: síntoma de un país en descomposición.

A Usted que vive lejos, muy lejos de ese país que llamaremos en descomposición. A lo largo del pasado martes, uno de marzo, y miércoles, dos de marzo, asistimos a lo que aquí conocemos como debate de investidura, debate que, como indica su propio nombre, se escenifica para investir al futuro presidente. ¿Cómo explicarle? Tras las últimas elecciones no hubo una fuerza política que obtuviera mayoría y entonces vimos cómo los líderes de los principales partidos caían en el insulto y se referían unos a otros a través de desalentadoras ruedas de prensa, pero usted como yo sabemos que tras la tormenta llega la calma y tras los nubarrones sale el sol: entonces llegó el momento del cortejo, pero le aseguro que nosotros, los que vivimos en ese país que llamaremos en descomposición, siempre pensamos que esos líderes, hinchados de vanidad y de falso compromiso, nunca llegarían a acuerdos. Todos pensaban en nosotros, los ciudadanos, pero al final siempre la propuesta de uno era mejor que la del otro y el acuerdo se difuminó y volvimos a quedarnos huérfanos de un cambio que nos habían vendido como el camino hacia la prosperidad.

A Usted que vive lejos, muy lejos de ese país que llamaremos en descomposición, le voy a dar unos datos: más de siete mil personas han sido detenidas por corrupción en los últimos cuatro años; más de cuatro millones de personas registradas en las oficinas del paro; miles de familias en riesgo de exclusión social; miles de niños que dicen comer una sola vez al día y en ese país en descomposición 18 mujeres han sido asesinadas en el último año por el simple hecho de ser mujeres.

A Usted que vive lejos, muy lejos de ese país que llamaremos en descomposición. Sé que no entenderá nada de lo que le cuento, porque además le voy a decir que somos un país civilizado, con una historia legendaria, pertenecemos al primer mundo, supimos defender la libertad, fuimos pioneros en muchas luchas y uno de los nuestros escribió “El Quijote”, otro pintó “El Guernica” y el gran Machado se desangró de amor y pureza por los campos de Soria. A Usted, que vive lejos, muy lejos, le voy a contar un secreto y es que a veces tengo la impresión de que se fueron los mejores y ya no hay tiempo para la recomposición. A usted, que vive lejos, le voy a pedir un favor y es que desde su galaxia de tiempos pasados nos dé aliento para el futuro, porque estamos cansados de que maltraten nuestra fragilidad, hartos de las palabras sin riesgo, deseosos de volver a creer, aunque sea en un Dios inexistente.

A Usted que vive lejos, muy lejos…

A Usted que vive lejos, muy lejos de ese país que llamaremos en descomposición. Hoy es jueves, 3 de marzo de 2016, y le cuento que en esta tarde de marzo la infanta Cristina, hija del Rey Juan Carlos I y hermana del rey Felipe VI, declara en un juzgado de Palma de Mallorca, hermosa ciudad bañada por el mar Mediterráneo, por el caso Nóos, un caso de supuesta trama de corrupción y enriquecimiento ilícito. Tendría que verla sentada en el banquillo: desorientada, perpleja, agotada, ojerosa y humilde. Responde con casi monosílabos y nombra a su marido una y otra vez: “Hice lo que me dijo mi marido” o “firmé lo que aconsejó el notario”. No parece hija ni hermana de reyes, parece una mujer desamparada, que difícilmente comprende las preguntas que su abogado le formula, una mujer que apenas supiera leer y cuyo conocimiento de la legalidad fuera el mismo que usted tiene sobre ese país en descomposición. Pero ella se crió en palacios, disfrutó de las mejores educaciones, viajó por medio mundo, aprendió idiomas, esquió en los Alpes, se bañó en Brasil y edulcoró sus sueños con una historia de amor de princesa azul. Pero para ella y para su marido nada era suficiente y la avaricia que había corrompido a ese país en descomposición, cayó sobre ellos y sobre sus ausencias de honestidad, ética, pulcritud y respeto. Y usted me preguntará: ¿Pero qué necesidad tenían? ¿Pertenecen a la Casa Real? Y yo le contestaré: síntoma de un país en descomposición.

A Usted que vive lejos, muy lejos de ese país que llamaremos en descomposición. A lo largo del pasado martes, uno de marzo, y miércoles, dos de marzo, asistimos a lo que aquí conocemos como debate de investidura, debate que, como indica su propio nombre, se escenifica para investir al futuro presidente. ¿Cómo explicarle? Tras las últimas elecciones no hubo una fuerza política que obtuviera mayoría y entonces vimos cómo los líderes de los principales partidos caían en el insulto y se referían unos a otros a través de desalentadoras ruedas de prensa, pero usted como yo sabemos que tras la tormenta llega la calma y tras los nubarrones sale el sol: entonces llegó el momento del cortejo, pero le aseguro que nosotros, los que vivimos en ese país que llamaremos en descomposición, siempre pensamos que esos líderes, hinchados de vanidad y de falso compromiso, nunca llegarían a acuerdos. Todos pensaban en nosotros, los ciudadanos, pero al final siempre la propuesta de uno era mejor que la del otro y el acuerdo se difuminó y volvimos a quedarnos huérfanos de un cambio que nos habían vendido como el camino hacia la prosperidad.